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jueves, 24 de octubre de 2013

El primer suicidio y las muertes más absurdas de la historia. - part1


El primer suicida al que la Historia dedica unas líneas es Periandro (siglo VI a.C.), uno de los Siete Sabios griegos. Diógenes Laercio contó cómo el tirano corintio quería evitar que sus enemigos descuartizaran su cuerpo cuando se quitara la vida, por lo que elaboró un plan digno de Norman Bates.
El monarca eligió un lugar apartado en el bosque y encargó a dos jóvenes militares que le asesinaran y enterraran allí mismo. Pero las órdenes del maquiavélico Periandro no acababan ahí: había encargado a otros dos hombres que siguieran a sus asesinos por encargo, les mataran y sepultaran un poco más lejos. A su vez, otros dos hombres debían acabar con los anteriores y enterrarlos algunos metros después, así hasta un número desconocido de muertos. En realidad, el plan para que el cadáver del sabio no fuera descubierto era brillante, pero en lugar de un suicidio tenía visos de masacre colectiva.


Para empezar, una cadena de muertes bizarras que, por su impactante efecto dominó, fue tema de conversación durante semanas. Algunos la recordarán, sucedió en Buenos Aires, en 1988.
Una familia de apellido Montoya, que vivía en un piso trece del barrio de Caballito, se había ido de vacaciones dejando en el departamento a su pequeño perrito. Un amable vecino se encargaba de darle de comer todos los días. Sin embargo, el perro tuvo la mala idea de salir al balcón, donde perdió el equilibrio y cayó. Una mujer de 75 años, recibió el impacto perruno y murió en el acto, concentrando un grupo de gente que, como sucede en esos casos, corre hacia el lugar, entre gritos y pedidos de auxilio.
Una de esas personas fue Edith Solá de 46 años, quien cruzó la avenida sin cuidado y fue atropellada por un colectivo. La mujer murió instantáneamente, pero como no hay dos sin tres (sin contar al perro, claro) un anciano, al ver el horrible espectáculo, sufrió un ataque cardíaco falleciendo camino al hospital.
Uno de los testigos entrevistados remató el hecho con una frase memorable: “parecía un atentado, había cadáveres por todos lados!“.


Quizás la muerte más estúpida de la Historia es la de François Vatel (1631-1671), cocinero de Luis XIV. Horas antes de que comenzara una cena para 2.000 personas, el inventor de la crema chantilly se atravesó el corazón con una espada. ¿La causa? No pudo afrontar que el marisco llegara a su cocina con retraso.


En 1982, un joven de 27 años llamado David Grundman y su compañero de cuarto decidieron salir al desierto a cortar cactus a base de disparos. El primero fue un cactus pequeño, que cayó al primer disparo. Envalentonado por su éxito, la siguiente presa de Grundman fue un enorme cactus saguaro, de 7 metros de alto, probablemente de 100 años de edad. El disparo le sacó un gran pedazo, y el cactus cayó sobre él y lo mató.


En 1999, una mujer inglesa de 67 años, Betty Stoobs, llevaba un paquete de heno en la parte de atrás de su motocicleta para alimentar sus ovejas. Aparentemente, las ovejas estaban muy hambrientas. Cuarenta de ellas cargaron hacia el heno y tiraron a Stoobs por un acantilado. La granjera sobrevivió a la caída, pero murió cuando la moto cayó encima de ella, empujada también por las ovejas.


Un hombre ucraniano no identificado de 45 años del origen Azerbaijani se bajó por una cuerda en un recinto de leones en un parque zoológico de Kiev y gritó a los visitantes horrorizados del parque zoológico, “si Dios existe me salvará!” en ese instante una leona saltó sobre él y clavó los dientes en su cuello más adelante separó su arteria carótida, matándolo inmediatamente.



Yusuf Ishmaeld fue un gigantesco luchador turco que llegó a fines del siglo XIX a los Estados Unidos para realizar una serie de combates. Mal no le fue. Venció al campeón de lucha Evan Lewis y, también, al campeón de lucha grecorromana Ernest Roeber.
Yusuf, tenía la costumbre de convertir todo el dinero ganado en monedas de oro, las cuales guardaba en un cinturón de enormes proporciones que llevaba siempre puesto.
De regreso a su país, apenas a unos metros de la costa, el barco en el que viajaba colicionó con un buque inglés en aguas del Atlántico norte. Ante el inminente hundimiento, todos los pasajeros debieron saltar por la borda y nadar hasta los botes de rescate.
El luchador turco también lo hizo, pero el peso de su cinturón le impedía mantenerse a flote. A pesar de saber que si no lo soltaba moriría ahogado, Yusuf prefirió irse con su preciosa carga al fondo del mar.


En un rascacielos del centro de la ciudad de Toronto un abogado guiaba la visita de unos estudiantes por el complejo, cuando intentó demostrarles la increíble resistencia de los cristales que forman el edificio. Pues bien, cogió carrerilla y dio un golpe con el hombro al cristal, el cual estalló en mil pedazos, lo que hizo que el abogado se precipitara al vacío cayendo desde una altura de 24 pisos y falleciendo en el acto.


El ultimo puesto (por ahora) es para un alcohólico de Texas, pero no uno cualquiera, un adicto a los enemas, vamos que se mete el alcohol por via anal. Un dia, su ultimo dia, se metió la boca de la botella por el culo y dejo que descargara el alcohol pero el hombre se durmió.
Resultado: coma etílico y posterior muerte. Indice de alcohol en sangre: 47%. Y luego la gente dice que el alcohol no mata.


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