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domingo, 6 de julio de 2014

La lluvia de un pianista

Donde la Inspiración toma la amortajada apariencia perceptible del elemento y se redime del guión pautado.
Cuando el atardecer queda suspenso en las negras uñas bruñidas, las lágrimas llenan el desocupado espacio circular. 
Cuando los dedos templados del clima lustren las calles o el río, brota un árbol campana sin Iglesia, debido a que su sangre campanea maldita lejos de la cruz, con infinitas escaleras;  un peldaño a escandir, un color a oír, una tecla de hundido marfil. Y así mojados descasan.
Son el rocío matutino un velorio para la libre expresión: el césped no desea sentido ser sus nocturnos gimoteos, la tímida Poesía agita el granate ensordecedor: es el asesino alfil. 
Llora rocío, llora vergüenza, tras las cortinas marfil.
Deberás aceptar, por nunca llover imperecedero aprenderás a imitar su sonrisa esbelta. Los dientes no salivarán tormentas; jamás serán el asfalto río fértil. Siempre los peces idean en su lecho transitar sobre las cerámicas deshidratadas. 
Una pestaña dilatada balbucea colmillos.
Son los bosques músicos, percusionistas, pianistas, Cuando las regueras tiritan y los lirios del delirio se postran ante la Inminente Inspiración de presagio alambicando el auditivo sollozo, hunden las hojas el diamante con su desliz barítono, con sus látigos de uña y carne; y se esparcen los charcos-la insondable persistencia- donde trazados están las faciales expresiones hacia a mí dirigidas, y se montan botellas y sagrados palacios de ancha escarcha blindando la acústica. 
Y se hace a la vez escenario, teatro, intérprete, compositor y espectador la concurrencia ficticia.
Cuando ya los sépalos se inclinan mecidos, el estelar de oro roto escaparate y escape rinde evocación a la alada sonata etérea sin presencia o a las lacrimógenas pisadas del desatendido con las esculturas de bronce dentro del cofre y de cieno moldeado bajo las acuíferas acumulaciones.
No se escapan, no se mueren, no viven: es el sangrante eco.
Y ahora se piensan maestros, artistas. 
Las aleladas teclas amasan el cerebro Cuando los cinceles martillean la foto descolorida: una vacía sonrisa. 
Pierden el sentimiento, amando la igual lluvia sin humedecer el barro y las teclas. 

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