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miércoles, 12 de febrero de 2014

La verdadera historia de una enfermera Joy.


Otro día más de trabajo. Levantarse temprano, bañarse y lavarse los dientes; desayunar y ponerme el uniforme de enfermera. Esa era la vida de una Joy de ciudad, estar siempre lista a ayudar a los pokemon de los demás, curar a las pobres criaturas que miles de entrenadores estúpidos maltratan para su propia diversión.
No me malinterpreten, yo amo a los pokemon, no hay nada que quiera más en este mundo, desde pequeña fue mi sueño ayudarlos, y crecer junto con ellos, poder ser una más entre sus compañeros.

Recuerdo la primera compañera que tuve, mi linda Happiny, a quien llamé Esmeralda, debido al color de sus ojos. Nació de un huevo que me regalaron unos ancianitos muy amables, cerca de Goldenrod, la señora (cuyo nombre siempre fue un misterio, todos la llamaban Daycare Lady) me dijo que el pokemon que habitaba ese huevo estaba destinada a ser mi compañera, ojalá hubieran visto mi cara el día que ella nació. Yo tenía unos 8 años apenas, fue el día más feliz de mi vida.

Mi mamá siempre me dijo que tenía madera de enfermera, lo cual era la tradición de la familia. Junto a mi Happiny solía curar a los pokemon de mis amigos, cuando éstos se lastimaban por culpa de ellos, no era realmente buena, pero al menos los hacía sentir bien, hasta que pudieran ir con una Joy de verdad.
Creo que desde ese momento todo se vino abajo, a los 16 años, junto a mi compañera comenzé el curso para ser enfermera, después de arduos estudios y mucho esfuerzo, finalmente logré recibirme unos cinco años después, aún tengo en mi memoria el día que me recibí, como uno de los momentos en los que más me sentí importante en mi vida.


Pero luego pasé a descubrir que realmente no todo era lo que parecía, que ya no iba a curar simplemente unos raspones.
Llegué a trabajar en el Pokemon Center de Ecruteak primero, donde mi tía era la enfermera oficial, yo empezé como ayudante, junto a mi amiga Chansey (la cual había evolucionado hace poco) y comenzé a darme cuenta… que no todo sería color de rosas.
Fue un día algo lluvioso, yo ya había tenido que ayudar a curar varios pokemon muy heridos, me rompía el alma tener que ver la forma en que sufrían, todo por culpa de aquellos desgraciados entrenadores, juro por dios que la mitad de ellos ni se preocupa por aquellos que llaman “compañeros”, todos son unos simples hipócritas.

Como decía, ese día mi tía había tenido un accidente debido a un Scyther que se puso nervioso cuando lo tratamos de curar, era un corte algo profundo, pero nada serio realmente, aunque tuvo que ir al hospital para asegurarse, por lo que yo tuve que asumir el mando. No me preocupaba realmente, era una chica dedicada y casi profesional, además dudaba que mucha gente viniera con este clima, pero me equivoqué.
Un joven llegó poco antes de que cerráramos, traía en manos un pokemon envuelto en una manta, era un pequeño Charmander, el cual parecía muy lastimado, y respiraba con extrema dificultad. Rápidamente lo llevé a enfermería, con la ayuda de mi amiga Chansey tratamos de hacer todo lo que pudimos, al parecer el pequeño había estado en una pelea de práctica, en el medio de la lluvia, no sólo fue apaleado, sino que la llama de su cola apenas brillaba, y parecía sólo una pequeña chispa.



¿Realmente quieren saber que pasó? Odio recordarlo, cada noche que esa imagen aparece en mi mente, se me hace extremadamente difícil dormir.
El pequeño me miraba suplicante, no entendía que pasaba, no entendía por que tenía que sufrir de esa forma, ¿Acaso asi era la vida de su especie? ¿Sólo servían ellos para luchar por sus entrenadores y salir lastimados? ¿Éran solamente un instrumento de diversión para los demás? Yo podía ver todas estas dudas en sus ojos, lo sentía, podía sentir su dolor, mientras su vida se apagaba, mientras esa poderosa llama desaparecía de sus ojos. 
Me quedé junto a él cuando murió, no importa cuanto traté de mantenerlo con vida, cuanto traté de mantener esa llama ardiendo, al final era demasiado para mí.

Comenzé a llorar cómo nunca en mi vida, Esmeralda estaba detrás de mí, también lloraba, lo sabía aunque no la viera, tomé el cadáver del pequeño y lo envolví con una manta, ni siquiera le respondí al entrenador cuando me preguntó que pasó, simplemente salí al jardín, e hice un agujero en la tierra con ayuda de mi amiga y lo enterré allí.
Me quedé horas arrodillada frente a la tumba del pequeño pokemon, mientras la lluvia seguía cayendo torrencialmente, golpeándome, cómo si fuera un castigo por no poder haberlo salvado. No volví a ver al entrenador del Charmander, probablemente entendió lo que había hecho, y se marchó.
No lo entendí entonces, no hasta que mi tía llegó del hospital, horas después, y me encontró en ese lugar, le conté lo que habia pasado, mientras las lágrimas seguían empapando mi rostro, la abrazé, era lo que necesitaba en ese momento, un hombro en el cual apoyar la cabeza, alguien que me escuchase, era lo único que podía pedir.

Ella me limpió las lágrimas de mis mejillas, y me explicó el verdadero secreto de nuestra profesión, ser enfermera no era un trabajo para cualquiera de la familia, que ésta clase de cosas pasaban, y una tenía que ser fuerte para soportarlo, por mas horrible que fuera.
Me dijo que quizá debería dejar esa profesión, pude ver que realmente se preocupaba por mí, pero no era hora de mirar atrás.

Varios meses pasaron, decidí seguir mi camino de enfermera, Esmeralda y yo no teníamos razón para rendirnos, de eso se trata nuestro trabajo, esta escrito ya que ambas sufriremos lo indecible al ver a las pobres criaturas sufriendo por culpa de entrenadores idiotas, pero todo valía la pena al final, valía la pena poder ver las caras felices de la mayoría de ellos al curarlos, servíamos como sus guías, cómo sus amigas, que les demostraban que no todo en este mundo era pelear para ellos.

Pero la verdad es que yo había cambiado desde entonces, me había vuelto mucho mas fría en lo que respectaba a otras personas, veía cómo monstruos a aquellos que día a día entraban al Pokemon center, luego de una batalla perdida, para que yo tuviera que arreglar sus errores. Me enfermaba tener que fingir amabilidad con ellos, realmente no me quedaba de otra, después de todo si no lo hacía la gente dejaría de venir aquí, y yo no podría ayudar a los pokemon, lo único que me importaba de mi profesión.

Como dato curioso, los coordinadores me parecían igualmente estúpidos, de hecho muchas veces me daban mas repulsión que los entrenadores, al menos ellos viajaban con los pokemon, se hacían fuertes juntos, algunos incluso se hacían cargo de sus compañeros con amabilidad y respeto, en cambio los otros simplemente usaban a los pokemon como herramientas de belleza, se presentaban en concursos, representaciones asombrosas de hipocresía, donde los jueces evaluaban que tan bien se veían, y cómo desarrollaban sus presentaciones.
¿Realmente creen que a los pokemon les gusta eso? Obligarlos a verse mejor, y realizar trucos estúpidos en frente de miles de personas que sólo buscan entretenerse viendo espectáculos falsos de belleza.

Pero creo que me estoy yendo del tema, los años siguientes me encargué yo misma del PC, debido a que mi tía cayó presa de una enfermedad, y no se encontraba en condiciones. Yo iba a visitarla todos los días, mi madre vivía demasiado lejos, y ella era la única que realmente se había preocupado por mí todo este tiempo, era alguien a quien realmente quería y respetaba, ella entendía el valor de los vínculos entre una persona y su pokemon, su Blissey y ella eran un perfecto ejemplo, estuvieron juntas toda la vida, y siempre trabajaron para poder hacer mejor éste mundo, a su propia manera.



Pasaron un par de años, y por suerte no presencié la muerte de ningun otro pokemon, aunque en varias ocasiones tuve que curar a algunos que se encontraban en muy mal estado. Aún así la imagen de ese Charmander seguía en mi memoria, y me perseguía en sueños, después de todo este tiempo pude entender que yo no tenía la culpa pero aún así me hacia sentir miserable el hecho de que no pude hacer nada por él, varias veces se me aparecía como un imponente Charizard, probablemente para recordarme el hecho de que nunca podría llegar a ser por fuera lo que era por dentro.

Claro que las pesadillas siempre vuelven, en el peor de los casos, al mundo real.

Era un día algo tranquilo, no mucha gente venía hoy ya que el lider Morty se iba de la ciudad un tiempo, y todos iban a despedirlo.
Uno de los únicos que vino fue un muchacho, algo mas joven que yo, el cual venía muy seguido últimamente, me entregaba un pokemon que no parecía realmente estar muy lastimado, y cuando se lo entregaba de vuelta curado, se quedaba mirándome, como si quisiera decirme algo, y luego se iba sonrojado. No se muy bien a que iba todo eso, pero no le di mucha importancia por el momento.

El día vino acompañado con una noticia terrible, tuvieron que trasladar a mi tía a un hospital, debido a que había empeorado bastante, allí sufrió de un ataque respiratorio, que terminó con su vida. De alguna forma, no podía creerlo cuando me lo dijeron los doctores.
Desde ese momento entré en un especie de shock, por raro que parezca, no lloré por su muerte, simplemente volví a casa y me acosté, no podía pensar nada, no podía reflexionar nada, quizá por dentro aún no lo había asimilado, quién sabe.
Al otro día pasó lo peor, yo me encontraba en el mismo estado, en mi trabajo, cuando una chica llegó desesperada, con su Vulpix en brazos, había ido a desafiar a un entrenador muy fuerte, pero las consecuencias se veían a simple vista, el pequeño no abría los ojos, y sangraba por un costado, también podían observarse varios golpes que tenía en el cuerpo.

Como si hubiera despertado en ese momento, lo llevé a cirugía, yo y Esmeralda nos pusimos a trabajar, teníamos que lograrlo ésta vez, no ibamos a fallar, no ibamos a dejarnos vencer nuevamente.
Gracias a dios pudimos salvarlo, después de una pequeña cirugía para reducir la hemorragia, y varios medicamentos, pudimos darle de alta, pero no lo hicimos.
Parecía que algo hubiera estallado en mi interior, lo que dentro de mí guardé desde que me comunicaron la muerte de mi tía salió a la luz.

Salí gritándole a la chica que se encontraba esperando en el pasillo, le dije de todo, que era una irresponsable, una persona horrible, que no merecía tener al pokemon que le habían dado, le tiré la pokeball, la cual casi se rompe en el suelo, y le dije que volviera por su pokemon cuando aprendiera a tratarlos mejor, y no como simples herramientas.
La muchacha se marchó, en medio del llanto. Yo volví a la sala de cirugía, donde el pequeño Vulpix se recuperaba en una camilla, durmiendo.

Inconcientemente, acaricié su pelaje, y acto seguido me desplomé sobre una silla al lado de la cama, mi Chansey me acompañó, abrazándome, podía sentir que compartía el dolor que yo sentía ahora.

-Ya no me queda nada más.- Le dije, mientras evitaba mirarla.- No puedo seguir con esto Esmeralda, es demasiado… demasiado para mí, ya no puedo soportarlo.-

La abrazé, por un momento pude sentir que no estaba realmente sola, pero aún así me encontraba ante un dilema desgarrador, no quería dejar de ayudar a los pokemon, esto era lo único en lo que era buena, pero también sufría día a día, de forma que no podía evitarlo.
Estuvimos ahí toda la noche y la mañana del día siguiente, ninguna otra persona vino, para entonces, seguramente todos en la ciudad estarían enterados de que le grité a esa chica, y no querrían dejar a sus pokemon en cuidado de alguien como yo.
Por mi parte, había tomado una desición, no importaba lo que tuviera que pasar, o cuanto dolor tenga que soportar al ver lastimados a los seres con los que crecí, es mi trabajo tratarlos, ayudarlos, alguien tiene que hacerlo, y por más que yo no sea la indicada, no voy a dejar que nadie más tome mi lugar… aún asi…

Sonó el timbre de la recepción, alguien había llegado.

En el fondo, ambas sabíamos que era sólo cuestión de tiempo, antes de querer rendirse nuevamente…

Me levanté, casi mecánicamente, limpiándome las lágrimas, y yendo a hacer mi trabajo.

Quiza… todo esto sea inúti, no creo realmente poder hacer una diferencia, ¿Acaso podría una chica como yo, solitaria y depresiva poder darle a los pokemon la alegría que necesitan para mejorarse?

Ni siquiera ví quién había venido, simplemente extendí mi mano, resignada, para recibir la pokeball que seguramente iba a darme… nada iba a cambiar, nada…

Algo cayó en mi mano, no era una pokeball ¿Qué era? Se sentía… suave, casi como papel.
Miré sorprendida lo que ahora tenía en mis manos, era un hermoso ramo de flores de todos los colores posibles, se podían distinguir orquídeas, lirios, rosas y muchas otras.



Levanté la mirada, totalmente desconcertada, y me lo encontré. Éra él, el muchacho extraño que venía de vez en cuando y se sonrojaba, también estaba muy rojo ahora, pero me miraba fijamente, decidido, yo no pude expresar palabra alguna, así que el fue quién habló.
-Yo… escuché lo que pasó, y quiero que sepas que… ehh, yo… ¡Yo no les creo nada y se que vos no sos una mala persona como ellos dicen.- Gritó, mientras la sangre le ponía la cara de un color más rojo aún, yo no supe realmente que decir, poco a poco comenzaba a atar cabos en mi mente.
-Hace mucho que… quería darte esto.- Dijo.- Siempre venía a verte, quería invitarte a salir, pero… nunca tuve realmente el valor.-

-¿El… valor?- Pregunté, seguramente muchos se hubieran reído al ver la cara que había puesto.-

-Yo… te admiro, realmente creo que es hermoso el trabajo que hacés… todos los días sacrificás tu felicidad para curar a los pokemon, es algo realmente… muy lindo.- Dijo él, por primera vez me miró a los ojos.- No sos como cualquier chica… yo… creo que esto me impresionó realmente… lo que realmente quería saber era si… alguien cómo vós querría… salir conmigo, en algun momento quizá… si querés.-

Una pequeña burbuja hizo eco en mi interior, y una sonrisa se dibujó en mi rostro, me dí vuelta, ya que una lagrima se me había escapado, no podía explicarlo, pero me sentía… feliz, el parecía entenderme, por mas estúpido que sonara eso, quizá me encontraba vulnerable.

-¿Un entrenador cómo vos?- Le pregunté, en tono de burla.- Seguro sos de aquellos que maltratan a sus pokemon para divertirse ¿O me equivoco?

El chico me respondió acalorado.
-¡Eso no es cierto!- Gritó.- Yo no soy como ellos, yo cuido de mis amigos, en serio, nosotros viajamos para fortalecernos, pero jamás los usaría para algo tan egoísta, tenés que creerme, yo…-

Comenzé a reír, a lo que él dejó de hablar, para poner una mueca de confusión total, la cara que puso se me había hecho demasiado cómica, tomé las flores y las puse encima de una mesita, y luego me acerqué nuevamente.
-Era solamente una broma.- Le dije, dándole la mano.- Pero es de mala educación pedirle una cita a una chica sin decirle tu nombre ¿No creés?-

-Ahh si, eso… me llamo Lyre, mucho gusto.- Dijo él, ahora parecía más aliviado, era un muchacho apuesto, tenía un cabello negro y largo, y unos ojos verdes muy bonitos.-
-En ese caso… “Lyre”.- Dije pronunciando su nombre en tono burlón.- Supongo que podré tener un pequeño descanso digamos… ¿Mañana a las ocho? ¿En la fuente de Ecruteak?-

-Es un hecho.- Dijo el chico, parecía estar en extremo contento y aliviado.- Emm… si, entonces yo… ehm…-
-Andate.- Le dije.- Estoy ocupada ahora, además nos veremos mañana, andá a entrenar o esas cosas que hacen ustedes.

El chico obedeció, y se marchó, apenas se fue agarré el ramo de flores, y busqué un jarrón para ponerlo, de detrás de la puerta me observaba Esmeralda, que parecía estar a punto de echarse a reír.
Me acerqué a ella y la abrazé, no necesité contarle lo que pasó, simplemente dedicarle una sonrisa.
Todo ese día nos dedicamos a cuidar al pequeño Vulpix, por dentro me sentía mejor, de alguna forma, y también algo nerviosa por mi cita de mañana, pero aún así dejé todo eso de lado para seguir cuidando a mi paciente.
Por que la verdad… no importa lo que pase, no importa las dificultades por las cuales tenga que pasar, no voy a dejar de ser quien soy, éste es mi trabajo, es mi deber y solamente yo puedo hacerlo, solamente yo puedo cuidar a mis amigos pokemon, sólo yo puedo ser la enfermera Joy de este lugar.

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