Su padre la llamaba esquizofrénica… y ella se lo creía. En vano intentaba callar las voces que a diario la atormentaban; ella no entendía que necesitaban su ayuda, es más, no le importaba. Tal vez era demasiado para una adolescente cansada de ser tildada como el bicho raro de la familia. No sabía o era incapaz de aceptar que si lo era.
- Ven conmigo- una tenue voz que se colaba por su oído derecho la llamaba con insistencia
- ¡Cállateeee!!!
La puerta de su habitación se abría violentamente, mientras una mirada inquisidora y a la vez alarmada intentaba encontrar al causante de su repentino.
Nadie.
- Ay Eliana, me tienes harta. ¿acaso no es suficiente martirio para una madre dos hijos que nunca están en casa, un marido indiferente y una casa que se está cayendo?, ¿también tu? ¡Por Dios!!!
El portazo de la puerta era a lo único a lo que podía responder.
Que soledad la que sentía, si ni su madre la toleraba, ¿Qué más podía esperar?. Solo la música celta y la lectura sobre historia egipcia la consolaban; y una hermosa hada de orejas puntiagudas que acariciaba su pelo. Algún día abrirás los ojos, mi niña.
Los días y los meses transcurrían, el colegio estaba a punto de terminar, poca cosa para ella – más tiempo con mi hermosa familia- se reía con sarcasmo. Su única distracción en las clases eran sus hermosos dibujos, gnomos, duendes y hadas hacían parte de un gran bestiario que nadie podía encasillar en ningún estilo; todo el tiempo se la pasaba dibujando; lo que sus maestros enseñaban era muy poco interesante, porque ya lo sabía (o mejor, se lo habían dicho).