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domingo, 12 de abril de 2015

LA SIRENA EN EL BURDEL


– ¡Si te portás bien y no tenés bajas notas te llevamos con la abuela a Santa Teresita! – me dijo el abuelo presionando mi orgullo de niño.

Un fin de semana largo me permitiría ver a mi abuelo y a cientos de pescadores participar de la pesca de la corvina blanca. No dudé en llevar mi bote inflable.

Hacía poco tiempo que había aprendido a leer. El mundo cobraba otro sentido. Ya podía comprobar la existencia de todo lo que había imaginado.

A la abuela le encantaba leer novelas. El abuelo leía revistas de pesca o las historietas de Nipur de Lagash. Admito que eran entretenidas las aventuras del fenicio y su espada sangrienta. Sin embargo me gustaba la literatura de la abuela. Ella no leía novelas de amor como Corín Tellado. No. En el viaje en auto leía la Odisea. Al cansarse de la lectura me recitaba las historias de Homero.
Todas poseían su encanto pero la que consiguió cautivarme fue la de Ulises con las sirenas. La abuela con su excelente narración oral me transportaba al mismísimo instante en que Odiseo les sellaba los oídos con cera a sus tripulantes. Me figuré en ese barco tratando de no escuchar el canto  irresistible de las sirenas para no estrellarnos contra los arrecifes.

A principio de los ochenta los abuelos alquilaban una casa frente al mar. Desde los amplios ventanales veíamos el mar y un barco encallado. Por un lado , me encantaba acompañar al abuelo con los otros pescadores. Era emocionante subirnos a mi bote y pescar junto a la caída del sol. Por otro, me gustaba quedarme con la abuela escuchando sus cuentos. Me contó más historias de sirenas , sumándole la aparición de vikingos. Con facilidad  me trasladaba a ese mundo .El mejor relato no fue narrado por ella , sino uno que escribió. Lo encontré en un libro de Apuleyo. Simulaba ser un señalador hecho con una servilleta. En la misma se refugiaba una poesía. Numerosas palabras eran incomprensibles para mi edad , entonces resolví  imaginarlas.¿Burdel? ¿Libidinosos?


La poesía decía lo siguiente:

En las noches de nacientes tormentas ellos están ahí
ahí desde mi balcón veo el agitar del mar violento
su fuerza arrasa con todo lo visible y tangible
la realidad cambia , surgen imágenes cautivantes.



Se desliza con sigilo un barco con guerreros salvajes
vociferan por la búsqueda de una sirena hermosa
con espadas, risas de alcohol y un deseo de muerte
le preparan una celada a la inocente ninfa.



Ya la han acorralado, las redes se convierten en celdas
festejan el burdel, se relamen ante la presa asustada
nada puedo hacer desde aquí, todo es imaginación
¿Cómo ayudarte mujer en un sueño despierto?



¡Déjenla, malditos libidinosos, vuelvan al Tártaro!
grito desesperado, arrojándole una daga al mar
todo desaparece, ellos, la dulce sirena, mis súplicas
el infinito devora el fin de mi visión, de mi cuento.



Dibujo el rostro de la sirena con mis huellas
La soledad es una multitud y el silencio me despierta
¡No te vayas hombre de carne impura, grita el mar!
Es ella, me invita a un paseo sin regreso, somos libres

Las estrofas escondían una melodía cadenciosa que me acompañaban en la lectura. Me enamoré de las sirenas. La poesía consiguió que no tuviera sueño. Los ronquidos del abuelo aumentaron el insomnio. Busqué otros libros de la abuela, pero me asustaron los guerreros escandinavos y opté por cerrarlos. Me acerqué a una de las ventanas y la deslicé con cuidado. Gracias a la luz de la luna ( que era poca) miré el mar y el barco encallado. No sé cuántos minutos estuve contemplando el paisaje. El viento sacudió mi pelo y varios adornos de caracoles. Los levanté para acomodarlos y me arrimé de nuevo  a la ventana. El cuadro fue distinto. Algo se movía en el mar. No pude discernir bien que era. La iluminación era exigua. Parecía ser un pez grande y estuve a punto de llamar al abuelo para que tomara su caña. Nadaba con serenidad. Se aproximaba en dirección al muelle desde el barco encallado. Su figura desapareció entre las maderas del muelle por unos instantes. Busqué una linterna del abuelo y alumbré el lugar. Distinguí el rostro de una mujer. Luego su cuerpo. Tenía escamas y una larga cola. ¡Si , si , escamas y cola! La luz de la linterna me delató y ella se dio cuenta que la miraba. Era muy bella aunque su rostro mutaba por cierta angustia. De repente escuché gritos. Voces salvajes que herían el aire. Llegaban del barco encallado. No pude comprender que decían. Ella me sonrió y se arrojó al mar. Se fue nadando como un pez hacia el barco. Las risas se trasformaron en alaridos.Unas manos la sujetaron y la mujer desapareció. Los ruidos renacieron como el silencio .No sabía que estaba ocurriendo. Solo pensé que la literatura era realidad. Me acosté pensando en ella.

Por la mañana los abuelos me vieron extraño. No quise decirles mi secreto. Acompañé al abuelo en su camino al muelle. Necesitaba ver que pasaba en el navío encallado. Mientras el abuelo probaba sin suerte con su medio mundo yo vigilaba el barco. Mostrando indiferencia le pregunté quiénes vivían en esa lata oxidada. El viejo estalló una carcajada y me dijo que nadie. Era un barco pesquero abandonado en la década del treinta y no era habitable. El abuelo les guiño el ojo izquierdo a sus compañeros de pesca. Ellos también se burlaron y me acariciaron la cabeza por mi inocencia. ¡Algo me ocultaban! Recapacité que eran todos unos viejos de mierda por dormirse temprano. Uno, aseguraba a las carcajadas, que hacía quince años que vivía en la ciudad  y nunca había visto a ninguna persona a bordo. ¿ Les podía decir mi secreto? No. Lo debía solucionar solo. La sirena necesitaba mi ayuda.

No era casualidad la poesía. Algo fantástico ocurría. Los sucesos se mostraban lineales al igual que las estrofas ¿ Mi abuela era guionista de la vida?  Seguía sin resolver el significado de la palabra burdel. Sí tenía claro, que si un hombre arrojaba una daga o un cuchillo al mar, la sirena se liberaba de sus captores. Cuchillos y tenedores sobraban en la cocina. Necesitaba buscar el momento exacto para fugarme sin que me vieran los abuelos. Si respetaba las huellas de la poesía ella quedaría libre. Pero algo me atormentaba. No entendía tampoco la última estrofa. ¿ Carne impura? , insisto , recién sabía leer.  Sí me gustaba la parte en la cual ella me invitaba a pasear. ¿ Tenía algo de malo? No. Gracias a la sirena sería yo quién le contaría relatos mitológicos a la abuela. Para eso primero tenía que llegar al barco y rescatarla.

Esperé a que los abuelos estuvieran bien dormidos.  El frío era doloroso y lloviznaba. Busqué un cuchillo en la cocina y lo guardé en mi mochila. Me puse un piloto y con la linterna en la mano salí de la habitación.

Era la primera vez que estaba solo ante la inmensidad de la noche y el mar; encima tenía que liberar a una sirena.Tardé varios minutos en llegar al muelle.  En la orilla del mar me esperaba mi pequeño bote. No tenía la menor idea de como usarlo. Junte valor , lo empujé y con mis manos tomé uno de los remos. Tuve suerte porque desde la costa me separaban veinte metros. El mar estaba calmo. A medida que avanzaba se escuchaban los gritos. Tuve miedo que se abriera una compuerta secreta y me descubrieran. El bote se adosó a una pequeña escalera que ascendía a la proa. Apagué la linterna y subí a la cubierta. Las risas eran cada vez más grotescas. Los ojos de buey de la superestructura estaban empañados por el rocío. Dibujé un pequeño círculo y la vi. La pobre era atormentada. Varios hombres bailaban con ella.Todos bebían vino y reían como salvajes.¿ Cuánto tiempo más podría sobrevivir sin agua? Le costaba conservar el equilibrio con su gran cola. Su cara estaba pintarrajeada. La obligaban a besarlos. ¡Malditos bestias! Sólo necesitaba que me viera. Borré más el rocío de la ventana. Por unos instantes la dejaron tranquila. Ella se acercó a una mesa tambaleándose en busca de una cartera. ¡Pobrecita, la obligaban a usar accesorios de humanos! Me desesperé y quise gritarle. Pero no hizo falta. Sintió mi presencia y sus ojos celestes se agrandaron. Miró a los hombres borrachos tirados en el piso y se acercó con temor.No me dijo nada. Según los relatos homéricos las sirenas cantan. Sonrió como la primera vez. Saqué el cuchillo de la mochila y lo dejé sobre el aluminio sobresaliente del ojo de buey. Ella se sorprendió y me hizo señas para que me alejara. Los vikingos estaban recuperándose. Bajé corriendo en busca del bote. No fue difícil el regreso a la costa. Nuevamente se escuchaban los gritos. Entré a la casa muy despacio. Los abuelos dormían. Me senté en la cama a esperar que la sirena cortara las ataduras de los vikingos diabólicos.

Cada tanto me acercaba a la ventana. Mis nervios conversaban con las estrellas. A las tres de la mañana la vi flotar. Se escapaba del barco. Le costaba nadar. Se trepó con dificultad al muelle. Buscó mi ojos (yo iluminé los suyos) y me mostró el arma. Parecía hipnotizada mirándome. Me saludó varias veces. Dudaba de algo. Creo que lloró. Arrojó el cuchillo y se ocultó en el mar. La sirena era libre otra vez.

Yo estaba feliz y no obstante me faltaba algo.  Necesitaba escuchar su canto como en la poesía. Percibir que desde las profundidades me invitaría a un gran paseo ¿ somos libres? Me agradaba la idea de ser como ella. Acompañarla. Me puse el piloto y guardé la linterna. Me acerqué muy despacito a la cama de los abuelos. Los besé a los dos . Les dejé una carta para mamá y papá . Abrí la puerta con cuidado y caminé hacia al muelle. Necesitaba oír su canto…

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La abuela llora.  Hace mucho frío. La policía. Un hombre acuchillado en el supuesto barco abandonado. La desaparición de una prostituta. La mano del abuelo en mi hombro.  Soy testigo de palabras que no entiendo. Suicidio. Miro el mar. Los años. Risas salvajes. Un burdel. Soy un  hombro grotesco. La mano de una mujer en mi hombro. Me llama a un paseo a su habitación. No es ella. Desilusión. Soy otra vez un hombre mirando el mar.Ya nadie toca mi hombro. Espero su canto….
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1 comentario :

  1. Esto no tiene nada que ver con el burdel de las parafilias? O es parte de la saga?

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