Morris Hobster fue mi mejor amigo por
aquellos años en los que la sociedad condenaba estoicamente la actitud
tan impetuosa y dinámica de la juventud. No puedo decir que éramos
rebeldes porque no era así: simplemente, teníamos otras ideologías más
profundas y el bello don de la curiosidad.
Es que así éramos Morris y yo: nos
encantaba experimentar cosas nuevas como a cualquier joven de nuestra
etapa. Era normal que todos se comportasen así, ¿no? La verdad es que
nunca pude comprender por qué nuestros padres y demás familiares se
escandalizaban ante nuestras filosofías, actos y cuestiones. En realidad
nos daba igual lo que creyeran acerca de nuestra mentalidad tan abierta
e ilimitada, siempre dispuesta a conocer más cosas sobre la realidad
que nos rodeaba. Y es que mi amigo y yo éramos de aquellos que gustaban
de buscar nuevas expectativas y definiciones de la existencia que
llevábamos, leyendo por aquí, tomando fotos por acá, y luego
compartiéndolas entre los dos; sacábamos conclusiones desde nuestro
punto de vista y más tarde buscábamos información sobre los resultados a
los que habíamos llegado. Definitivamente, no me puedo quejar de mi
juventud, pues disfruté tanto como jamás lo he hecho.