Etiquetas

sábado, 28 de septiembre de 2013

EL SILENCIO. UNA FÁBULA por EDGAR ALLAN POE


Escúchame , dijo el Demonio, 
mientras ponía su mano en mi cabeza. 


La región de que te hablo es una región lóbrega de Libia, 
en las riberas del río Zäire. 
Y allí no hay quietud ni silencio. 


Las aguas del río tienen un color enfermizo y de azafrán; 
y no corren al mar, 
sino que siempre palpitan y palpitan bajo el ojo rojo del sol 
con un tumultuoso y convulso movimiento. 
Por muchas millas a ambos lados del lecho lamoso del río 
hay un pálido desierto de nenúfares gigantes. 
Suspiran unos sobre otros en aquella soledad, 
y estiran hacia el cielo sus largos y lívidos cuellos, 
y mueven a un lado y al otro sus cabezas eternas. 
Y hay un murmullo confuso 
que brota de entre ellos 
como el correr del agua subterránea. 
Y suspiran unos sobre otros. 

Pero hay un límite a su reino– 
el límite del oscuro, horrible, altísimo bosque. 
Allí, como las olas en las Hébridas, 
la maleza baja está constantemente agitada. 

Pero no hay un viento en todo el cielo. 
Y los elevados árboles primaverales eternamente se mecende aquí para allá 
con un estridente y poderoso ruido. 
Y de sus altas cimas, uno por uno, 
gotea un eterno rocío. 

Y a sus pies 
extrañas flores ponzoñosas se retuercen en un sueñointranquilo. 
Y arriba, con un susurrante y agudo sonido, 
las nubes grises corren eternamente hacia el oeste, 
hasta que ruedan, en catarata, por el muro feroz delhorizonte. 

Pero no hay un viento en todo el cielo. 
Y en las orillas del río Zäire 
no hay ni quietud ni silencio. 

Era de noche y la lluvia caía, 
y, al caer, era lluvia, 
pero, cuando había caído, era sangre. 
Y yo ahí estaba en la ciénaga entre los altos lirios, 
y la lluvia caía sobre mí– 
y los lirios suspiraban unos sobre otros 
en la solemnidad de aquella desolación. 
Y, de súbito, la luna se levantó tras la delgada lívida bruma, 
y era de color carmesí. 
Y mis ojos se posaron sobre una enorme roca gris 
que había a la orilla del río, 
y era alumbrada por la luz de la luna. 


Y la roca era gris, y lívida, y alta, 
–y la roca era gris. 
Por delante había caracteres labrados en la piedra, 
y yo crucé la ciénaga de nenúfares, 
hasta llegar ya casi a la orilla, 
para poder leer los caracteres de la piedra. 
Pero no los podía descifrar. 
Yo regresaba entre la ciénaga, 
cuando la luna brilló con un rojo más vivo, 
y me volví y miré otra vez a la roca, 
y a los caracteres; 
–y los caracteres eran DESOLACION. 


Y miré hacia arriba, 
y había un hombre en la cima de la roca; 
y me oculté entre los nenúfares 
para descubrir lo que el hombre estaba haciendo. 


Y el hombre era alto y de un aspecto imponente, 
y estaba envuelto 
desde los hombros a los pies en la toga de la Roma antigua. 

Y el perfil de su figura era confuso? 
pero sus facciones eran las facciones de un dios; 
porque el manto de la noche, 
y de la bruma, y de la luna, y del rocío, 
dejaban al descubierto las facciones de su rostro, 
y su semblante era altivo por el pensamiento, 
y sus ojos fieros por la preocupación; 
y, en los pocos surcos de sus mejillas 
yo leí las fábulas de la tristeza, y el tedio, y el disgusto de los hombres 
y un ansia de soledad. 

Y el hombre se sentó sobre la roca, y apoyó la cabeza 
sobre su mano, 
y miró la desolación. 

Miró abajo los inquietos y bajos arbustos, 
y arriba los altos árboles primaverales, 
y más arriba aún el cielo susurrante, 
y la luna carmesí. 
Y yo estaba allí cerca bajo el abrigo de los lirios, 
y observaba lo que el hombre estaba haciendo. 
Y el hombre temblaba en la soledad;– 
pero la noche se desvanecía, y él estaba sentado en la roca. 

Y el hombre apartó los ojos del cielo, 
y miró el lóbrego río Zäire, 
y las lívidas aguas amarillas, 
y las pálidas legiones de nenúfares, 
y el hombre escuchó los suspiros de los nenúfares, 
y el murmullo que brotaba de entre ellos. 
Y yo estaba cerca en mi escondite 
y observaba lo que el hombre estaba haciendo. 
Y el hombre temblaba en la soledad– 
pero la noche se desvanecía, y él estaba sentado en la roca. 

Entonces bajé a lo recóndito de la ciénaga, 
y fui lejos en la espesura de los lirios, 
y llamé los hipopótamos 


que habitan los pantanos 
en lo recóndito de la ciénaga. 
Y los hipopótamos oyeron mi llamado, 
y vinieron, con el behemoth, al pie de la roca, 
y lanzaron rugidos recios y terribles bajo la luna. 
Y yo estaba cerca en mi escondite 
y observaba lo que el hombre estaba haciendo. 
Y el hombre temblaba en la soledad– 
pero la noche se desvanecía, y él estaba sentado en la roca. 


Entonces maldije a los elementos con la maldición del 
tumulto; 
y una espantosa tempestad se congregó en el cielo 
donde, antes, no había ningún viento. 

Y el cielo se puso lívido con la violencia de la tempestad– 
y la lluvia cayó sobre la cabeza del hombre– 
y las aguas del río corrieron– 
y el río se atormentó entre espumarajos 
y los nenúfares dieron alaridos en sus lechos– 
y el bosque fue derribado por el viento– 
y el trueno rodó– 
y el relámpago cayó– 
y la roca se estremeció en sus cimientos. 

Y yo estaba cerca en mi escondite 
y observaba lo que el hombre estaba haciendo. 
Y el hombre temblaba en la soledad– 
pero la noche se desvanecía, y él estaba sentado en la roca. 

Entonces me enfurecí y maldije, 
con la maldición del silencio, 
el río, y los lirios, y el 
viento, y el bosque, 
y el cielo, y el trueno, y los suspiros de los nenúfares. 
Y quedaron malditos y se 
aquietaron. 

Y la luna dejó de subir tambaleando su camino del cielo– 
y el trueno enmudeció– 
y el relámpago no alumbró– 
y las nubes quedaron inmóviles colgadas– 
y las aguas volvieron a su nivel y permanecieron– 
y los árboles dejaron de mecerse– 
y los nenúfares no suspiraron más– 
y el murmullo ya no volvió a oírse entre ellos, 
ni una sombra de sonido en todo el vasto ilimitado 
desierto. 
Y miré los caracteres de la roca, 
y habían cambiado– 
y los caracteres eran SILENCIO. 

Y mis ojos se posaron en el semblante del hombre, 
y su semblante estaba pálido de terror. 

Y, velozmente, levantó la cabeza de su mano, 
y se puso de pie sobre la roca y escuchó. 
Pero no había ni una voz en todo el vasto ilimitado desierto, 
y los caracteres de la roca eran SILENCIO. 

Y el hombre se estremeció, 
y apartó su rostro, 
y huyó lejos, aprisa, 
y no volví a verlo jamás. 


Pues bien hay bellos cuentos 
en los volúmenes de los Magos– 
en los melancólicos volúmenes 
de cerradura de hierro de los Magos. 

En los cuales, como digo, 
hay gloriosas 
historias del Cielo, 


y de la Tierra, y del Mar poderoso– 
y de los Genios que gobiernan el mar, 
y la tierra, 
y el alto cielo. 

Había también 
mucho saber en los dichos que decían 
las Sibilas; 
y sagradas, sagradas 
cosas se oyeron hace tiempo junto a 
las hojas oscuras que tiemblan en torno a Dodona 
pero, como vive Alá, 

la fábula que el Demonio 
me dijo sentado junto a mí 
en la sombra de la tumba, 

¡yo sostengo que es 
la más bella de todas! 

Y cuando el Demonio 
puso fin a su historia, 
cayó en la cavidad de la tumba 

y rió. 

Y yo 
no pude reír con el Demonio, 

y él me maldijo 
porque no pude reír. 

Y el lince que habita eternamente 
en la tumba, 
salió de allí, 
y cayó a los pies del Demonio, 
y lo miró fijamente a los ojos. 

No hay comentarios. :

Publicar un comentario