Sangre intensa.
Como espesa leche primigenia.
En la encharcada boca.
El kernel de mi cabeza.
Alimentado por débiles espasmos.
No se rinde.
Circuito cerrado de reprogramación.
En la cama de este hotel de domingo.
Cruje el suelo como cucaracha aplastada.
Y escupo.
Brilla el minibar.
Último hito del confort.
Cioran Bombay Sapphire.
Puedo aun luchar.
Cuerpo a cuerpo.
A bayoneta calada.
Creo.
Casi puedo.
Escucharlo todo aquí.
Crepita la criogenizada soledad.
Colgada de los letreros.
Y a las máquinas construyendo máquinas.
Tejiendo la pesadilla.
Extirpando la atmósfera.
Me muevo a plazos.
Como un embalsamador de hocico dilatado.
Quedamos pocos.
La raza ha sido secuestrada.
Son todos clones disfrazados.
Como anabapstistas de Minneapolis.
En esta última posición.
Tras la Ciudad Libre.
Presidida por un Alto Comisariado.
Se fractura el tiempo.
A los siete quilómetros.
Colapsa la realidad.
En abisal frontera negra.
Multidimensional y amenazante.
Cioran Bombay Sapphire.
Y vuelvo a escupir.
¿O a vomitar?
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