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domingo, 26 de abril de 2015

Los Secretos de Caramel - prt31

Cartas de Amor 


Yo siempre tenía las puertas abiertas de la casa de mi mejor amigo cuando quería ir a verlo. Max creció junto a mí desde muy pequeño, por eso su madre sentía mucho cariño por mí.  Ella siempre me permitía entrar a su casa para esperar a mi amigo cuando él no estaba. 
A veces no lo encontraba, pero entraba a su casa para esperarlo en su habitación. Mientras Max no estaba podía hacer lo que quería: recostarme en su cama, jugar con los videojuegos su portátil o mirar algún programa de televisión. Hacía lo que se me antojaba porque éramos buenos amigos y porque yo también le permitía esperarme en mi habitación cuando él iba a buscarme.

Su privacidad como adolescente era muy importante, por eso, a pesar de tener todo su permiso, yo respetaba muchos de sus secretos guardados. Cuando veía algo sospechoso sobre su mesa, como una carta de amor dedicada para Max, no lo leía. Esas cartas de niñas eran cosas suyas, además, porque él mismo solía leérmelas en voz alta sin ninguna pena, y en muchas ocasiones se reía.
“Mira, Caramel, ella dice que le gusto porque soy atractivo, le gusta el color de mi piel y mis ojos azules. Qué te parece”
“A las chicas les gustan los chicos bien parecidos, ¿no?"
“Sí, sí, así son ellas. Si fuera feo seguro que no me estarían escribiendo estas ridiculeces. Si le gusto que me lo diga de frente. Si esta bonita es muy probable que saldría con ella.” “Aquí dice que le gusto desde la primaria, y que…”

Esas cartas eran muy privadas. Era seguro que las pobres chicas enamoradas se habrían armado de valor para entregarlas sin saber que Max los iba a leer en voz alta frente a su amigo.
Las veces que vi sobres de amor en su escritorio se habían vuelto incontables.
Solo una vez sentí curiosidad por carta. “No estará mal si lo leo”, pensé. El color del sobre era azul.  La seriedad de esa carta era muy inusual, porque no tenía pegado ningún adorno de niña ni dibujitos de corazón pintados con colores. Quizá esa seriedad fue lo que llamó mi atención.
Las niñas estaban locas. Max era muy apuesto, por eso solían aparecer cartas entre sus cuadernos, metido en algún bolsillo de su mochila o simplemente una chica me lo daba para dárselo a Max. Él incluso recibía cartas de chicas que cursaban años superiores sin importarles si Max era menor ni mucho menos si él tenía enamoradita.
Me senté en la silla de su habitación y garré el sobre. Lo miré por un par de segundos. Traté de ver dentro del sobre poniéndolo a la luz para ver si tenía dibujitos de ositos tomándose de las manos muy acaramelados. No pude ver nada de eso ya que el papel del interior solo parecía tener letras escritas con lapicero de color azul.
“Es una letra muy bonita”, pensé dudando un poco preocupado, sintiendo escalofríos por toda mi piel. La tentación no me hubiese quemado si el sobre hubiera estado sellado, pero no estaba cerrada. La lengüeta del sobre se había tambaleado mientras lo exponía a la luz. Solo bastaba deslizar el papel escrito para leer el contenido de aquella carta.
“Creo que estoy enamorado”
“No, no creo. Estoy enamorado”

“Que hermosa letra”, pensé mientras leía aquella revelación de la carta. “Corrida y redondeada, sin cortes innecesarios, tan perfecta” “A los profesores también les gusta, porque cuando la veían por primera vez en los apuntes de su clase, no podían evitar decir: Excelente caligrafía, Max”.
—Max está enamorado — dije en voz alta sin pensar.
Esa carta definitivamente había sido escrita por mi amigo. Su letra era inconfundible. Max había trazado hermosas líneas confesando el amor que sentía por alguna chica.
— ¿Te molesta? —escuché decir.
—Max…
Max estaba parado bajo el marco de su puerta. Yo aún tenía el papel en mis manos y el sobre azul vacío se encontraba en la mesa. Me quedé quieto sin saber que decir.
—Si te molesta dímelo. 
—Haz lo que quieras—dije por fin—. De todas maneras algún día te ibas a enamorar. No me importa, no me importa…
— ¿Caramel me hará una escena de celos? —dijo con su tono habitual, poco serio.
Yo hervía por dentro. Lo que esa carta me hizo sentir era algo inexplicable.
—Idiota, haz lo que quieras—dije muy tenso dejando el papel sobre la mesa sin saber que más hacer.
Él se acercó a mí sin que me diera cuenta porque me había quedado mirando el piso.  El agarró mi rostro con ambas manos para que lo mirase.
—Caramel, qué quieres, que este enamorado o no lo esté. Dime.
—Ya te dije…
—No, dime qué es lo que quieres.
—Yo…—respiré profundo y traté de calmarme. En esos segundos de tranquilidad traté de formular la respuesta más correcta—. Quiero que seas feliz —dije finalmente—. Si estás enamorado voy a ser feliz porque te quiero, porque eres mi mejor amigo y quiero que seas feliz. Solo es que…
— ¿Te molesta?
—Sí, lo siento. Creo que le dedicarás más tiempo a esa persona que a nuestra amistad. Pero eso no importa, no me hagas caso, estoy comportándome otra vuelta como un tonto y…
—Voy a olvidarme de esta persona, lo prometo. —dijo interrumpiéndome.
—Max, no tienes que hacerlo.
—Así no perderé tu amistad.
—No, Max, no lo hagas. Si estás enamorado no es correcto hacer eso—dije con un nudo en la garganta.
Max agarró el sobre junto con la carta y lo rompió en pedacitos. Verlo romper ese papel me hizo pensar que quizá lo que él sentía no era amor.  Algunos amigos que se había amenorado me decían que algo tan fuerte como el amor podía hacer que tirásemos todo por la borda. El amor podía afrontar a todo lo que se interrumpiera en su camino.
En ese instante le iba a proponer jugar con los videojuegos o ver algún programa de televisión juntos, pero él se sentó en la silla y apoyó sus brazos en la mesa ocultando su rostro sin decir nada. Entendí que quizá para mí la tormenta había terminado, pero para él iniciaba un desastre muy doloroso en su alma enamorada con su renuncia a esa persona.
— Si tanto quieres entonces vete con ella. Llámame cuando tengas tiempo para tus amigos —reproché enojado aunque no tuve ningún derecho de hacerlo.
Max se puso de pie y me sostuvo del brazo antes de que me fuera.
—No sabes, Caramel—me dijo seriamente. 
Me libré de su agarre. Salí muy enojado de su habitación sin responderle. Bajé las escaleras y crucé la sala con la temperatura alta de la cólera. Mientras salía esperaba que Max apareciera y me jalara del brazo, se riera y volviéramos juntos a su habitación como si nada hubiese pasado, como siempre lo hacía. Pero él no me siguió.
 Crucé la calle, entré a mi casa, subí las escaleras y me quedé quieto apenas cerré la puerta de mi habitación.

—Max idiota— dije caminado hacia el velador para buscar pañuelos y secarme las lágrimas que no dejaban de resbalar por mis mejillas. Mis celos algunas veces eran muy incontrolables.

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