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lunes, 1 de diciembre de 2014

Los Secretos de Caramel - prt5

UN DÍA ME SENTÍ MUY MAL. 


Un día me sentí muy mal. Estaba en pleno recreo cuando de pronto perdí la conciencia. Cuando desperté me encontraba recostado en la camilla de la enfermería.  Me sentí muy incómodo. No estaba en mis planes desmayarme como una damisela frágil,  delante de todos mis compañeros de clases y peor aún, delante de medio colegio. Lo último que recordaba era que había estado conversando con Max en el recreo  y de la nada sentí que mis piernas no me podían sostener. Poco tiempo después estaba en la enfermería con un poco de cansancio.


— ¿Estas bien?
No me había dado cuenta que Max estaba sentado a mi lado. Él tenía un lapicero en sus manos. Cuando Max se pone nervioso suele juguetear  e incluso morderlos para tranquilizarse un poco. Casi nadie sabe de esa manía porque él usualmente no se pone nervioso. Mayormente Max es un joven muy relajado, pero como soy su amigo y siempre estoy con él, puedo darme cuenta de esas pequeñas cosas. 

Max no dejaba de jugar con ese lapicero.


—Dame el lapicero —Le extendí la mano para que me lo diera.

— ¿te sientes mal? ¿Sientes algo?
—Deja de jugar con el lapicero y dámelo —Insistí.
Max guardó el lapicero en su mochila, el cual había estado en el suelo, y se lo puso en la espalda.  No era la única mochila en sus manos. Max  también saco mi mochila y la puso en la camilla.
—Vámonos, te llevaré a casa — me dijo Max.
— ¿Qué?
—Te mandan a casa. No te puedes ir solo en ese estado, por eso te acompañaré, me dieron permiso para hacerlo.
El malestar se me había pasado. Me levanté de la camilla y cogí mi mochila. Max me esperaba en la puerta de la enfermería  para irnos. Hasta ese entonces nunca había estado en aquel lugar y Max tampoco. Me puse a pensar: Si Max hubiera sido el enfermo seguramente yo habría estado a su  lado, esperando que se despertara. 
Max estaba callado, no decía ni una sola palabra. Su silencio me ponía muy nervioso. No era como si me hubiera estado muriendo  para que exagerara de esa manera.

—Hey, te conozco, deja de comportarte de esa manera. 

Max me miró con sus intimidantes ojos azules.
—Lamento ser una molestia, pero me preocupaste mucho. No sabes lo mal que estabas. 
—pero ahora estoy bien, Max.
Todo era tan extraño, pero me puso muy feliz saber que se preocupaba mucho por mí. Max no dijo nada hasta llegar a casa. Le conto todo el incidente a mi madre para que me separara una cita en el hospital. Yo odio los hospgitales, pero con tal de ver tranquilo a Max, recorrí medio hospital hasta que concluyo con un diagnostico nada alarmante. 

Durante todo ese tiempo no me dejó de preguntar sobre cada visita al doctor. Lo mejor de todo  fue decirle que no tenía nada de importancia y que con un corto tratamiento mis malestares se iban a esfumar. Desde ese día su sonrisa volvió a ser radiante como siempre, de esas que deslumbraba a las chicas… y a mí.

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