Tu cuerpo –le dije días después, ante su asombro, en aquella cama de toscas sábanas- irá a la mesa de disección. Te abrirán el cerebro y manos inexpertas de estudiantes, hurgarán en tu vientre. Yo no reclamaré tu cadáver para darle sepultura, y ellos entonces se llevarán a sus casas un pedazo de tus senos o un trozo de tu lengua, lo pondrán en un frasco de formol, y después de los exámenes, cuando ya no les sea necesario, lo tirarán una noche envuelto en papeles de diarios, en el basural... Te pondrán, mañana o pasado, junto a otros cadáveres de hombres mugrientos y sin nombre, algunos putrefactos ya, cansados en la espera de su individualización. Y mostrarás sin que nadie se conmueva, tu piel infectada de abscesos por la jeringa apresurada, ése tu mismo cuerpo que meses antes, hacía deleitarse las pupilas de los hombres a tu paso. Te abrirán con filoso bisturí desde la garganta hasta el pubis y te arrancarán el corazón entre bromas y risas de estudiantes de dieciocho años... Y como si esto que te digo y aquello, no fuera suficiente, cuando estés toda cortada, y cuando de lo que de ti quede empiece a podrirse, llegará el cancerbero de aquel tétrico palacio y limpiará tus huesos, los pondrá al sol y los venderá junto con otros, a los que ingresen a la Facultad. Yo compraré uno, te lo prometo; quizá sea tu pelvis o tu cráneo, puede que sea una tibia... y en las noches que esté triste, que llueva y haga frío, lo pondré frente a mí, al lado de la estufa para tener ocasión de maldecirte... Y cómo reiré entonces, al contemplarte!...
Raúl Barón Biza (1899 - 1964), de su libro "El derecho de matar" (1933/1935)
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