Esto es algo que debo hacer. Sé que lo que me va a pasar me lo merezco, es el mejor castigo por los crímenes que cometí. Fueron acciones tan viles, tan abominables que la muerte no sería castigo suficiente. La gente merece saber la verdad. Estoy seguro de que no me queda mucho tiempo, hace tiempo que él me acecha.
Recuerdo el día en el que pensamos en cometer esta abominación. Estos acontecimientos fueron una de las partes más importantes de mi vida, y se quedó grabado en mi mente para el resto de mi existencia.
Cogí un taxi para llegar allí, un viaje de 13 marcos.
Bajé del taxi y contemplé el lugar. Ese no se podría considerar el barrio más bonito de Berlín. Pero allí era la reunión. Yo era un joven científico. Empecé a trabajar para el gobierno hacía 6 años, unos días antes de que Polonia fuera invadida. Yo tenía un laboratorio independiente, pero cuando recibí esta invitación no podría haberme negado. Por fin un presupuesto a la altura de mis ideas.
Toqué tres veces a la puerta, dos golpes rápidos y uno seco. Alguien abrió la mirilla y me pidió que me identificara.
-Hoy hace una tarde calurosa en Moscú.
El gorila me abrió la puerta y pude entrar. El lugar no era más que una tienda abandonada. Los posters viejos y el polvo se acumulaban en las estanterías vacías. Retiré la alfombra que cubría el suelo y abrí la puerta de metal acorazada que quedó al descubierto. Pulsé el botón y la puerta se abrió con un sonoro chirrido. “Otra vez se les ha olvidado engrasarlo” pensé. Bajé las aparentemente infinitas escaleras y llegué a la planta oculta. Una gran x en un círculo se veía dibujada en la pared. Era el símbolo de esta rama de la organización. Mientras me dirigía a la sala de reunión vi de reojo varias salas en las que se llevaban a cabo experimentos que según nuestro comandante lo que se hiciera allí no era de nuestra incumbencia. Los largos pasillos con paredes de hormigón encerraban grandes misterios. Finalmente llegué a la sala acordada. Dos guardias armados custodiaban la puerta.
Me senté en la mesa y esperé a que llegara el jefe. En la sala de reunión se podía ver el emblema, justo detrás de la gran silla que le correspondía al jefe. Había otros científicos conmigo, pero no hablé con ellos. Soy de naturaleza solitaria, nunca he tenido demasiados amigos. Sólo hablaba cuando era necesario, y no conocía mucho a la gente con la que me tocaba trabajar, aunque tampoco es que le pusiese mucho empeño.
Cuando llegó el jefe, mis compañeros ya estaban sentados.
-Bien, como seguramente sabrán la guerra no va a nuestro favor. Hemos perdido territorios por todas partes, y aún peor, ya estarán al corriente de que algunos de los mejores científicos que teníamos se han ido con los enemigos. Por lo que sabemos, podrían estar desarrollando armas atómicas.
-¿Y eso dónde nos sitúa?- preguntó un compañero.
-Nos sitúa en que debemos estar protegidos. Ya conocen a estos americanos. Seguramente estarán encantados de volarnos por los aires. Debemos atacar primero.
-¿Y cómo lo haremos? –Pregunté yo- Algunas de las mejores mentes que tenemos se han ido con los otros. ¿Qué sugiere?
-Sugiero, querido amigo, que debemos crear algo aún más poderoso que las bombas atómicas. Pero estamos pensando que una bomba no sería tan buena idea si el territorio enemigo queda vaporizado. Tenemos que tomarlo, no destruirlo.
-¿Y cómo espera conseguir eso?
-La respuesta más apropiada debe ser humana.
-Señor, con todos mis respetos, andamos escasos de hombres. –repuse.
-Pero, ¿y si tuviéramos un hombre que equivaliese a un pelotón?- Preguntó él de forma retórica.
-Perdone señor pero no le entiendo- contesté yo confuso.
-Desgraciadamente la evolución va demasiado despacio. Pero si consiguiéramos la manera de crear al soldado perfecto… la guerra acabaría en cuestión de semanas.
-¿Un qué? Eso es ciencia ficción.
-Por eso les he traído aquí caballeros. Ustedes son los únicos que pueden convertir la ciencia ficción en ciencia. Por eso he decidido clausurar temporalmente sus proyectos actuales para que centren sus esfuerzos en este trabajo.
En ese momento no sé cómo me sentí. En parte creía que mi jefe estaba loco, que nuestra derrota aparentemente inmediata le había hecho perder un tornillo. Pero también me sentí emocionado ante la idea de llevar a cabo tal proeza.
Durante el resto de la reunión, el jefe nos explicó cómo iba a organizar los grupos, y como se iba a ampliar el escaso presupuesto a ese experimento, mientras que se reduciría el dinero utilizad en fuerzas convencionales.
Fui declarado parte del proyecto y me pusieron junto a unos científicos a los que conocía solo de vista. El jefe dijo que supervisaría el proyecto personalmente.
Pasaron las semanas y los meses. Poco a poco íbamos consiguiendo resultados. Sabíamos cómo hacer al sujeto más fuerte, más rápido y más resistente. También hayamos como hacerle inmune a venenos, enfermedades e incluso a la radiación, ya que nuestro temor de que los aliados estuvieran desarrollando armas nucleares iba acrecentando a medida que pasaba el tiempo.
Un día el jefe me convocó en su despacho.
-Disculpe señor, ¿para qué quería verme?-pregunté algo temeroso.
-Como supervisor de proyecto 84-B ya sabrá que estoy al corriente de cómo van las investigaciones ¿verdad?
-Sí señor. ¿No lo estamos haciendo bien?
-A eso iba. Verá, en la teoría vamos bien, pero no en la práctica. ¡No creo que nuestros enemigos huyan ante nuestros planos y proyectos! ¡Necesito un sujeto de pruebas real ya!
-Pero señor- dije con un tono temeroso- nadie se ha presentado voluntario para el proyecto. Y si no es voluntario, corremos el riesgo de que utilice sus habilidades para matarnos.
Ese hombre me daba miedo. Había sido elegido a dedo por el mismísimo Hitler, y se rumoreaba que lo había elegido por sus antecedentes. Se decía que secuestraba personas y trataba de mejorarlas mediante crueles experimentos. Por eso sentí un nudo en el estómago en el momento en el que lanzó en aquella reunión la idea del “supersoldado”.
-Bueno-contestó él- en caso de que no encuentre un sujeto de pruebas voluntario se le considerará como voluntario.
Salí de allí completamente pálido. Hablé con mis compañeros y les expliqué que debía ausentarme debido a que tenía que encontrar a un sujeto.
Busqué por todo Berlín, visité todas las tabernas, todos los campamentos, busqué entre todos los soldados. Nadie quería ayudarme. Les ofrecí dinero, trabajo, un lugar seguro para ellos y sus familias, pero desde el soldado más valiente hasta el mendigo más desesperado todos rechazaban mi propuesta.
Un día me encontraba bebiendo en un bar, en uno de los peores barrios de la ciudad. Tenía un aspecto horrible. Llevaba días sin dormir, tenía ojeras y estaba muy pálido, no podría dormir hasta que encontrara a un sujeto adecuado. No quería morir de forma lenta y dolorosa en un maldito experimento. Nunca he sido un hombre religioso, pero en aquel momento rezaba al borde del llanto sobre mi cerveza.
Y Dios escuchó mis plegarias, al levantar la cabeza le vi. Llevaba un mono de soldado destrozado, y su cara no tenía mejor aspecto. No estaba borracho, pero la tristeza se reflejaba en sus ojos. Más que tristeza agonía. Sostenía una cerveza en la mano y no miraba a ningún sitio en concreto. Parecía llevar días sin afeitarse, e incluso donde yo estaba llegaba un poco la peste. A su espalda colgaba una mochila.
Me acerqué a él e hicimos contacto visual. El percibió mi agonía igual que yo lo había hecho.
-¿Qué quiere?-preguntó. Su voz era bronca, y parecía que en cualquier momento se me iba a lanzar al cuello.
-¿Yo?-intenté sonar despreocupado, casi como casual, pero estoy seguro de que notó el tembleque de mi voz- Sólo soy un inocente bebedor.
-Yo también, pero no tengo nada de inocente.-dijo él en un tono depresivo.
-¿Y eso por qué?
-¿De verdad quiere saber mi historia?
Asentí con la cabeza.
“Verá, yo solía ser soldado, aunque figuro que ya se lo imaginaba por mi uniforme. Vivía en una granjita cercana a un bosque lejos de aquí con mi mujer y mi hijo. Teníamos una vida humilde pero muy feliz. Solía pasear con mi mujer, íbamos al cine, y me encantaba pasar el tiempo con mi hijo. Pescábamos, dábamos paseos por el bosque, y le encantaba jugar en los parques. Todos los días le compraba unas chucherías y nos íbamos al parque o de excursión. Se podría decir que nuestro sitio era el bosque. Sin embargo, tuvimos una mala cosecha y perdimos mucho dinero. Tenía que alimentar a mi familia, y yo no tenía estudios. No podía encontrar un buen trabajo, así que me uní al ejército. Yo no apoyo las ideas de Hitler, de hecho ni me gusta. Es un asesino, pero me tragué el orgullo y me hice otra de sus marionetas. No salí a combatir ni nada. No tuve la oportunidad. Hace dos semanas me dieron la noticia. Recuerdo el día. El coronel nos informó acerca de algunos lugares que habían sido bombardeados. El color de mi piel cambió cuando oí que donde se ubicaba mi granja estaba en la lista. Algunos hablaron con el comandante y le suplicaron que les dejaran ir a sus casas para saber si sus familias estaban bien pero se negó en redondo. Yo esperé hasta la noche para salir. Noqueé a un soldado y robé un coche. Tras casi un día de trayecto llegué a mi casa. Ya no estaba allí. Me quedé allí quieto, de pie, observando atónito que todo lo que quería había desaparecido en un momento. Se veían los cimientos y los restos carbonizados pero nada más. Me acerqué corriendo. Fui al dormitorio de mi hijo, y no estaba. Fui al de mi mujer y tampoco estaba. Bajé al sótano, pero estaba vacío. Subí a mi cuarto y allí les vi. Eran dos esqueletos carbonizados. Apenas eran reconocibles. Llevaban puestos unos pocos jirones quemados, todavía les quedaba algo de pelo y su piel negra dejaba ver los huesos. Su estado de descomposición era evidente. Me puse a llorar de rodillas. Estuve allí horas, hasta que se puso el sol. Cuando paré, me fije en un detalle. Aunque estaba todo calcinado y apenas quedaba nada, encontré una fotografía. Era la del día de mi boda. En ella estaba mi mujer sonriente mientras yo le besaba en la mejilla. Ella llevaba un precioso vestido de boda, y yo tenía un traje negro, el cual había sido hecho a mano por mi anciana madre costurera. Una lágrima salió de mis ojos, resbaló por mis mejillas y cayó en la fotografía. Estando de rodillas, vi un destello debajo de la cama. Era un baúl de metal, y yo sabía de sobra que contenía. Lo saqué y lo abrí. Era un milagro que estuviera entero. Mi traje negro de boda seguía ahí, intacto. Lo metí en la mochila que ahora ve y me fui lejos de ese lugar. Lo único que tenía allí eran recuerdos, y eso puedo llevarlo a donde sea.”
Cuando terminó de contarme su historia, me dejó en estado de shock. No sabía que decir. Le puse una mano en el hombro y le dije lo mucho que lo sentía.
-Si no me suicido -continuó- , no es porque sea un cobarde, sino porque no quiero morir de forma inútil. Aunque supongo que la muerte es lo mejor que puedo esperar de la vida.
-¿De veras? ¿Realmente no le importa morir?
Él asintió.
-Entonces, tengo una oferta que le interesará. Verá, soy científico. Necesitamos un sujeto para realizar un experimento que puede cambiar el curso de la guerra. Pero el experimento es peligroso, y tiene muchas posibilidades de acabar con la vida del sujeto. ¿Le interesa?
El hombre permaneció en silencio durante unos segundos. Después asintió con la cabeza.
Unas horas más tarde llegamos al lugar de pruebas. El jefe nos hizo llamar al sujeto y a mí.
-Bien caballeros, es un placer tenerles aquí. Buen trabajo doctor. Y supongo que usted es nuestro voluntario, ¿verdad?
El jefe y el sujeto se dieron la mano en silencio. El sujeto seguía teniendo la misma cara que tenía en el bar.
-Así me gusta,-dijo el jefe sonriente- un soldado callado es un buen soldado. Bueno, será mejor que se retire y nos deje al doctor y a mí solos. En la puerta un científico le dirá adonde tiene que ir.
El sujeto abandonó la sala y cerró la puerta tras de sí.
-Bueno doctor, me alegro de que haya tenido éxito en su búsqueda. Como creíamos que no iba a encontrar a nadie nos tomamos la libertad de buscar otros “voluntarios” en los campos de exterminio. Tenemos unos 12.
-Bueno-intervine- eso es una buena noticia. Dígame, ¿qué herramientas tenemos para trabajar?
-Verá, lo que le voy a enseñar es completamente confidencial. Yo no entiendo mucho de esto, lo que le diré es lo que me contó uno de los chicos del laboratorio. Vamos a utilizar una sustancia que se podría llamar modificador molecular.
-¿Cómo?
-Sí, un modificador molecular. Es un poco complicado, pero le permite al sujeto modificar las células de su cuerpo a su voluntad. Podrá elegir a la velocidad a la que sus células se reproduzcan. Esto significa que podría regenerar miembros enteros, modificar los existentes y hasta crear otros nuevos. Junto a lo que ya han conseguido tenemos muchas posibilidades de que funcione.
-Pero,-pregunté- ¿de dónde han sacado esto?
-No es de tu incumbencia joven-dijo él con frialdad.- Prosigamos. Creo que esta sustancia puede ser muy peligrosa para una persona que no cumpla con las condiciones físicas y sobre todo psicológicas; no sabrá como controlarse y perecerá inmediatamente.
-Entonces supongo que deberemos entrenar a los sujetos de prueba…
-No doctor, sólo hay un sujeto de prueba. El que trajo usted.
-¿Pero que hay de los 12 de los que me ha hablado hace un momento?
-Mi joven amigo, esos eran para descubrir de qué era capaz la el modificador. Gracias a ellos sabemos la voluntad que requiere y las condiciones físicas ideales.
-Así que están todos…
-Muertos-concluyó la frase- Bueno, ahora quiero que se ponga de acuerdo con los ingenieros y aprenda como puede hacer que la fórmula no sea letal.
Durante el siguiente par de meses no hice otra cosa sino trabajar. Aprendí a configurar la fórmula para hacer que se pudiera usar sin matar al sujeto. Ayudé a los ingenieros a construir la máquina en la que lo administraríamos. El sujeto (nunca aprendí su nombre, así me afectaría menos su muerte o su destino), fue obligado a consumir una dieta estricta y a hacer mucho ejercicio. Pronto consiguió una forma física formidable, pero mentalmente seguía hecho polvo. No importaba que estuviera haciendo, siempre llevaba a todas partes su traje negro de boda. Incluso se acostaba con él. Ni sabía si se lo quitaba para ducharse. No hablaba. Le comuniqué mis inquietudes al jefe, pero él decía que no podíamos echarnos atrás tras tanto tiempo y que si moría ya encontraríamos a otro sujeto.
Finalmente llegó el día del experimento.
Todo el mundo estaba listo. Estábamos en una sala llena de máquinas y de gente trabajando. Había unos cámaras que tenían la tarea de grabar el experimento para su posterior análisis. Acompañé al sujeto a una especie de cabina metálica que tenía un pequeño pero grueso cristal desde donde podríamos ver su rostro y parte del torso. Ni siquiera para la prueba se quitó el traje.
-Bien, ahora explicaré como vamos a hacer esto. Primero le meteremos en la máquina y le inyectaremos el modificador molecular para que le haga efecto por dentro. Dolerá bastante, se lo advierto. A continuación el mismo modificador esta vez en forma de gas se meterá por los poros de su piel afectando de esta manera al exterior. Y por último la parte más importante. Para que esto funcione tendremos que “desarmarle” por así decirlo con unos rayos de energía que saldrán de las paredes. Si quiere sobrevivir tendrá que ordenarle a su cuerpo que le dé forma. Como tendrá el modificador en sus genes ya podrá hacerlo. Recuérdelo.
Se metió en la máquina, le amarré bien con la ayuda de otros científicos y busqué entre los instrumentos una enorme jeringuilla. Miré al jefe quien me observaba desde una ventana circular por encima mio. Echó una mirada atrás y al volver a mirarme asintió con la cabeza.
Inyecté el suero y el sujeto hizo una mueca de dolor y se sacudió violentamente. Cerramos la cabina con una palanca y tras una combinación de botones la cabina se llenó de una niebla densa. Esperamos veinte segundos y después giré la palanca que activaba el rayo. La cabina se iluminó junto a un sonido ensordecedor.
Tras unos segundos eternos pudimos ver lo que había dentro de la cabina. El ser que nos observaba ya no era humano ni por asomo. Lo único de humano que tenía era su forma y el traje negro que llevaba puesto. Su rostro… se había esfumado. Su cabeza parecía un lienzo en blanco. No tenía ojos, ni boca, ni nariz ni pelo ni ningún rasgo facial. Todos los que pudimos verlo estábamos inmóviles. El sonido fue cortado por el megáfono llamándome.
Me dirigí allí mientras todos seguían contemplando la criatura que tenían enfrente y que sólo hacía pocos segundos era humano.
El jefe me estaba esperando en su despacho.
-¿Y bien? ¿Ha funcionado?
-¿Funcionado?-dije furioso- ¡Lo único que he visto es que hemos convertido a un hombre en un monstruo, que creo que está muerto!
-¿Muerto?
-Sí, no se mueve.
-Dele tiempo doctor. Y a propósito, si vuelve usted a amenazarme le juro que descubrirá lo cómodas que son las instalaciones de un campo de concentración.
Cuando estaba a punto de replicar un científico entró corriendo en la sala.
-¡Doctor!-dijo jadeando, no sabría decir si del pánico o de la felicidad- ¡Se está moviendo! ¡Está vivo!
Oí como se descorchaba una botella de champán y el tintineo de unas copas.
-Parece que su experimento ha sido un éxito-dijo el jefe mientras servía dos copas de champán-, brindemos por ello.
Ese día se celebró una gran fiesta en la que participamos todos. Hasta yo bebí un poco. Nosotros acabábamos de dar el primer paso de Alemania hacia la victoria. Y en buen momento. En esos momentos las estábamos pasando canutas, perdíamos a gente por todas partes.
Al día siguiente tuvimos que volver al trabajo. Que estuviera vivo no demostraba nada, simplemente podríamos haber deformado a alguien. Hablando de eso, aunque aparentemente a nadie parecía importarle, yo no paraba de preguntarme de porque su rostro había desaparecido. La lógica me decía que al formarse de nuevo no había sabido como recrear su rostro, pero también me preguntaba si lo que sucedía era que no quería que nadie volviera a verle la cara. Estar con esta nueva trasformación no me parecía tan raro, ya que era la misma persona que antes excepto por su ausencia de rostro. Se movía silencioso y trajeado sin mediar palabra. Dejé de lado la filosofía y me centré en el trabajo. Lo transportamos a una sala de cristal extra grueso, resistente a la radiación y al fuego y comenzamos a hacer pruebas. Los “espectadores” éramos unos cuantos científicos, los mismos cámaras de la prueba y yo. El jefe estaba con nosotros, y era el que esperaba con más ansias ver su “supersoldado”
Empezamos a llenar la sala de radiación por unos conductos. Primero pusimos la suficiente para poner enfermo a un hombre adulto medio. Ninguna reacción. Subimos s 600 rads, dosis suficiente para matar a un hombre adulto. Ninguna reacción. Y así, poco a poco llegamos a 6000 rads. Nada. Se abrió una plataforma en el suelo por la que cayeron los residuos y llenamos la sala de vapor para descontaminarla. Tomé algunas notas junto a mis compañeros. Luego le expusimos a varias enfermedades, pero nada, no se contagió. Tomamos más notas. Durante todas las pruebas el sujeto permaneció inmóvil, observándonos. Aunque eso era imposible. El cristal estaba diseñado de una manera que nos permitía verle a él pero no él a nosotros. Decidimos pasar al combate.
Trajimos a una persona con una bolsa en la cabeza y la metimos en la sala. Se la quitó y al ver a la criatura empezó a gritar. Golpeó las paredes y trató de escapar, pero la criatura cada vez se le acercaba más y más. Lo que sucedió a continuación nos dejó helados. De su espalda salió un tentáculo que atravesó al hombre por el estómago. Después salió otro más y atravesó al hombre por el pecho, y con el esfuerzo con el que se parte una rama seca rompió al individuo por la mitad. Unos de los cámaras empezó a vomitar, mientras los demás observábamos cautivados y aterrados al mismo tiempo. El jefe, con una ligera sonrisa dijo que este combate no había sido muy justo, por lo que dijo que teníamos que organizar una pelea más justa.
En la sala entró un soldado con un cuchillo, y al ver al monstruo se lanzó sobre él. Le cortó un brazo y del muñón salió una sustancia negra parecida a sangre. El ser convirtió la mano que le quedaba en garras con las cuales se rajó la cara al soldado y después de un rápido movimiento le abrió el estómago y sacó sus órganos, dejado el suelo completamente empapado de sangre. Cuando acabó con el soldado, ante nuestros incrédulos ojos hizo que su brazo volviera a crecer. El jefe sonrió y dijo que “deberíamos aumentar el nivel de la apuesta”.
En la sale entró un hombre armado con una pistola. El hombre, nada más verlo le hundió tres disparos en el pecho y le voló parte de la cabeza.
A todos se nos encogió el estómago al ver al fruto de nuestro esfuerzo caer al suelo. El hombre se puso a gritar diciendo que ya había cumplido su parte del trato y que ahora debían dejarle irse. De repente se calló, y empezó a escupir sangre por la boca. Miramos a su pecho. Estaba atravesado por un tentáculo. El ser levantó a su ahora indefensa víctima, acercó su cara contra la suya y el hombre vio como el agujero de su cara se cerraba. La víctima dejo de patalear y el ser lo tiró con fuerza contra la pared. Quedamos todos en silencio. Mediante un vapor que salió de las paredes se obligó al ser a volver a su jaula y pasaron varias personas a limpiar la sangre y a recoger a los cadáveres en bolsas negras.
El jefe no podía estar más orgulloso. Por fin había creado lo que quería, una máquina de matar perfecta que no sentía piedad, que era casi indestructible. Tal era su estado de ánimo, que incluso nos dio una bonificación salarial ese día.
Más tarde yo y mis compañeros nos reunimos en su despacho para hablar sobre los resultados del experimento.
-Caballeros, no podría estar más orgulloso. Por fin lo hemos conseguido. Ahora nada podrá detenernos.
-Señor, hay que hacer más pruebas. Le hemos visto actuar, pero todavía tenemos que verle trabajar en espacios abierto. No es lo mismo matar algo en una sala pequeña e iluminada que en un oscuro bosque.-dije yo.
-Bueno, tienen razón. Tenemos que preparar una prueba en el exterior. Y a propósito: ¿Cómo van a hacer que esa cosa entre o salga sin matar a nadie?
-Esa es una buena pregunta-intervino un científico- Por suerte, yo ya he pensado en ello. He diseñando este collar eléctrico. Por muy “indestructible” que sea, esto le producirá suficiente dolor como para noquearlo. Una descarga de esta preciosidad alargada 30 segundos es lo bastante potente como para matar a un hombre adulto.
Ese tipo me ponía nervioso. Parecía disfrutar demasiado con su trabajo, mientras que yo todavía seguía reflexionando de dónde habían sacado a esos pobres hombres a los que la criatura había asesinado hacía solo unos minutos.
-Perfecto-dijo el jefe sonriente-, me alegro ver a alguien que piensa en todo.
-¿Y qué terreno vamos a usar?-pregunté yo
-Un área perteneciente a un bosque. Vallaremos el perímetro establecido y colocaremos torres de vigilancia por toda la zona desde las que nos informarán de cada paso que dé.
A la noche del día siguiente todo estaba preparado y junto con mi equipo fui al despacho del jefe desde donde escucharíamos las transmisiones.
En su despacho había bastantes equipos de radioaficionado, unos 6, uno por cada vigilante.
Cada equipo tenía un nombre encima que explicaba donde se localizaban cada uno. Había uno en el extremo sur, otro en el extremo norte, otro en el extremo este, otro en el extremo oeste, otro en el centro norte y otro en el centro sur. El vigilante del extremo sur llamó para informar de la correcta colocación de la criatura en el perímetro. Tras unos minutos de silencio el extremo este avisó de la visualización de la criatura y que parecía estar quieto, observándolo.
-Recuerde-dijo el jefe- si ve que se acerca demasiado une su control para activar el collar.
Durante unas horas no pasó nada, sólo recibíamos transmisiones que informaban si veían al ser. Todos coincidían en que era extremadamente rápido y se escondía en los árboles con muchísima facilidad.
Varias veces los vigilantes tuvieron que activar el electro collarín cuando se ponían nerviosos y todos informaban de la desaparición de cualquier signo de vida animal minutos antes de divisar a la criatura.
Sin embargo, una transmisión fue algo inusual. Provenía del puesto localizado en el centro norte. Nos informó de que cerca de su puesto de vigilancia había un parque de juegos, y que la criatura se encontraba en él. Estaba en frente de los columpios, observándolos. A continuación, en palabras del vigilante: “Creo que está llorando”.
Pude leer la expresión de incredulidad de mis compañeros instantáneamente, que seguro que yo también tenía. El jefe se adelantó al micrófono y preguntó con un tembleque en la voz:
-¿Puede repetir? No creo que le hayamos oído bien.
-Señor-dijo el vigilante-, está sollozando. Está de rodillas con la cabeza baja y temblando.
Yo comencé a pensar, a intentar encajar las piezas. Recordé nuestra primera conversación. Entonces lo comprendí. Estaba recordando a su hijo. En parte era humano. Aquella cosa seguía pensando, era inteligente. No estábamos experimentando con un animal, ¡sino con un hombre! Todo estaba mal. Acababa de darme cuenta de que era tan malvado como el jefe, tan vil y despreciable como ese cabrón. En ese momento sólo quería irme, pero el jefe no me habría dejado. Estaba pesando en como salir de allí, cuando el vigilante comenzó a hablar.
-Señor, el ser se ha levantado y se dirige a un árbol. Creo que acaba de recoger una piedra del suelo.- Paré en seco. Todos guardamos silencio escuchando lo que estaba sucediendo.- Está dibujando algo. Creo… creo que es un círculo con una x dentro… parece nuestro emblema.
Esa era la prueba definitiva de que era inteligente. Su celda tenía grabado el emblema en la puerta. Si podía recordar, podía pensar, y si podía pensar, usando sus habilidades sería capaz de matarnos a todos.
Pero no hizo nada más. El vigilante informó de su desaparición. Más tarde, comenzamos a oír un ligero zumbido en el equipo que correspondía con el puesto localizado en el centro sur. El vigilante intentó hablar, pero las interferencias eran cada vez mayores. Finalmente su equipo se apagó. Todos estábamos confusos, pero no creíamos que fuera cosa del ser. Al fin y al cabo los vigilantes podían activar el collarín en caso de peligro. Pero luego se repitió lo mismo en el puesto sureste. Cada vez estábamos más asustados. El siguiente en caer fue el puesto noroeste. Informamos a los vigilantes de que pasaba algo y que debían estar alerta. Pero perdimos la señal del puesto noreste. Le dije al jefe que debíamos sacar a los hombres de allí, pero él no me hizo caso. Parecía que él se tomara esto como otra prueba. Con la desaparición del puesto noroeste, ya supe que había sido suficiente. Me acerqué a la radio y le dije al vigilante que debía salir de allí enseguida. Cuando me contestó empezó a oírse mal, y completamente histérico le dije que debía salir de allí, que el ser iba a por él. Oí como la radio caía al suelo antes de apagarse por completo. Me quedé inmóvil, incapaz de reaccionar. Me giré despacio y vi a mis compañeros igual que yo. Me dirigí al jefe y le comuniqué que había descubierto que el ser poseía una inteligencia humana y que debíamos eliminarlo cuanto antes. Cuando dije eso último estalló:
-¡¿Destruirlo?! ¿Habla en serio? Fíjese en lo que hemos creado. Esta criatura es imparable, con él podemos hacer lo que sea.
Me sorprendí a mi mismo cuando le levanté la voz:
-Si ni siquiera podemos evitar que mate a nuestros propios hombres, ¡¿Cómo piensa hacer que le obedezca?! Está descontrolado, y es peligroso.
-Ahórrese sus estúpidas quejas. Con cien como él podríamos acabar con nuestros enemigos. No sólo ganaremos la guerra, también dominaremos el mundo.
Cuando dijo eso me convencí de que estaba loco. Estaba a punto de decírselo a la cara cuando uno de mis compañeros dijo:
-Señor, creo que deberíamos enviar a alguien a que lo encuentre. Si se escapa…
-Tiene razón-dijo el jefe, recuperando su impasibilidad habitual-. Enviaré a unos cuantos hombres inmediatamente. En cuanto a usted-dijo dirigiéndose a mí-, lo mejor será que se tome un descanso para reflexionar. Aunque si prefiere la alternativa…
Sabía de sobra en que consistía la alternativa, y no era perder mi trabajo.
Se me concedió un retiro de una semana, la cuál pasé sin salir de casa. Estaba convencido de que el ser había escapado, que me seguía y que estaba al acecho. En la soledad de mi hogar, tuve tiempo de plantearme cuestiones morales. Sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, pero no lo dejaba por miedo. Por mi estúpido miedo. Antes de poder llegar a una conclusión, pasó el plazo y tuve que volver a ese lugar de mala muerte.
Cuando volví al laboratorio pude comprobar para mi alivio que la criatura había sido recapturada. Estaba contenida de nuevo en su celda, según me dijeron. Sentía curiosidad acerca de cómo habían logrado recapturarlo, y uno de mis compañeros me puso al tanto de todo.
Al parecer habían enviado un pelotón de treinta hombres, de los cuales sólo regresaron siete, aunque con el ser. Según los supervivientes, el bosque estaba repleto de árboles marcados con nuestra insignia. Buscaron en los puestos de vigilancia en busca de los hombres, pero estaban completamente desiertos. No había rastro de los cadáveres. A medida que pasaba el tiempo, un miembro del pelotón parecía desvanecerse sin dejar más que su arma en el suelo. Los hombres divisaron al ser repetidas veces, y al mero contacto visual disparaban debido al pánico, pero una vez que se desvanecía el humo de las armas el ser había desaparecido. Finalmente, consiguieron divisarlo y activaron el collar en vez de disparar. A continuación, mientras el ser estaba tumbado en el suelo le hundieron una ráfaga de tiros, incapacitándolo lo suficiente como para poder meterlo en una jaula especial y transportarlo en helicóptero a la base. El jefe al parecer se tomó la captura de la criatura como otra prueba.
Ese hombre cada vez me daba más asco. Incluso aunque fueran sus propios hombres los que habían muerto, a él parecía no importarle. La verdad es que a veces fantaseaba con soltarlo con el monstruo para que experimentara lo que esas pobres personas habían vivido.
Fui convocado por el jefe y tuve que ir a su despacho. Allí me recibió con una cara completamente seria.
-¿Le ha servido ese retiro temporal para aclarar su ideas?
-Sí.-mentí- Me ha venido bastante bien y creo que ya pienso con un poco más de claridad.
-Bien, me alegro de que nos entendamos. Ahora debe saber que ya estamos listos para usarlo.
-¿Han aprendido a controlarlo?
-No, eso llevaría demasiado trabajo. Ahora hemos trazado el plan de soltarlo en las líneas enemigas y que siga su propia naturaleza. Ante su naturaleza, nuestros enemigos no sabrán como enfrentarse a él, y el miedo es el sentimiento más contagioso que existe. Pronto, podremos crear más como él. Cien como este garantizará nuestra victoria.
-Pero… una vez que hayamos ganado, ¿Cómo les venceremos?
-Por muy fuertes que sean, no podrán con un enemigo que les conoce. La ignorancia es su fortaleza, el conocimiento, nuestra su enemigo más mortal.
-¿Para qué quería verme?
-Hizo bien con el primer sujeto. Quiero que encuentre más.
Esa frase hizo que se me encogiera el estómago. No pensaba arruinar las vidas de tanta gente.
-Me niego-dije yo de forma rotunda.
-¿Cómo? ¿Qué ha dicho?
Me temblaban todos los huesos del cuerpo, pero estaba decidido.
-He dicho que no lo haré.
-Doctor, espero que este bromeando.
-No bromeo señor. He dicho que no pienso hacerlo.
-¡No ose dirigirse a mí de esa manera! Lo sabía, sabía que no era lo bastante fuerte para hacer esto. Aquí mucha gente carece de la voluntad necesaria. Creí que dándole ese periodo de descanso podría darse cuenta de que vamos por el buen camino. Pero veo que me equivoqué. Creo que ya no son necesarios sus servicios.
-¿Y qué piensa hacer sin mí? Yo le he dado vida a este proyecto. ¡Sin mí no conseguirán nada!
-Por favor, usted ni siquiera fue el creador del suero, no creó a la máquina, no hizo prácticamente nada destacable. ¡Y lo sabe!
Me había echado un farol, y no se lo había creído.
-Nada me impedirá matarle.-El jefe sacó una pistola de su chaqueta y me apuntó.
En ese momento oímos un gran ruido, seguido de una sacudida de la sala entera. Quedamos aturdidos unos segundos, y después reaccionamos. Habíamos pasado por alto el incesante pitido del radar. Estaba detectando montones de aviones. Habían llegado hasta Berlín. Salí de allí corriendo antes de que el jefe pudiera darse cuenta y me dirigí a la salida, pero a mitad de camino otro científico se chocó conmigo y me tiró al suelo. Parecía aún más asustado que yo.
-¡Gracias a Dios que estás aquí!-dijo él- ¡Tenemos que salir de aquí ahora mismo!
-¿Cuántas explosiones puede aguantar este búnker?
-¡El peligro no está ahí fuera! ¡Esas malditas explosiones han roto la jaula donde teníamos al experimento!
Me quedé completamente paralizado. Mi compañero tiró de mí al tiempo que exclamaba que teníamos que salir de allí. Me recuperé del shock y estaba listo para salir cuando retumbó otra explosión. Pocos segundos después las luces comenzaron a tintinear hasta apagarse. Se encendieron unas pocas luces de emergencia, pero aún así la oscuridad era bastante densa. Traté de localizar a mi compañero, y cuando por fin lo divisé vi que estaba contemplando algo al final del pasillo con una gran expresión de terror en el rostro. Miré hacia lo que estaba observando, y cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad pude ver una silueta muy alta sosteniendo a un científico con una sola mano. Me fijé mejor y vi que en realidad el científico estaba atravesado por el brazo de la criatura. El instinto sustituyó al razonamiento. A duras penas pude convencer a mis piernas de que se movieran, pero lo conseguí y salí de allí a toda velocidad. Atravesé los aparentemente infinitos pasillos en busca de una salida que no podía localizar a causa del pánico. Cada poco rato las salas temblaban a causa de las bombas, y en dos ocasiones caí al suelo. Continué hasta que divisé una gran puerta que yo conocía muy bien. Era la salida. Creía que estaba salvado hasta que sucedió otra explosión, pero esta vez procedía de dentro.
-Las calderas-susurré para mí.
Una llamarada al final del pasillo confirmó mis sospechas. Pero la llamarada hizo algo más. La luz que se mostró durante un rápido segundo me permitió verle. Lo recuerdo bien. Estaba de pie, con varios tentáculos brotando de su espalda, y parecía estar cubierto algo que parecía sangre. Cuando le miré volteó la cabeza como un búho en mi dirección y comenzó a dirigirse hacia mí lentamente. Comencé a patear la puerta intentando abrirla. No sabía que era peor. Si el fuego consumiéndolo todo o el ser con paso firme acercándose cada vez más. Finalmente conseguí hacerla ceder, pocos segundos antes de que el fuego me alcanzara consumiéndolo todo, incluyendo a la criatura. Subí las escaleras como un loco, llegué a la tienda de la que no quedaban nada más que escombros y la trampilla por la que acababa de salir. Comencé a correr por las calles sin parar. Había gente yendo por todos lados. Niños llorando por sus madres, ancianos demasiado débiles para poder correr, y sobretodo personas tratando de salvar la vida. Me quité la bata de laboratorio para ir más deprisa y continué por las calles atestadas de gente. Había muchos soldados y tanques recorriendo las calles, y algunos valientes que intentaban hacerles frente. Pronto comenzaron los disparos. No sabía quién los efectuó, pero eso no era importante. Lo importante era que una de las balas atravesó el cristal de un coche matando al conductor. Ante esa oportunidad me dirigí con velocidad al vehículo, saqué el cadáver de dentro y lo usé para escapar, conduciendo a toda velocidad y llevándome por delante todo lo que no se quitara de en medio. Me arrepiento mucho de eso, pero en ese momento no podía pensar con claridad. Conseguí salir de la ciudad en medio del caos y conduje tanto como pude hasta que el depósito de gasolina quedó vacío.
Años más tarde traté de olvidar lo ocurrido y salir adelante. Ayudé en las labores de reconstrucción y con el dinero que había ganado en aquel experimento pude comprar una bonita casa en un pueblo cercano a un bosque, encontré un buen trabajo de ingeniero. Me casé, tuve hijos, y ellos tuvieron nietos, los cuales venían a visitarnos todas las semanas. Había conseguido ser feliz, pero ese sentimiento se desvaneció una tarde. Estaba en el salón viendo la televisión, mientras mi nieta de catorce años usaba su ordenador. Me aburrí de los programas que estaban poniendo y fui en busca de un libro. Al pasar por detrás de mi nieta me picó la curiosidad y quise ver que estaba haciendo. Mi nieta era muy aficionada a la lectura y le encantaban las historias de terror. Según el título de la historia trataba sobre un ser llamado Slenderman. Sentí curiosidad y me puse a ojear lo que estaba viendo. Pero, al ver una de las fotos que acompañaban la historia se me paralizó el cuerpo, y me eché hacia atrás completamente aterrado. Era él. Era el ser. Estaba vivo.
-Abuelo-dijo mi nieta al ver mi cara de horror- ¿qué te pasa? ¿Estás bien?
Afirmé con la cabeza.
-Cariño, ¿me dejas ver eso?-pregunté intentado sonar lo más natural posible.
-Claro, míralo si quieres-contestó ella un poco sorprendida.
Leí la historia y me sorprendí aún más. Hablaba de todo; su traje, su ausencia de rostro, su relación con los bosques, su preferencia por los niños (supongo que era debido al recuerdo de su hijo), incluso mostraba el símbolo de mi antigua organización como su marca. Me excusé y me fui a mi cuarto. Esa noche las más terribles pesadillas se agolpaban en mi mente, todas relacionadas con ese monstruo.
Supe que mi fin había llegado hace pocos días. Salí a tomar un poco el aire al bosque colindante con la casa hace dos días, y en uno de los árboles pude verlo. Ese maldito símbolo. Desde entonces no he vuelto a salir de casa. Me paso aquí todo el tiempo, y no permito a mi familia que venga a visitarme. Están preocupados, pero no quiero que les pase nada malo. De hecho, le he visto. A través de las ventanas. Está allí, en el bosque, riéndose de mí. Y cada vez más cerca. De hecho, ya han desaparecido dos niños en el bosque. Mi hija les prohibió a mis nietos ni siquiera acercarse al bosque.
Escribo esto desde mi cuarto. Cada vez que miro a la ventana le veo entre los árboles. No me atrevo a moverme. Creo que él disfruta con mi miedo. Sé que mi muerte se aproxima, y es cada vez más cercana. Me lo merezco. Yo creé a este ser, y no me merezco otra cosa. La guerra acabó con su espíritu, y nuestro experimento acabó por eliminar todo vestigio de la bondad que residía en su corazón. Es curioso. Durante toda esta historia no le he puesto nombre, nunca me preocupé de hacerlo. Ahora sé que mi muerte será a manos del ser conocido como Slenderman.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario