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viernes, 27 de septiembre de 2013

Muertes duplicadas - por Sinuhé.


Marta tenía todo lo que se puede desear. Una vida plena y feliz, una preciosa casa junto a la playa, un trabajo que le gustaba, un compañero ejemplar y sus dos preciosos gemelos. Los días transcurrían entre juegos y risas con sus pequeños. Sentada en el balancín del porche, observaba con ternura los juegos de sus hijos en la arena de la solitaria playa. Pero aquel día… nunca se perdonará lo que ocurrió aquella mañana de abril. Tan solo fue un momento, tan solo unos breves minutos que la atormentarán por el resto de sus días. Marta entró en casa para prepararse un té y ya de paso, preparar unos sándwiches para sus hijos y, al salir con el almuerzo, éstos habían desaparecido y en la playa, tan solo el graznido de las gaviotas quedaba resonando en el aire para increparle su irresponsabilidad. Gritos, llamadas, vecinos preocupados… el mar escupió los cuerpos de los gemelos pocas horas después.
Ahora han pasado ocho años desde entonces. La naturaleza, quizás en compensación por su dolor, obsequió a Marta y a su marido con otros dos gemelos. Todavía siguen viviendo en la misma casa, pero una gran valla les separa ahora el asesino mar. Los miedos y las obsesiones de Marta han hecho que la playa sea para los niños algo terrorífico y misterioso. Y quizás ese miedo inducido sea lo que les atrae con tanta fuerza.
Marta, como en un cruel Dejavú, entra temprano con la bandeja del desayuno en la habitación de los niños para darles los buenos días. Pero solo encuentra las camas vacías. De repente, sus músculos se tensan y entre el estruendo de vasos y cubiertos al estrellarse contra el suelo, alcanza a escuchar más allá de las ventanas las risas o gritos de sus hijos… no es capaz de distinguir…
Mientras que totalmente aterrorizada corre hacia la playa, en su mente no de barajan más opciones que las ya vividas. Sus llorosos ojos tan solo  descubren en la desértica playa dos bultos, que destacan a lo lejos en  la espumosa línea blanca de las olas. De nuevo las gaviotas la martirizan desde el aire, girando en círculos como los buitres.
A escasa distancia de los niños, siente que le falta el aire, se ahoga en espasmos y recorre los últimos metros prácticamente arrastrándose. Los dos cuerpecitos están juntos, como dormidos y totalmente empapados. Pero de repente, abren sus ojos y sonríen abiertamente y al unísono le dicen a Marta:
 – No te preocupes mamá, no nos va a pasar nada… ya nos ahoguemos una vez y no nos volverá a pasar.

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