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martes, 8 de julio de 2014

Etéreo, por Vanessa Q.


Mi nombre es Rafa y en ocasiones desaparezco. Solo sé de mi, mi nombre, y que tal vez mañana al levantarme no recuerde ni eso. No consigo recordar nada más. No sé si tengo familia o si alguna vez he tenido una vida.
Desaparezco y me vuelvo etéreo, incorpóreo, traslúcido…. Me gusta visitar sitios donde haya mucha gente. Es tan fácil como concentrarse en una persona y conseguir ver a través de ella, en sus emociones, en sus pensamientos y en sus recuerdos. Son personas al azar que me llaman la atención por un motivo u otro. Gente corriente que encuentro en metros, mercados, parques…No es que me sienta orgulloso de la condición  en la que me muevo últimamente pero solo así consigo sentirme un poco humano, con algo de energía para poder moverme. Al principio solo lo hacía en contadas ocasiones, pero pasado un tiempo soy como un vampiro  al que no sacia nada. ¿Y ellos? No parecen notar mi presencia en el momento. Luego, pasada mi intrusión, notan ese penar, esa sensación de pérdida y confusión inexplicable. Y yo consigo sentirme aún más culpable por ello.

En otras ocasiones me gusta visitar a gente a la que veo cada día. Son por llamarlos de algún modo mis habituales. No sé bien porque pero comienzo a caminar y siempre voy a parar donde están ellos. Es como si su energía me llamase de algún modo. Porque no todas las energías me proporcionan el mismo resultado. Algunas me llenan de felicidad y otras me dejan melancólico.
A las tres suelo coger el mismo autobús, todos los días en la misma parada. En la esquina de Verdaguer con Irlanda se sube ella. Es una niña hermosa, de unos 14 años. Sube las escaleras cansada y se sienta en el mismo asiento. Si, realmente es la niña más hermosa que he visto, pero no es eso lo que más me llama la atención de ella. Son sus bonitos ojos ojerosos, tristes y ausentes, pero igualmente bonitos. Y esa forma de sujetar que tiene el libro que lleva siempre consigo, como si su vida dependiera en ello. Es un libro de cuentos infantiles, demasiado infantiles para ella a mi parecer. Sus recuerdos están plagados de esos cuentos. Algunos días de sus ojos brota una lágrima, una sola lágrima que produce en mí un extraño sentimiento. Que no daría yo por saber a quien va dedicada  y que no dejaría de dar por sentir que cae por mí. Tengo ganas de consolarla…pero siempre llego tarde, cuando me decido ya no esta. Ha bajado en su destino y la veo alejarse despacio  con su caminar cansado.
A las cinco voy al mismo parque .Es un parque enorme lleno de columpios y flores. Justo al fondo hay unas pistas de fútbol. Tras esperar sentado una media hora en un banco los veo aparecer. El mismo grupo de escolares que juegan un partido a las cinco y media. Entre ellos destaca un niño de unos ocho años. Es un niño alegre, rebosante de energía. Es el mejor de su equipo aunque se le dan mal las matemáticas. De mayor quiere ser como su padre. El niño corre incansable detrás de la pelota y yo le animo en silencio. Me gustaría decirle que no se rinda nunca, que corra así de libre por la vida y no deje que nadie le diga lo que tiene que hacer. Sin duda conseguirá todo lo que se proponga en la vida. Cuando acaba el partido durante un momento se queda con  la mirada quieta en un punto fijo, expectante como si buscara en ese rincón de la pista a alguien que no ha llegado o esta por llegar. Lo curioso es que en ese mismo rincón estoy yo, entonces por animarlo levanto la mano y saludo. Y el sonríe, sonríe y vuelve a ser el mismo niño inagotable. Y vuelve a correr…
A las siete llego a la misma casa. Es el único lugar que visito donde nunca hay nadie. Aunque me cansa en exceso no lo puedo evitar. La casa esta llena de polvo y de ropa tirada por los suelos. Hace mucho que nadie abre sus habitaciones  y aunque hay signos de que vivan niños nunca los veo. Es como si sus habitantes, como en mi caso, se hubieran olvidado de su existencia.  Se que no es fácil compararse a una casa pero es así como me siento, deshabitado. Sin duda es una buena casa, llena de vida, pero sus ocupantes están consiguiendo que poco a poco la vaya perdiendo.
Y  el final del día es para ella. En esa pequeña sala de hospital solo se oye el sonido de las máquinas y su llanto. Apoyada en la cama y cogida de la mano de ese hombre su llanto me llega al alma. Sus recuerdos son desordenados y confusos. Soy incapaz de procesar tanto contenido. El hombre  no tiene recuerdos, es como mirar en un recipiente vacío, solo observo oscuridad. Esta visita normalmente me deja agotado y me obliga a marcharme a descansar.
Al día siguiente todo se repite de nuevo. Y al siguiente .La única diferencia es mi cansancio. Cada día me siento un poco más debilitado. Y mayor es mi dependencia hacía mis “paradas habituales”. El tiempo que les dedico es cada vez mayor y eso poco a poco me va consumiendo. En el fondo se que el tiempo se esta acabando, pero no se que tiempo. Es todo muy confuso.
Hoy en el hospital no la veo. La mujer no esta junto a la cama. Y el permanece quieto e impasible. A veces me resulta  familiar. Pero por más que lo intento no consigo recordar nada. La busco y la encuentro en otra sala de espera. Tiene la mirada resignada, piensa en como dar la mala noticia a sus dos hijos. Esta sufriendo por ellos, cree que su hija mayor no lo aguantará, que no soportará perderlo así. Solo ha podido parar sus pesadillas con aquel viejo cuento que le leía su padre. Tendrá que buscarle un psicólogo que consiga que se sienta mejor. Todos tendrán que ir. Y su hijo, dios santo, su pequeño no sabe nada, piensa que su padre esta muy ocupado trabajando. Tan ocupado para no ir a verlo jugar al parque  cada día como solía hacer. Pero sobretodo lo que más le preocupa es como enfrentar la vida sin su amor, sin ese hombre que durante quince años la hizo la mujer más feliz del mundo y le dio a dos hijos maravillosos. Como poder transmitir su recuerdo a ellos para que no lo olviden. Y en como volver a  su casa  después de semanas sin hacerlo, sola, sin el. Un gemido escapa de su boca y comienza un llanto inconsolable. Tal es su desesperación que no consigo calmarla. No escucha mis palabras de consuelo. No consigo abrazarla… Sara, ese es su nombre y sus hijos son Mara y Saúl. Ella sabe que no hay marcha atrás que hoy antes que acabe el día desconectarán  a su marido y desaparecerá para siempre. Tal es su dolor que acaba desmayándose.
Hola mi nombre es Rafa y desaparezco…
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