Silencio. La creación descansaba. Infinitas llanuras se extendían por el mundo, vacías, yermas. Nada parecía existir, sólo un cielo infinito sobre una nada blanca y pulida.
Y entonces, una nota hacía vibrar el aire, y allá a lo lejos despuntaba un tímido Sol primerizo, desperezándose como por primera vez. Las notas se sucedían, lentamente al principio, y el Sol ascendía en el cielo, cada vez más valiente, lanzando su luz orgullosa en todas direcciones. El contrapunto llamó a la primera Montaña, que ascendió en silencio, como queriendo tocar el cielo, mientras otros montes se arpegiaban junto a ella, sacudiéndose el sueño milenario, coloreándose a medida que la melodía del mundo iba ganando complejidad. Acordes, y apareció el agua, bañando con una melodía pausada y sensual aquella inmensidad blanca, dándole tonos y texturas, trayendo consigo al Árbol de la Vida. Y aún tocaba, y las notas caprichosas jugaban con sus ramas ascendentes, que se hundían en el cielo y florecían, refulgentes y lejanas. La cadencia fluía tronco abajo hacia unas raíces eternas y profundas, donde hacía brotar seres que trepaban hacia la superficie. Y la música estaba en todas partes, era el mundo, y a la vez se alimentaba de él, volviéndose más intensa con cada alma que comenzaba a existir, trepando hacia un cénit incierto.
Pero finalmente, como en cada ciclo, como había ocurrido siempre y seguiría ocurriendo, la melodía plegó sus alas y se preparó para despedirse. Los luceros se deshojaron y llovieron sobre el mundo en pétalos marchitos, con una belleza sobrecogedora, y el Árbol agachó sus nobles ramas para volver a la Tierra de la que venía. La Montaña se desmoronaba, deshaciéndose entre las aguas, que también se replegaban para dar paso a la Nada. El Sol pudo contemplar los últimos instantes antes de desaparecer en el horizonte hasta el próximo amanecer. Y el silencio llegó de nuevo.
Yunni sacudió la cabeza, saliendo repentinamente de su aturdimiento. Tenía la frente perlada de sudor, la boca seca y el corazón acelerado. No era más que una representación, y sin embargo, se había sentido totalmente transportada al origen de todo. A su alrededor, un aplauso lento y solemne empezó a resonar por la sala. El músico se quitó la máscara, la dejó respetuosamente sobre su altar, y sólo entonces se permitió una discreta reverencia antes de retirarse. Era la primera vez que Yunni veía aquello, pues no llevaba mucho tiempo entre aquellas gentes, y hasta entonces no se le había permitido presenciar la ceremonia.
Bajó la vista hacia el papiro que yacía ante ella y pasó los dedos suavemente por la imagen que ilustraba la creación del mundo. El virtuoso sin rostro, con su música que levantaba y destruía la realidad, rodeado del principio de su creciente universo. ¿Sería siempre igual, cada ciclo?, se preguntó. ¿Habría una ilustración como aquella cada vez que el mundo volvía a despertar? ¿Habría otra Yunni en el próximo renacer? ¿Recordaría algún otro ciclo? ¿Significaba eso que era eterna?
Alzó la vista hacia las flores del Árbol de la Vida, que titilaban en el cielo oscuro, y suspiró, sintiéndose en paz con la vida y con el todo. Era hermoso pertenecer a aquello, saberse parte de una melodía que conocía silencios, pero no un fin. Dio las gracias con una profunda reverencia antes de tumbarse en la hierba y dejarse arrullar por la brisa nocturna.
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