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viernes, 22 de noviembre de 2013

Richard Trenton Chase: la sangre es vida


La saga de El Vampiro de Sacramento es de dolor y horror, marcada por al abuso de sustancias tóxicas y por lo embates de una enfermedad mental. Sin embargo, en este periplo de pena hubo seis personas asesinadas de forma brutal

Richard Trenton Chase era un diamante en bruto de maldad. Nacido el 23 de mayo de 1950, desde niño le gustó causar incendios y ato
rmentar animales. De acuerdo con algunos de sus familiares, a los diez años comenzó a sacrificar gatos. Su adolescencia transcurrió en penumbras a causa del alcohol y las drogas. En cuanto a su relación con el sexo opuesto, Chase salió con varias jóvenes, pero tenía muchos problemas para alcanzar la erección, lo que desembocó en una serie de visitas al psiquiatra. El especialista le dijo que la raíz de su impotencia estaba en su furia contenida. Lo que el médico prefirió guardarse es que Trenton Chase sufría una enfermedad mental progresiva, una enfermedad que le provocó una marcada inclinación por la sangre, aunque también tenía miedo a desintegrarse.
Después de que dejó la casa de sus padres, el joven compartió gastos con varios compañeros de habitación, quienes decían que tenía una conducta extraña y que abusaba de las drogas. En una ocasión clausuró la puerta de un armario debido a que, dijo, de ahí salían “personas” que invadían su espacio. Conforme el tiempo transcurrió, otros problemas empezaron a preocuparlo. Una vez entró a una sala de emergencia buscando a la persona que le había robado su arteria pulmonar. También le atribulaba el hecho de que los huesos le estuvieran saliendo por la nuca y que su corazón hubiera dejado de latir. Otro psiquiatra lo diagnosticó como esquizofrénico paranoide, aunque posiblemente sufría las consecuencias de una psicosis inducida por su alto consumo de drogas. Fue puesto bajo observación durante 72 horas, y se recomendó que nadie lo dejara salir sin un permiso oficial. Sin embargo fue liberado al poco tiempo.


La hipocondría y las drogas lo acompañaron hasta su edad adulta. No creció mucho y no pesaba más de 60 kilos. Chase dejó los gatos en paz y optó por sacrificar conejos, de los que comía las entrañas crudas. En ocasiones colocaba los intestinos de animales en la licuadora, los licuaba y bebía para recuperar la sangre que había perdido por la arteria que la habían “robado”. Los especialistas intentaron tratarlo con medicamentos antipsicóticos, pero no hubo resultados. Fue internado en un hospital para enfermos mentales, donde pacientes y trabajadores lo conocían como Drácula. Una vez apareció con la boca cubierta de sangre. Al lado de su ventana hallaron dos pájaros con el cuello roto. El clásico Síndrome de Renfield. Al salir del hospital su necesidad de sangre aumentó, y ahora, además de conejos, sacrificaba perros de los vecindarios donde vivía. Para cazarlos aprendió a manejar armas de fuego. En los ratos que permanecía lúcido leía todo lo relacionado con Los Estranguladores de Hillside; estaba al tanto de todos los crímenes de Buono y Bianchi, cuyas crónicas aparecían en los periódicos. Ahora tenía un par de héroes para imitar, algunas armas, temor por la gente y un universo de fantasías bizarras que para él eran reales.
El francotirador

El 29 de diciembre de 1977, Ambrose Griffin, un ingeniero de 51 años, se desplomó mientras bajaba de su camioneta dos bolsas de supermercado, en lo que parecía ser un infarto. La señora Griffin corrió a ayudar a su esposo y descubrió que Ambrose había recibido un balazo en la cabeza. Uno de los hijos del matrimonio declaró más adelante que había visto a un hombre con un rifle merodeando por el vecindario de East Sacramento. El arma utilizada fue un rifle calibre .22. Al día siguiente, cerca de la casa de los Griffin los detectives hallaron en el pavimento varios casquillos. Horas después, un niño de 12 años declaró a la policía que mientras andaba en su bicicleta un hombre de cabello castaño, de 25 años aproximadamente, le había disparado desde un automóvil Pontiac color café. Fue hipnotizado para que recordara el número de placas (219EEP), pero la información no condujo a nada.
El 11 de enero de 1978, Dawn Larson tuvo un encuentro extraño con Trenton Chase. Durante seis meses habían sido vecinos en un complejo de apartamentos de Watt Avenue, en East Sacramento. Dawn vio que su vecino metió tres animales a su departamento, lo que contravenía las reglas del edificio, pero no comentó nada debido a que no volvió a saber nada de las mascotas. Ese mismo día volvió a ver al hombre en uno de los corredores del complejo. Chase le pidió un cigarro. Dawn le dio uno y, cuando intentaba irse, el individuo le cerró el paso. La mujer le dio toda la cajetilla y él dejó que la señora siguiera su camino.
Casi dos semanas después de ese incidente, en el número 23 de la calle Burnece 2909, Jeanne Layton observó a un hombre joven de cabello largo merodeando por los patios de las casas. La señora Layton salió de su vivienda, lo enfrentó cara a cara, pero el hombre la miró sin ninguna emoción, se detuvo, encendió un cigarro y reinició su camino. Minutos después, en esa misma calle, Robert y Barbara Edwards regresaban del supermercado cuando escucharon que un intruso corría en el interior de la casa. Después se oyó el sonido de una ventana cuyos vidrios fueron rotos. Robert Edwards intentó detener al hombre, pero éste era más rápido y logró escapar. La policía realizó una inspección y vio que faltaban algunos objetos de valor del matrimonio Edwards. Sin embargo, también halló que el hombre había orinado en la ropa limpia del bebé y defecado en la cama del mismo.
El intruso siguió merodeando hasta que encontró la puerta abierta en una de las casas de 2360 Tioga Way.
El mutilador

Robert Ressler, agente del FBI hoy retirado, alguna vez preguntó a Chase cómo seleccionaba a sus víctimas. Éste respondió que caminaba por las calles buscando casas cuyas puertas estuvieran abiertas o mal cerradas. “Si la puerta estaba cerrada, eso quería decir que no eras bienvenido”, dijo. Al parecer la puerta del hogar de los Wallin estaba abierta. Encontró a Teresa Wallin, de 22 años y con tres meses de embarazo. Antes de ingresar, Chase depositó una bala calibre .22 en la caja de correo. Después abrió la puerta y corrió hacia Teresa, cuando ésta sacaba la basura. La mujer intentó correr, pero dos balazos la detuvieron. Un proyectil le atravesó la palma de la mano y alcanzó su cuello. La otra le dio en la cabeza. Chase se hincó al lado del cuerpo postrado y le disparó nuevamente, ahora en la sien. Acto seguido, el intruso arrastró el cadáver hasta una de las recámaras, dejando tras de sí un amplia mancha de sangre. Fue a la cocina por un cuchillo y un envase vacío de yogurt que encontró en el bote de basura.
Cuando David Wallin regresó en la noche a su casa la halló a oscuras. Vio a su perro, un pastor alemán, esperando afuera, pero su esposa no estaba. El estéreo estaba con el volumen alto. Una gran cantidad de basura estaba desperdigada por el piso y había unas manchas oscuras que parecían ser de aceite. Siguió el rastro de las manchas hasta la recámara y después comenzó a gritar. Su esposa estaba en una posición que no dejaba lugar a dudas de que había sido violada. El suéter lo tenía enrollado a la altura de los senos y las pantaletas las tenía a la mitad de los muslos. Uno de sus pezones fue mutilado y el torso estaba abierto en canal, mostrando los intestinos. El asesino había apuñalado varias veces uno de los pulmones de la mujer, el hígado, el diafragma y el seno izquierdo. También había mutilado el páncreas y los riñones; estos últimos estaban colocados al lado del cadáver. Había sangre en el baño, demasiada, pues los investigadores concluyeron que Chase había embadurnado con sangre su rostro y brazos y después los había bañado en el lavabo. Ahí estaba también el vaso de yogurt, con muestras de sangre, con la media luna que los labios hacen en las orillas cuando algo se bebe.
El 27 de enero siguiente, Evelyn Miroth, de 38 años, esperaba a su novio Dan Meredith, de 51 años, con quien saldría a cenar. Había acordado con unos vecinos para que le cuidaran a su hijo Jason, de seis años. Los vecinos, al ver que Evelyn no llegaba, fueron a investigar qué ocurría. Dan Meredith estaba tirado al lado de la puerta principal, en medio de un charco de sangre. Le habían disparado a la cabeza. En la recámara, Evelyn estaba acostada, desnuda, con las piernas abiertas. También presentaba un tiro en la cabeza, su abdomen estaba abierto y exponía los intestinos. La habían sodomizado y apuñalado en el ano y presentaba varios cortes en el cuello y uno más en uno de los ojos. Había huellas de que algún tipo de contenedor se utilizó para colectar sangre. En el recto de Evelyn, los forenses hallaron una gran cantidad de semen.
Al otro lado de la cama, los policías hallaron el cuerpo de Jason. Le habían disparado en dos ocasiones a quemarropa. El asesino había dejado las huellas de sus zapatos en la escena del crimen. Eran las mismas huellas encontradas en el hogar de los Wallin. Al continuar la investigación, los peritos determinaron que, después de beber la sangre de Evelyn y mutilar el cuerpo de Jason en el baño, el asesino abrió la cabeza del menor y depositó algunos trozos de cerebro en el tubo del lavabo.
Un asesino desorganizado

El FBI ya había reclamado el caso, y los detectives Robert Ressler y Russ Vorpagel elaboraron un perfil probable del homicida. Por principio de cuentas estaban frente a un asesino desorganizado, el cual, por su comportamiento, posiblemente padecía una psicosis. Era claro que sus crímenes no eran planeados y que no se preocupaba por esconder las evidencias que pudieran vincularlo a los crímenes. Había dejado los escenarios de los asesinatos repletos tanto de huellas dactilares como de pisadas, y era posible que caminara a la luz del día con la ropa manchada de sangre. Finalmente, debido a que los escenarios donde ocurrieron los homicidios estaban muy cercanos uno del otro, era casi seguro que el criminal fuera alguien de esa zona, alguien con una enfermedad mental que le impedía alejarse demasiado de los caminos que apenas reconocía. Era muy probable que asesinara nuevamente y continuaría haciéndolo hasta que fuera capturado.
Robert Ressler y Russ Vorpagel estuvieron de acuerdo en que hablaban de un hombre blanco, de veintitantos años, delgado y ojeroso. Las evidencias de sus crímenes serían halladas en su lugar de residencia y, en caso de tener un vehículo, ahí también habría pistas. Tendría un historial de enfermedades mentales, de consumo de drogas y seguramente era un hombre solitario.
Un hombre confundido

Días después de que el FBI desplegó retratos robot del asesino en diversos lugares públicos, Nancy Holden tuvo un encuentro extraño. Estaba colocando sus compras en la cajuela de su auto, estacionado en el área indicada del centro comercial de la zona, cuando vio a un hombre que se aproximaba a ella; parecía confundido. Ella intentó evitarlo, pero él caminó directamente hacia ella y le preguntó: “¿Ibas tú en la motocicleta cuando Kurt se mató?” Nancy estaba sorprendida. Diez años antes ella había tenido un novio llamado Kurt que falleció en un accidente de moto. Vio al hombre que le preguntaba y su rostro se le hacía vagamente familiar. Nancy le preguntó su nombre y él respondió: “Rick Chase”. El hombre no tenía nada que ver con el pulcro Richard Chase que Nancy había conocido en la high school. Había oído que Chase utilizaba drogas y, ahora que lo tenía enfrente, comprobaba que los rumores eran ciertos. Después de unos minutos de plática, Nancy subió a su auto y se marchó. Después de ver los retratos robot elaborados por el FBI, ella estaba segura de que Richard Chase era el hombre que la policía buscaba.
Los detectives leyeron el archivo clínico de Chase y encontraron una historial de enfermedad mental, un cargo por portación de arma, una serie de detenciones menores por consumo de drogas y un arresto en Nevada. Llegaron la noche de un sábado al domicilio de Chase en Watt Avenue, en Sacramento. Mientras registraban, el sospechoso apareció con una caja en las manos. Después de unos instantes de forcejeo lo detuvieron. En el interior de la casa encontraron la pistola calibre .22 que a la postre resultaría el arma utilizada en los asesinatos. En cuanto al contenido de la caja, había papeles y bolsas manchadas de sangre. También hallaron el cuerpo descompuesto de un niño, además de varios vasos con rastros de sangre. En la cocina había varios trozos de huesos y en el refrigerador algunas piezas humanas. Un frasco tenía huellas de tejido cerebral, varios collares de perros, pero ninguna mascota. La casa era un templo de la muerte, pero por fin Chase estaba bajo custodia.
Después de un juicio que estuvo marcado por el debate en torno a la personalidad enferma de Chase, el 8 de mayo de 1978, después de cinco horas de deliberación, el jurado dio su veredicto: Richard Trenton Chase era culpable de seis homicidios en primer grado. Sería emplazado posteriormente para su ejecución en la cámara de gas de la penitenciaría de San Quintín.
El fin de Drácula

La serie de entrevistas que el FBI tuvo con Chase añadió información fundamental para que perfiladores como Robert Ressler ampliaran sus archivos acerca de la psicología criminal y el sorprendente deterioro que sufren algunos enfermos mentales. La experiencia del encuentro de Ressler con Chase aparece en el libro del ex agente del FBI, Whoever Fights Monsters. Durante las entrevistas, Ressler se percató que el resto de los presos no simpatizaba con Chase y constantemente lo presionaban para que se suicidara. Ressler, junto con otros profesionales de la salud mental, recomendó el traslado de El Vampiro de Sacramento a un hospital psiquiátrico. Aunque la petición se cumplió, fue por corto tiempo y pronto regresó a las instalaciones de San Quintín.
Un día después de la Navidad de 1980, un guardia escuchó que Chase respiraba con dificultad. No le tomó mucha importancia y retomó su inspección. Al pasar nuevamente frente a la celda de Chase, vio que el preso estaba en posición fetal, agarrándose el estómago con ambas manos. El guardia entró a la celda, quiso despertar a Chase, pero éste jamás se movió; de hecho, jamás se volvería a mover. El Vampiro de Sacramento, Drácula estaba muerto. La causa de su fallecimiento no fue una estaca en el corazón sino una ingestión tóxica a causa de una gran cantidad de pastillas para su tratamiento, que él reunió por varias semanas, con la idea de acabar con su vida.

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