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domingo, 12 de abril de 2015

Los Secretos de Caramel - prt30

Permiso para ir a los S.S.H.H. 


A veces las clases solían ser muy aburridas, tanto así que solía pestañear. No era el único, ya que el profesor de filosofía hablaba y hablaba toda su aburrida clase sin parar, lo cual provocaba bostezos en todos mis compañeros. En ese mismo momento mi mejor amigo Max recibía la clase de matemáticas en su salón, y como era la costumbre de ese profesor, todos debían estar en grupos de cinco para resolver problemas de la materia.
El profesor de matemáticas era un practicante que paraba distraído con su portátil, y el profesor de filosofía era blando y de poco carácter, a quien no le importaba que algunos jugaran con sus celulares.  Max aprovechaba ese momento para mandarme mensajes de texto porque sabía que no iba a tener problemas en responder.

“Que hace mi princesa”, me escribió.
“No me llames de esa manera, no me gusta”, reclamé.
“Pero eres mi princesa”

A pesar de que me hacía enojar cuando me nombraba con esos apelativos para niña, no podía evitar sonreír. Sus mensajes me dibujaban una sonrisa cuando me respondía insistentemente después de cada respuesta mía. 
“Ven a los S.S.H.H.”, escribió.

Max sabía que el profesor de filosofía era muy blando, por eso, si yo le pedía permiso para ir a los servicios higiénicos, me iba a dejar. Yo no dudé. De inmediato me encontraba caminando por el patio central en dirección al servicio principal, el que tenía más cubículos, donde Max solía esperarme cuando me mandaba ese mensaje. 
El servicio higiénico se encontraba en un callejón muy largo donde se apilaban varios de los cubículos consecutivamente de igual manera que los lavaderos. El techo de la primera planta tenía una altura exageradamente alta, por lo cual las luces colgaban de largas cadenas con el fin de que pudieran iluminar eficazmente.  Siempre consideré que el servicio higiénico principal era terrorífico.
—Ven, aquí estoy—escuché.
Max me esperó en un cubículo. Había salido lo suficiente como para llamarme con movimientos de su mano. Yo me acerqué a él. Ya sabía para qué me había llamado con ese mensajito de texto. Mis mejillas se empezaron a sonrojar más con cada paso que daba. Estar en el baño principal del colegio en plena clase era un acto de rebeldía de ambos ya que ninguno necesitaba estar ahí.
Apenas estuve a unos pasos del cubículo donde Max estaba, me jaló al interior y me empujó contra la pared.  Max acercó sus labios muy cerca a los míos y me miró con sus hermosos ojos azules sin decir ni una sola palabra.  Él me agarró el rostro con ambas manos para evitar que desviara la mirada y con eso advertirme que no iba a permitir que me alejara. Sus labios rosaron los míos muy despacio, pero de manera breve, ya que al instante pude sentir la humedad de sus labios en los míos. Yo solo cerré los ojos y dejé que me besara hasta que no pude soportar lo bueno que era manteniéndose junto a mí sin ninguna pausa.
—Espera, no me dejas respirar—lo empujé un poco nervioso.
—Cuántos segundos Caramel quiere descansar de mis besos.
—Sólo no me veces así de improviso o en uno de estos días me ahogarás de verdad.
Max me volvió a besar de improviso pese a mi advertencia. La experiencia de sus besos me ahogaban, pero a pesar de eso, me encantaba sentir el desliz dela piel de sus labios húmedos con los míos. Me gustaba sentir esos suaves movimientos en el interior de mi boca que provocaban que mi temperatura subiera a tal punto de asustarme muchísimo.
Estar encerrados en un cubículo del baño en plena clase era nuestro acto de rebeldía.
Nosotros teníamos que guardar silencio cuando escuchábamos pasos.  Nuestro mayor peligro era ser descubiertos. Solo después, luego que dejábamos de escuchar pasos, Max se reía de lo tensó que me ponía y luego reanudaba sus besos. Apenas tomaba conciencia de que nuestro tiempo en el baño se había triplicado.
— ¿Te gustaría que alguien nos descubra? —le dije con tono de regaño.
—No, pero es divertido estar encerrados haciendo esto mientras alguien más está en su cubículo sin saber que estamos aquí.
El me volvió a besar, pero esa vez más despacio, pegando mi cuerpo al suyo, ayudándome a alcanzar sus labios. Todas esas sensaciones provocaban que mi cuerpo se desvaneciera y perdiera toda la fuerza en sus brazos posesivos. Me sostenía de sus hombros con deseos de que ese beso no finalizara, porque lo deseaba y me gustaba mucho. Estaba olvidando el tiempo, pero unas pisadas y el sonido de una de las puertas me volvieron a la realidad. A Max no le importó. Él continuó besándome, y sin poder resistirme, lo abracé para sostenerme más a él.

—Ya no me mandes esos mensajes— le reproché al sentir que esos pasos se iban.
—Si no te gusta no vengas y quédate en tu salón escuchando al profesor de filosofía. Déjame plantado, no me molestaré.
Él jugaba muy interesado con los flequillos de mi cabello sin alejar sus ojos de los míos.
—No voy a hacer eso—respondí alejándome—. Mejor regresemos.
El profesor continuaba hablando de filosofía cuando regresé. Mis compañeros seguían distraídos con sus celulares, otros dibujando e incluso algunos conversando entre susurros. Mis mejillas aún seguían sonrojadas, pero nadie lo notó porque continuaban en lo suyo.

Aún podía sentir el sabor de los labios de Max en los míos, y a pesar de parecer el único en prestar atención a la clase, mi mente estaba en ese cubículo junto a Max.

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