aullan los plañideros espectros,
cazando de los caídos el aliento.
Plantados en la tierra
amalgamada con sangre,
florecen los huesos de los muertos;
en las cuencas vacías
el agua se estanca
y corre entre los dientes
sin mantos de labios.
Del campo devastado,
apestando a muerte,
huyen las monturas sin jinete.
Ahora en lodoso lecho yace mansa
la carne fiera, deseosa de hazañas.
De valor, de miedo, los gritos guerreros
dan como fruto sólido silencio.
Para las implacables hijas de Odín
,en charcos, en regueros, salpicaduras rubíes
son servidas en bandeja como carroñera ofrenda,
mientras sus voces frías sisean en el viento:
Nacerán gloriosos cantos de vuestros lamentos.
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