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sábado, 28 de septiembre de 2013

Fobias y venganzas - por Ana Rivas


Aurora era una chica tímida y retraída. Siempre había estado enamorada de Luis, el más aguerrido y apuesto del lugar. Claro, que también era el más rico, hijo de una familia rica con la mansión más grande que había por aquellos lugares. También tenían tierras y ganado, grandes viñedos y muchos olivos. Jamás pensó que se fijaría en ella.
Luis estaba acostumbrado a que besaran el suelo por donde pisaba y aunque tuvo muchas amantes, nunca quiso formar con ninguna de ellas una familia. En el fondo él era muy tradicional, y quería para su casa la clásica mujer sumisa, a la que no faltara de nada pero que hiciera lo que él quisiera. Un florero dispuesto para las fiestas y cenas de gala, pero sin oportunidad de pensar y decidir.
Aurora no conocía esa faceta de la personalidad de Luis, y cuando él se la declaró no tardó un segundo en decirle que sí. En esos momentos se sentía la mujer más afortunada de la tierra.
Después de los preparativos llegó el día de la boda. Aurora no tenía familia. Sus padres habían muerto y era hija única y había aceptado el puesto de maestra en el pueblo. Con el resto de su familia no tenía apenas trato. Así que se ocupó de todo Luis, de las flores, del vestido, del convite… Ella no lo vio como una anulación sino como una muestra de amor.
Cuando se casaron y bailaron su primer vals creyó estar en las nubes. Todo era felicidad y armonía.
Al acabar la fiesta se retiraron a su habitación y ahí empezó el calvario de Aurora.
Luis, que la consideraba de su propiedad no fue agradable ni cariñoso. La forzó y obligó a hacer cosas que no quiso, y entre medias se le escapaba alguna bofetada.
-No tienes donde ir, y no te dejaré marchar. No se te ocurra dejarme o te perseguiré. A partir de ahora eres mía y harás lo que yo quiera.
Pasaron los meses entre humillaciones y palizas y Aurora empezó a demacrarse y adelgazar.
El médico la mandó vitaminas. Claro, eran los nervios de la nueva vida, una muchacha sola y encontrarse con ese lujo al que no estaba acostumbrada…
Pero Aurora, no se hundió. Comenzó a tramar un plan. Sabía que su marido, con todo su orgullo, tenía una fobia. Le daba pánico ser enterrado vivo. Había dejado escrito ante notario que el día de su muerte lo enterraran en una caja con la tapa de la madera más fina posible, una bombona de oxigeno para 24 horas y una linterna, y no podía estar más profunda en la tierra de 60 cm. Además exigía una pala pequeña también. Aurora tuvo que firmar como testigo, y Luis la dijo que si era asesinado ella no heredaría nada.
Aurora empezó a leer sobre venenos. Descubrió uno, que en dosis muy pequeñas no era letal, pero dejaba a la víctima en estado de catalepsia y oiría todo pero sin poder moverse.
Una mañana Luis no reaccionó. Aurora lloró y gritó y llamó al médico. Este certificó su muerte, un ataque al corazón… Qué lástima tan joven.
Aurora recibió condolencias y miraba sin parar a Luis, allí estiradito en su caja. Luis, en su interior, pensaba que en cuanto despertara y saliera de la caja se dedicaría a mortificarla y la volvería loca. Las horas se le hacían muy largas pero estaba tramando su venganza.
Todo se dispuso como él quiso y llegó el momento del entierro. Y entonces Aurora, pidió que le dieran la vuelta a la caja y reforzaran la base como una lámina de acero. Luis en su interior notó golpes y sacudidas, pero pensó que era normal.
Enterraron a su marido a 60 cm, con la linterna y el oxígeno,…sí, pero ninguna clausula decía que no pudiera poner la base de acero y que fuera enterrado al revés.
Al pasar 24 horas Luis pudo moverse y quiso empezar su labor. Cogió la pala, encendió la linterna, pero no pudo hacer nada. Los chillidos eran terribles, se dio cuenta de que ese era su fin, y Aurora asomada a la ventana de su mansión reía sin parar pensando en la gran vida que a partir de ese momento se iba a dar.

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