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jueves, 11 de mayo de 2017

Sin cabos sueltos


Miro mi reflejo y veo mi imagen como cada vez en cada Episodio: con salpicaduras rojas en el rostro. Las manos ensangrentadas y tensas, la respiración agitada, la frente perlada por el sudor debido a algún esfuerzo realizado.

Es de madrugada, 3:45 a.m., y, como siempre, no recuerdo mucho de los minutos anteriores… o no quiero recordar. Es seguramente un mecanismo de defensa psicológico para evitar más daño a mi mente… lo cual es irónico; mi mente está sumamente dañada, lo sé.

Llevo una vida normal salvo ciertos Episodios. Tengo treinta y cinco años, soy convenientemente soltero y tengo un círculo de amigos y conocidos bastante amplio. Mi empleo es de nivel medio alto y me permite disfrutar de ciertas comodidades, como dos automóviles, un departamento y una casa de campo en las afueras de la ciudad, convenientemente alejada del público en general. Ese es mi espacio favorito, aunque no sé por qué, ya que no recuerdo visitar la casa a menudo.

Una vida normal, eso es lo que todos ven. Yo, ahora, en el reflejo, veo la verdadera esencia de mi ser. Las sensaciones se agolpan en mi piel y los recuerdos brumosos confunden mi cabeza. No tengo culpa ni temor, solo preocupación. Preocupación de no dejar cabos sueltos… cabos de los que no tengo plena conciencia.

Recuerdo bien mi primer Episodio, fue hace diez años y me encontraba en mi anterior departamento, en el baño, mirándome al espejo mientras una espesa bruma mental se disipaba. Miré con sorpresa mi reflejo, similar a lo que veo ahora: respiración agitada con salpicaduras carmesí en el rostro y la frente perlada por el sudor. Recuerdo el horror al ver mis manos ensangrentadas y tensas; no sabía si era mi propia sangre y, aterrorizado, revisé mi cuerpo para verificar la existencia de alguna herida; no la había. Me quedé impactado viendo mi imagen en el espejo, tratando desesperadamente de recordar lo que había pasado, pero algo dentro de mí me impedía concentrarme. Solo algunas escenas del bosque y mi casa de campo se me revelaban y yo estaba arrastrando algo. Ráfagas del pasado reciente que se perdían en la bruma mental que me invadía. Desesperado, me desnudé y me duché para remover la sangre. Sí, era, indudablemente, sangre; la textura, el olor e incluso el sabor de las salpicaduras que tenía en el rostro y que fueron a parar a mis labios por el agua de la regadera eran inconfundibles. ¿Qué pasó? ¿Qué hice?

Mi atormentada mente se resistía, pero pude vislumbrar la idea de un asesinato en el que obviamente había participado. Pero esto me generaba más preguntas que respuestas; además, había una especie de vacío en las emociones, como si fuera completamente falsa la idea del asesinato. Eso me dio tranquilidad. Traté de autoanalizarme, siempre había sido muy analítico conmigo mismo y con los demás, intentaba siempre dar sentido a mis acciones y corregir mi conducta. Analizaba las conductas de los demás, me parecía siempre estarlos estudiando: sus reacciones, sus expresiones faciales, incluso la forma de vestirse de la gente me daban ideas sobre sus personalidades y trataba de sacar provecho de ello; siempre lo hice, pero nunca dañé a nadie, ni siquiera dañé a algún animal, ni ahora ni antes. Es sabido que los asesinos son violentos con los animales, yo no.

Encontré paz al buscar en mi mente resquicios de conductas violentas, me convencí plenamente de que no las tenía. Y traté de olvidar.

Sin embargo, los Episodios se repetían, y de nuevo estaba en mi departamento en la madrugada, a la misma hora y con la respiración agitada, los músculos tensos y salpicaduras de sangre.

Revisé los diarios durante días tratando de encontrar alguna relación de mis Episodios con alguna de las personas desaparecidas que siempre salen publicadas o con algún cuerpo encontrado en el bosque de las afueras de la ciudad. Nunca encontré nada.

El misterio era impenetrable para mí, pero me rehusaba a visitar a un psicólogo. Tenía miedo de encontrar una respuesta escalofriante.

Pasaron los años y los Episodios continuaron siempre de forma impredecible. No puedo decir que me he acostumbrado, pero me he vuelto menos temeroso.

Decidí, finalmente, visitar a un psicólogo, y en una de las sesiones este me envió con un psiquiatra, ya que no encontró nada que pudiera tratar y yo era muy insistente (omití el detalle de la sangre). Las sesiones con el psiquiatra no rindieron frutos. Él me dijo que con hipnosis podría revelar mayores aspectos de mi personalidad o revelar una personalidad oculta. Acepté someterme al procedimiento a pesar de que probablemente revelaría el tema de la sangre impregnada en mí.

Lo que recuerdo de la sesión de hipnosis es que el psiquiatra, al finalizar, se mostró inquieto. Esto me alarmó y le cuestioné su reacción. El doctor me comentó que no había podido descubrir una segunda personalidad en mí, pero nunca había visto en ningún paciente la falta de deseos ocultos como en mí; según él, mi personalidad actual reflejaba mi ser interior. Sin deseos ocultos, ni más ni menos. Mi personalidad era «transparente» y me felicitó por ello.

Terminé con el psiquiatra con la certidumbre de que el no tener deseos ocultos era, para mí, algo anormal. Los recovecos de la mente humana y el entorno cultural nos impiden tener una personalidad transparente. No era posible.

Comencé a leer libros sobre psicología y psiquiatría. Los Episodios continuaban manifestándose. Traté de llevar un diario sobre cada día de mi vida para tener más evidencias de que había algo anormal en mi mente. Fueron semanas y luego meses,  nunca pude percatarme de que algo diera un poco de luz sobre el misterio.

«¿Qué hay de malo en mí? Nadie puede ser perfecto en su personalidad», me repetía una y otra vez. Consideré, entonces, recurrir a la tecnología. Coloqué dos cámaras con filtros especiales para ver en la obscuridad en mi habitación  y me grabé mientras dormía y así, por lo menos, confirmar mi sonambulismo.

Tras algunas semanas sin incidentes, por fin tengo un Episodio. Este es diferente, no tengo manchas de sangre y estoy tranquilo. Además, es mucho más temprano, es la 1:45 a.m.

Con grandísima ansiedad, me dispuse a observarme caminar sonámbulo en algún momento de la grabación. No pude ver nada anormal, y eso era imposible. Solo percibí un parpadeo en las dos grabaciones de las dos cámaras, pero duraba menos de un segundo y fue un parpadeo simultáneo; lo atribuí a alguna fluctuación de la corriente eléctrica. Es extraño que el parpadeo aparentemente se genere desde mi posición en la cama, como si mi cuerpo lo creara; eso es claramente improbable.

Sin embargo, al ver la hora de la grabación de mí mismo durmiendo en la cama, vi que esta finalizaba en el momento en que yo desconectaba las memorias de las cámaras para ver la grabación desde mi laptop. ¡¿Es decir que yo todavía seguía en mi cama!?

¿Alguien me estaba jugando una broma? ¿Tantos años? Imposible. ¿Las cámaras tenían algún desperfecto? Las revisé  desde mi laptop una y otra vez y todo marchaba perfectamente. Me veía a mí mismo durmiendo. ¿Cómo era posible que mi imagen siguiera estando en mi cama al mismo tiempo que yo tomaba conciencia y me miraba a mí mismo en el reflejo del baño? ¿Cómo podía estarme mirando y al mismo tiempo estar durmiendo? No estoy soñando, eso es seguro.

De pronto, una idea ilógica pero recurrente cruzó por mi mente: ¡un intruso debía estar tomando mi lugar ahora mismo en mi propia cama! Corrí a mi cuarto pensando en la improbabilidad de la situación, pero no tenía más opciones. Los latidos de mi corazón se agolpaban en mis sienes, con más y más fuerza con cada paso que daba y con cada metro que avanzaba y me acercaba a mi habitación. Llegué al umbral y en las penumbras pude percibir un bulto en la cama; no podía creerlo, pero me rehusaba a aceptarlo. Lentamente, sin hacer ruido, me fui deslizando hacia el costado izquierdo de mi cama y esperé unos momentos a que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad. Aterrorizado, me vi a mí mismo tendido, durmiendo. El maldito intruso se parecía a mí, era idéntico, incluso tenía la misma ropa de dormir que yo. ¿Es que era esta la persona que me quería volver loco? ¿Quería robarme mi vida?  ¿Con qué derecho pretendía usurpar mi lugar? ¡Y dormir en mi propia cama! ¡Maldito sea! ¡No me robará mi vida perfecta! Siento cómo la sangre se va a mi cabeza, los músculos se me tensan, la visión se torna borrosa y los colores adquieren una tonalidad rojiza.

Me acerco aún más, busco el cuello del usurpador para acabarlo. Él despierta al sentir la presión en su cuello, trata de zafarse, pero no lo consigue; la furia me ha dado una fortaleza increíble. Me mira con los ojos vidriosos suplicando con la mirada y al mismo tiempo tratando de entender lo que estaba sucediendo. Esos ojos, mis ojos… Me enfurezco aún más, si cabe, y aumento la presión en su cuello. Siento cómo se le escapa la vida, y siento que algo en mí muere también. Pero no dejo de apretar y siento cómo la enorme presión rompe su cuello. Lo levanto en vilo y lo arrojo como si fuera un muñeco de trapo.

Enciendo la luz, lo observo; está muerto y a mí me tiemblan las manos. Lo maté, he cometido un crimen y nadie debe enterarse. Me sorprende la claridad de pensamientos y la casi total falta de emociones. Llevo el cuerpo a mi casa de campo. El camino se hace demasiado corto, no hay pensamientos ni emociones en el trayecto. Bajo el cuerpo de mi vehículo y lo arrastro a un paraje profundo del bosque; es extrañamente familiar, pero estoy seguro de que nunca había estado en esa zona.

Decido descuartizar el cadáver con el hacha de que hay en mi cobertizo y dejarlo en una gruta pequeña y muy escondida que encuentro sin saber exactamente cómo. Los animales se encargarán de los restos; ya han tenido otros festines similares, lo puedo deducir por otros restos que parece que llevan algún tiempo ahí.

Regreso a casa como un autómata: sin pensamientos ni emociones. Siento un mareo justo al cerrar detrás de mí la puerta de mi departamento. Son las 3:30 a.m. y recuerdo que no debo dejar cabos sueltos que me incriminen. Borro la grabación de las cámaras. Dejo todo exactamente como debe estar.

El mareo es ahora más intenso, la claridad de pensamientos se desvanece y ahora es casi imposible pensar. Me dirijo al baño para lavarme la cara; la tengo salpicada de sangre, al igual que las manos, y casi no puedo recordar los minutos anteriores. Justo antes de que se me nuble por completo la mente, veo la hora: 3:45 a.m., la hora exacta en la que tomo conciencia en mis Episodios.



Miro mi reflejo y veo mi imagen como cada vez en cada Episodio: con salpicaduras rojas en el rostro. Las manos ensangrentadas y tensas, la respiración agitada, la frente perlada por el sudor debido a algún esfuerzo realizado.

Es de madrugada, 3:45 a.m., y, como siempre, no recuerdo mucho de los minutos anteriores… o no quiero recordar. Es seguramente un mecanismo de defensa psicológico para evitar más daño a mi mente… lo cual es irónico; mi mente está sumamente dañada, lo sé.

Me duché para quitarme la sangre y el sudor y recordé las cámaras. Con grandísima ansiedad me dispuse a observarme caminar sonámbulo en algún momento de la grabación.

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