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miércoles, 28 de enero de 2015

Mundo laboral



Me miró con su inquietante ojo biónico (en los últimos años aquellos implantes se estaban haciendo cada vez más habituales entre los altos directivos de la empresa, transformándose poco a poco, de humanos en máquinas).

—Sr. Smith —gritó desde el otro lado del foso—, nos interesa su creatividad. Desde la esterilización de la raza es un bien cada vez más escaso entre los humanos clonados en laboratorio.
Sabe que nuestras condiciones son ventajosas…

—«Y no tengo elección» —pensé.

—Esa actitud no es sana, sr. Smith —gruñó una voz metálica a mi espalda.

Era uno de los amos, completamente mecánico.

—¡Joder! —me dije—. Nunca recuerdo que “las latas” pueden leer la mente.

Como castigo, el robot rozo mi brazo izquierdo. La descarga chamuscó la carne y me hizo retorcerme de dolor en el suelo.

—No —pareció reír—, no tiene usted elección.

Las ventajas “laborales” de ascender de simple cobaya de noria a eslabón creativo, consistían en subir un nivel social, lo que me permitiría tener un descanso de ocho horas al día y dos comidas.

Cuando me enchufaron al escáner cerebral corporativo estuve seguro de una cosa: nunca cobraría el paro.

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