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miércoles, 15 de enero de 2014

LA POCILGA Escrita por Carlos Ojeda


En la última década, con la extinción de algunos animales como vacas, cerdos, pollos, y la imposibilidad de ingerir otro tipo de carne debido al alto grado de toxicidad en sus tejidos a causa de la contaminación actual, los seres humanos nos hemos visto obligados a recurrir a otro tipo de alimentación para adquirir las proteínas necesarias que nos daban estos animales antiguamente. No piensen que nos volvimos vegetarianos ni nada por el estilo, ahora, simplemente devoramos otro tipo de carne del único animal en el mundo que podemos ingerir sin intoxicarnos, el único que sobrevivió a oleadas de contaminación y aun así sigue intacto. Hablo por supuesto, de los humanos.


Así es, la carne humana es un sustituto magnífico. Además, si se analiza, se están matando dos pájaros de un sólo tiro, se está bien alimentado y se contribuye positivamente al problema de la sobrepoblación.
El único inconveniente es que no todos tenemos acceso a la carne humana, ya que ésta se ha convertido prácticamente en la moneda actual. Los pobres por ejemplo, tenemos suerte si podemos comer la dulce carne una vez a la semana, y eso si tenemos suerte de encontrarnos a un gordo bien jugoso caminando por la calle.

Con esta manera de adquirir el alimento, está claro que el humano es ahora depredador y presa a la vez. Por lo tanto las calles y plazas en general están vacías todo el tiempo.

Para no pasar hambre ni dolencias, unos científicos desarrollaron un medicamento para suplir los nutrientes de la carne y quitar la sensación de hambre buscando así que la especie humana no se destruya más a sí misma, con esto lograron un efecto contrario, ya que la droga es bastante adictiva y lo que originalmente era para el uso del común, ahora es explotado por unos cuantos ricos que se apoderaron de la industria farmacéutica.

Irónicamente estos adinerados prefieren el sabor y la textura de la carne de un humano bien fresco. Imposibilitados para comprarla y demasiado cobardes como para salir a cazar su propio alimento, hacen uso de sus reservas de medicamentos usándolos como formas de pago para quien les lleve carne humana.
Así pues me vi reducido por el hambre, a ir a unos de estos lugares de canjeo, ubicados a las afueras de la ciudad y bien escondidos para evitar el riesgo de ser asaltados.

Al llegar, un hombre robusto hacía las veces de guardia impidiendo el paso a aquellos que portaran armas de algún tipo. Llegué a una sala de espera enorme, llena de gente con problemas de drogadicción, unos temblaban ansiosos, otros simplemente en otro mundo con la mirada perdida, y algunos como yo, muy serenos y tranquilos sentados silbando.

Así pues, tomé un número y me dispuse a esperar tranquilamente mi turno. Una a una las personas iban entrando a un cuarto continuo, con unos costales rellenos de algo que parecía pesado y salían con grandes dosis del medicamento. Evidentemente los costales contenían partes humanas, sólo vi a una mujer entrar sin costal, pero ésta en su lugar llevaba un pequeño niño de brazos que no paraba de llorar, cuando entró en el cuarto y cerró la puerta, aún se podían oír los llantos del chiquillo, de un momento a otro un golpe seco dio fin a los llantos del pequeño, dando inicio a unos sollozos suaves, esta vez de la madre. La mujer tomó su dosis y salió corriendo.

Uno de los hombres que entró antes que yo a la sala, y había salido hace ya algún rato, se encontraba bajo un puente oculto sacando de una bolsa unos pequeños objetos que parecían monedas, pero estos eran blancos completamente, más bien como una aspirina. De su bolsillo sacó un cuchillo e hizo un leve corte a lo largo de su brazo izquierdo, dejando escapar un poco de sangre, tomó una de las "aspirinas" y la introdujo en el orificio de su brazo, casi instantáneo, el hombre empezó a delirar, se acostó en el piso y entonó una antigua canción de cuna. Posteriormente gritó horriblemente, saltó, rió, lloró entre otros delirios, mientras yo aterrado, lo miraba por la ventana. Ese al parecer era el efecto de la droga, y la manera de consumirla era haciendo una incisión e introduciendo la pastilla por debajo de la piel.

Al cabo de quince minutos en la sala, mi turno había llegado, y en ese justo momento (no sé por qué no antes) me di cuenta de que yo no llevaba un costal, ni un recién nacido para canjear por la droga. Me detuve justo a la entrada del cuarto continuo dispuesto a salir de allí lo antes posible, pero un guardia fornido me jaló hacia adentro, haciéndome tropezar y caer de rodillas frente a un escritorio de madera con una báscula sobre él, sentado detrás se encontraba un hombre viejo y serio, que me miraba fijamente, claramente estaba esperando mi correspondiente cantidad de carne, al ver que no la tenía, le hizo una señal a su guardia y éste me sometió inmovilizándome por completo pasando sus brazos alrededor de mi cuello, entonces el hombre viejo se levantó de su silla, sacó un cuchillo, se acercó a mí, me levanto la camisa dejando ver mi estómago desnudo y con una habilidad impresionante rebanó rápidamente, un trozo de mi costado, causándome un inmenso dolor que acompañé con unos horribles gritos, pero por más que me esforcé por luchar con el guardia, fue inútil.

El guardia me soltó y caí acurrucado en el suelo, el hombre viejo se sentó nuevamente en su escritorio, puso cuidadosamente mi carne en la báscula, y finalmente me dio una sola dosis a cambio, además me obsequió el cuchillo y me advirtió que la próxima vez no llegara con las manos vacías o no sería tan generoso.

Llegué con un inmenso dolor a mi casa, casi no podía caminar. Me senté en una silla y de mi bolsillo saqué la pequeña "aspirina" blanca que había ganado horas antes. Con el cuchillo que me dio el viejo, repetí los pasos que había visto antes de aquel pobre hombre en el puente, aguanté el dolor de la incisión para experimentar uno mucho peor al introducir la droga bajo mi piel.

Pero luego ese dolor desapareció y me encontré completamente solo, en medio de una pradera, en la que lo único que había era un árbol grande y seco que daba una amplia sombra. Después de verlo un buen rato, el árbol comenzó a moverse, y a tomar una forma parecida a la de un humano gigante que me hacía señas para que fuera hasta él. Me quedé inmóvil de lo aterrado que estaba, y al ver esto el árbol hizo crecer una manzana de una de sus ramas, se la arrancó y me la arrojó para que comiera de ella. La tome y le di un buen mordisco.

En ese justo momento desperté tendido en la misma silla en la que me había aplicado la dosis de la droga, estaba desorientado, pero como prometía la "aspirina" efectivamente no tenía indicios de hambre o cansancio, a decir verdad me sentía bastante bien, mi herida había parado de doler y podía moverme libremente.

Algo que me asustó considerablemente fue que al mirar a mí alrededor me di cuenta de que todas las paredes estaban decoradas con numerosos símbolos desconocidos que parecían hechos con los dedos, pero esto no fue lo que me aterrorizó principalmente, sino más bien el hecho de que estaban elaborados con sangre, todo el piso y el resto de la casa estaban empapados en ese mismo líquido rojo. No le hallaba una explicación lógica a todo esto, hasta que vi sobre una mesa, una bolsa llena de "aspirinas". ¿De dónde había sacado yo todas esas pastillas?

Entonces lo comprendí, me acobardé y me arrepentí por un rato, pero luego me familiaricé con la idea y aprendí a vivir con ella y de ella.

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