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viernes, 22 de noviembre de 2013

SOMBRAS


– No lo estoy, no estoy lista – rodeó su cabeza con sus brazos. Su habitación estaba oscura, tal como lo estaba su mente. La noche se colaba por la ventana de su habitación, dándole un aspecto aún más deprimente a la situación. Miró hacia el frente y vio todas esas hojas plateadas inmóviles frente a ella, que de algún modo que no pudo explicar, brillaban, llamando su atención, tentándola. – No puedo hacerlo –. Volvió a rodear su cabeza, esta vez aplicando un poco más de fuerza, sintiendo como sus ojos rápidamente se llenaban de agua.

Sin levantar la cabeza tomó una de las hojas plateadas. Las lágrimas que amenazaban con caer en cualquier momento, no le permitían observarla con claridad, pero podía sentir su filo en ambos lados, podía sentir esa fuerza inexplicable que la invitaba a desnudar sus brazos, a atravesarlos, a ver el escarlata correr por su piel. Se mordió los labios, al mismo tiempo que llevaba uno de sus brazos al frente y recargaba la hoja contra su piel, apretando ligeramente, sintió la adrenalina recorrer su cuerpo una vez más. Las amenazantes lágrimas lograron escapar, haciendo que ella soltara esa hoja sin hacerse daño alguno. Lo único que se escuchaba era su llanto. Un llanto que se había escuchado tantas otras veces, pero que nunca le había quemado tanto. Que nunca la había hecho sentir tan débil y tan vulnerable. Era un llanto diferente. Un llanto que taladraba su corazón con cada respirar. 


– ¿Por qué tienes que ser tan patética? ¿Por qué todo te tiene que lastimar? ¿Por qué no aprendes? O mejor, ¿Por qué no simplemente te rindes? – La figura negra se alzó por encima de su cabeza, sus ojos, de un intenso blanco la miraba expectantes, deseando chupar la poca esperanza que yacía moribunda en su cuerpo – ¿Por qué te arrepientes? – La sombra de acercó y acarició su rostro húmedo – ¿No ves que todo puede terminar? –.

¿Y si todo aquello era cierto? Por supuesto que lo era, solo era cuestión de tomar la hoja y deslizarla, rápido, con fuerza, por la piel desnuda de sus brazos. Sabía que los disfrutaría, había soñado tantas veces con hacer aquello. Sería perfecto, ¿no? Solo un sueño profundo e interminable, en donde nadie podría volver a tocarla, en donde podría tener toda la paz que deseaba, en donde ya no tendría que lidiar con esa sombra de brillantes ojos.

– No puedo –.

– Eres débil – le recriminó la sombra que se acercaba cada vez más a ella.

– No –.

– Eres tonta, patética. No eres nada –.

– No – se tapó los oídos, pero la voz de la sombra era demasiado fuerte. La voz estaba dentro de su cabeza. ¿Cómo podía escapar de algo que estaba dentro de ella? ¿Cómo podría deshacerse de aquello?

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