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sábado, 19 de julio de 2014

Niños asesinos, por Natàlia Senmartí.


Sus miradas se cruzaban, cómplices, alborotadas, iban a lo suyo con una determinación genética, sonrientes, jugando al escondite en los túneles, en las celdas y en las galerías del complejo donde habían nacido.
Cuerpecillos inmaduros, risitas o gorjeos en la penumbra, sin detenerse más que para recoger pedacitos de fruta, pura glotonería. Se les despertaba el apetito.
La leve claridad les indicó el camino y hacia ella se encaminaban.
__ ¿Cómo se llama tu madre?__preguntó una, mostrando los dientecitos nuevos a su compañera.
__ No sé, se llama como la tuya, Madre ¿no?
Al ser criaturas no podían resistirse a jugar de tanto en cuando, y de nuevo, en los cruces de las avenidas, por grupos afines; el “pilla pilla” o los “indios” o los “piratas”, “churro medio mango y mangotero” la comba o “el corro de la patata”, les, y las, entretenía un ratito, lo justo para divertirse ya que tenían a favor el tiempo y el destino.

__ ¿Y esa cosa grande y seca?__ exclamó un niñito dando un salto.
__ Cosas de antes__ respondía la de su lado, con un ademán de asco en el tierno rostro. Procuraban sortear los deshechos quebradizos apilados por todas partes que crujían al pisarlos. Aquellas basuras mostraba signos de anatomía: cabeza, extremidades, pupilas que se evaporaban soplando.
Hacía calor y llegaron a la antecámara sudorosas/os, aunque alegres, divertidas y divertidos. Desde el orificio del techo se filtraba la lluvia y al cabo de un momento, por arte de magia, penetró la luz de la luna llena ¡buen augurio!
Resbalaban en el barro formado por el aguacero. En la laguna que no vieron porque estaba oscuro, se ahogaron una o dos, ¿o tres? no los contaron, no sabían contar y, ninguno/a aprendió a nadar. No importaba, eran cientos; formar parte de una multitud les imprimía fuerza, poder y la muerte tampoco la entendían.
Ni pañales llevaban, ya eran mayores, ni andadores ni chupetes, ni baberos, eso fue antes ¿o ni eso?
__ ¿Cómo se llama tu Padre?
__ Padre, supongo.
__ Dejaos de preguntitas tontas que se hace tarde…
Les advertía una tiesa, vestida con un canesú a rayas muy llamativo.
__Quiero un traje como el tuyo ¿de dónde lo has sacado?
__ ¿Y a ti qué te importa? Tendrás uno parecido pero no tan bonito.
__ !A ver si me pillas!__ repuso la pequeñuela de redondos ojos.
La atrapó el más fortachón del grupo, uno moreno, corpulento, que la mordió en el cuello y la mató, aunque él no tuvo conciencia de haberla matado; se dijo que estaba dormida por culpa de la carrera y los juegos ¡agotada!
Después de atravesar aquella sala, conteniendo el aliento, llegaron a la meta, a la gran estancia, al chorro de luz lechosa que inundaba el lugar mágico.
Se apretujaron en silencio, mirándola, extasiadas y extasiados. La luna Selene venía derramándose desde el gran orificio, y Ella se bañaba en aquella fosforescencia, temblando, palpitando, indefensa pero magnífica.
Poco a poco, una vez superada la primera impresión, las criaturas se acercaron murmurando entre sí. Una la tocó: era inmensa, blanda y suave, untosa, bella, frágil.
Luego, los y las demás…

Ella les esperaba y con un suspiro aceptó.
Dientecitos persistentes, tímidos al principio, luego tozudos, más tarde; ávidos y al final, implacables, la consumieron. Quedó un charco pegajoso, dulzón que algunas y algunos aún lamían por su delicioso sabor a comida primigenia: leche brotando de los cien pechos que fueron.
El destino cumplido, la nueva generación en marcha. Devorar a la vieja Madre, nutrirse de ella, así era desde siempre, por eso murió sin un grito, sin una protesta ni lamento, diríase que feliz o resignada al aportar su carne a aquellas vidas infantiles, lo mismo hizo Ella de niña.
La nueva Madre, aquella de listas en su cuerpo, avanzó orgullosa y, con un gesto displicente, se tendió sobre el lecho donde nada quedaba de la anterior.
__Ríete ahora, pavonéate, Madre nueva. Los machos propícios que morirán mañana o pasado se disponen a saciarte de placer. Pero ten en cuenta que la próxima primavera te tocará a ti__ le dijo una niñita de largas pestañas ¿o eran antenas? Todas y todos, sacudieron sus brillantes capas ¿o eran alas?
“Los niños y las niñas del avispero”

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