Las últimas semanas no habían sido muy buenas que digamos; su mujer le había reclamado toda una lista de cosas por hacer: viajes, diversiones, compras, visitas al médico, etc. Pero él estaba muy ocupado para eso; lo único que deseaba era lograr un buen trabajo narrativo; uno que a diferencia de las docenas de malos cuentos que había escrito frecuentemente, fuera la culminación de todos aquellos años de lucha constante frente a la su vieja máquina de escribir. Sabía que tantas horas dedicado a sus quehaceres literarios le habían robado el amor de su esposa y ni que decir el de sus hijos adolescentes, a quienes apenas si veía eventualmente. Luego se encerraba en su biblioteca y el tecleo de la máquina se dejaba escuchar por horas; sin tregua alguna. Pero ese cuento último que había logrado, usando aquella técnica de las muñecas rusas, es decir una caja de forma humana dentro de otra y otra, o lo que es lo mismo, una historia que llevaba a otra y luego otra, le aseguraba el éxito deseado por años. Estaba tan ansioso de mostrarle su narración a alguien, su técnica, que sin dudar fue corriendo a buscar a su mujer para leérselo. La encontró llorando en la cocina, con la mirada extraviada; sin importarle la situación igual el escritor le leyó su trabajo. Al finalizar la narración la mujer sólo se preguntó: ¿una caja dentro de otra? Después quedó sumida en sus pensamientos, como ausente. El escritor, hizo un gesto horrible y salió de la habitación haciendo rugir la puerta. Pensó, mujeres, ellas nunca entienden lo que cuesta lograr un buen cuento, sólo piensan en comprar cientos de cosas, que solo usan una vez, y en pavonearse con sus amigas.
Al día siguiente, de forma inusual, su mujer y sus hijos se le acercaron y se sentaron a su lado, en la biblioteca, le acercaron una taza de té, que le supo demasiado amargo y por último… despertó dentro de su ataúd, empezó a luchar con desesperación por su vida, a tratar de aspirar más aire del que el exiguo y cerrado lugar le permitía. Se destrozó las uñas tratando de abrir la tapa y hasta se fracturó una rodilla, cuando trató de romper la madera… era imposible, se dijo, no quería morir de forma tan espantosa, su mujer, sus hijos habían sido los artífices de tan horrendo crimen; pero entonces recordó que debían haber depositado su ataúd dentro del mausoleo familiar, era la tradición y la abuela no iba a permitir se hiciera lo contrario, por tanto no estaba bajo tierra, había aún una oportunidad de evadirse de la caja, de rajar la madera y salir al exterior, ya había logrado algo al respecto, estaba seguro, a pesar de la oscuridad sus dedos recorrían una rajadura prominente en el techo del féretro. Entonces usó toda la fuerza que aún le quedaba en sus fibras para alcanzar la tan ansiada libertad, prolongar su vida…
Fue cuando recordó lo que había expresado su mujer: ¿una caja dentro de otra? Y descubrió con agonía que su ataúd no era un solo ataúd…
No hay comentarios. :
Publicar un comentario