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jueves, 24 de octubre de 2013

UN CUENTO DE HERMANOS - por Kevin Christopher


Si hay algo que comería todos los días por el resto de mi vida, esa comida sería sin duda las hamburguesas. Por alguna razón su sabor me parece de otro mundo, simplemente genial. Frente a mí, estaba servido con mucho cariño, un par, grandes y con papas fritas a un lado. —Una hamburguesa no puede ser disfrutada si no es acompañada con papas— Mi madre lo sabía muy bien. Al dar la primera mordida sentí como el sabor inundaba mi boca. “Deliciosas como siempre” Mi madre cantaba mientras cocinaba, en las noticias solo había reportajes sobre festivales, nada de asesinatos o muerte, el sol resplandecía y los pájaros acompañaban a mi madre con sus sinfonías. Todo era perfecto, todo hasta que él llego. Con su estúpida sonrisa, y sus estúpidas palabras. Por la ventana se podía ver el camión del colegio llegar, grande y amarillo. Segundos después, la puerta de la casa se abría y su maldita voz interrumpió mi perfecto día.

— Hola a todos... —Dijo el muy bastardo— ¡Mamá! Tienes que ver esto.

— Estoy en la cocina cariño.

Llego a la cocina agitando algo entre sus manos, una hoja de papel. En su espalda cargaba su ridícula mochila, la cual tenía una ilustración de un superhéroe con una garra robótica. La odiaba con el alma. En su frente, con su cabello rubio recogido hacía atrás, había una estrella dorada.

— Mira mamá… —Dio un pequeño salto y entrego a mi madre la hoja de papel.
— ¡Vaya! Daniel…es…es muy bonito.
— ¿Enserio te gusta mamá?
— Pero claro que me gusta…es muy hermoso ¿en verdad lo has hecho tu solito?
— Sipí. —Una de sus muchas estúpidas palabras, agh como lo detesto.
— Pues entonces lo pondré aquí, ¿Qué te parece? 

Mi madre coloco la hoja de papel en la nevera, la detuvo con imanes y continúo cocinando. Era un dibujo de lo más feo. En el cual estaba pintada toda la familia. Incluso se atrevió a dibujarme a mí. Se sentó y me pregunto miles de cosas. Sobre si me había gustado su dibujo, a lo cual no respondí. Pero si hubiera respondido le hubiera dicho cuan estúpido me parecía. Me conto su día en el colegio. Yo solo no podía soportarlo, incluso hizo que el sabor de mi hamburguesa fuera malo, al punto en el que ya no quería seguir comiendo. Por momentos sentía como la comida subía por mi laringe para ser expulsada. Pero me contuve, no quería que mi madre tuviera que limpiar mi vómito, simplemente la amaba demasiado. Termine de comer y subí a mi habitación. Por desgracia tengo que compartirla con él. La habitación está dividida en dos; De un lado está mi cama, junto a un mueble en donde coloco mis cosas. Tengo una extensa colección de comics guardada en los cajones. Una colección que cualquier coleccionista envidiaría y pagaría lo que fuera por tener algunos de los ejemplares raros que conservo. Del otro lado está la cama de Daniel; Con sus tontas sabanas de ositos. Alado hay un gran juguetero lleno de porquerías para niños. Él respeta mi espacio y yo respeto el suyo. Estaba bastante cansado, mi día en la escuela había sido un asco. Tome mis audífonos, coloque algo de Alice y me quede dormido. 

Unos ruidos hicieron que abriera los ojos, el cd había terminado y el reproductor se había apagado. Podía escuchar como unas tijeras cortaban algo. También escuchaba unas pequeñas risitas. Por la ventana podía ver aun el sol. ¿Cuánto tiempo es que permanecí dormido? El reloj en la pared marcaba las cuatro y media. Al girar la mirada casi se me detiene el corazón. Esparcidos por todo el suelo estaban mis comics, hincado sobre ellos estaba Daniel, y con unas tijeras en su mano destruía lo que había costado miles de mis mesadas. El primer ejemplar del capitán rojo, La edición dorada de El Hombre Tinieblas, y el numero ciento cincuenta del Hombre Avispón autografiado por el autor. Todos ellos hechos añicos. Todos ellos convertidos en basura.

— Mira lo que he hecho para ti hermano —Dijo sosteniendo un pequeño chaleco hecho con páginas de comics— Se lo mucho que te gustan las historietas, y ahora podrás vestirte con ellas y llevarlas a todas partes. —Sonreía mientras lo decía— Incluso lo hice de tu talla

Las manos me temblaban, y apreté los dientes con fuerza. Cerré los ojos pero no pude contenerme. Me levante y lo golpeé con todas mis fuerzas. Estaba a punto de encestarle otro gran golpe, pero antes de poder acertar de lleno en su nariz, mi madre entro a la habitación. Me detuve al verla parada en el marco de la puerta. Daniel corrió llorando a sus brazos. Al ver la mirada de mi madre me sentí arrepentido. Daniel explico lo sucedido, le explico que lo había hecho con la mejor de las intenciones, que él no sabía que yo reaccionaria así. Mi madre con gran enojo hizo que pidiera disculpas, las cuales di forzosamente, sin sentirlo de verdad. Si no hubiera llegado mi madre, lo hubiera molido a golpes. Como castigo fui obligado a cortar el césped del patio trasero. El cual era como una gran jungla, y con este calor, sin duda sería una real tortura.

Abrí la pesada puerta del garaje, dentro todo estaba oscuro y lleno de polvo. La máquina de podar estaba arrumbada en una esquina, la saque con gran esfuerzo y comencé a cortar el césped. El sol quemaba mi nuca, y la maquina lastimaba mis manos, en la palma crecieron enormes callos y ampollas, las cuales reventaron causándome gran dolor, soltando asquerosos líquidos. Después de varias horas en las que el sol estaba ya ocultándose, había terminado. De nueva cuenta abrí la pesada puerta del garaje, cargue con lo que me quedaba de fuerza la podadora, la coloque en su rincón y camine hacía la salida. Sin el sol dando luz, era difícil mirar dentro, el foco estaba fundido desde hace ya bastante tiempo, nadie se preocupaba por remplazarlo.

Mi pierna se patinó con algo que estaba en el suelo, perdí el equilibrio y caí pesadamente sobre una pila de herramientas, unas cajas cayeron sobre mi cabeza, me sobe en el área del golpe “Sin duda mañana tendré un enorme chipote” Pensé. Levante la vista y fue cuando la encontré. Entre el marco de una vieja bicicleta, yacía colgando una enorme telaraña, fina y brillante, grande y perfecta. En medio descansaba la creadora de semejante obra. Con su cuerpo grande y brillante, con una mancha roja en forma de reloj de arena en el vientre, y con sus ocho gruesas patas. Podía ver sus pequeños colmillos, en los cuales unas diminutas gotitas de veneno escurrían amenazantes. Una idea corrió por mi cabeza y corrí en busca de un frasco de cristal. Regrese con el embace y con mucho cuidado la coloque dentro. Apreté de nuevo la tapadera para asegurarme de que fuera imposible que se abriera sola, y la escondí bajo mi camiseta. Subí a ducharme y baje a ver televisión. Mi madre aún estaba enojada conmigo, me veía como un monstruo. Incluso cuando le pregunte por la cena me respondió que me sirviera yo solo. Cosa que nunca había pasado, siempre ella cocinaba para mí con mucha ternura. Y todo por culpa de ese estúpido de Daniel. Recalenté las hamburguesas que habían sobrado y continué mirando a Clint Eastwood en televisión. Mire el reloj cuando la película había terminado y marcaba ya las once y media. Mis ojos ya se cerraban involuntariamente, y solté un gran bostezo, entonces subí a mi habitación.

Abrí la puerta lentamente para no despertarlo. La cerré y quede en absoluta oscuridad. Removí las cortinas, la luna llena era grande y alumbraba en todo su esplendor, regalándome una perfecta iluminación. Podía ver su cara dormitando, incluso cuando dormía tenía esa odiosa y molesta sonrisa que tanto detestaba, pero ya no… ya no vería esa maldita sonrisa. Abrí el frasco y coloque la araña en su frente. Amanecerá tieso, no podrán echarle la culpa a nadie, los forenses dirán que la causa fue una picadura de viuda negra, pasa todo el tiempo. No más Daniel, no más problemas.

— Adiós Daniel. —Le susurre en el oído.
Me fui a mi cama. Bajo las sabanas no podía soportar la risa. La noche avanzaba y caí dormido.

Podía ver en sueños la vida perfecta que llevaría; La habitación para mí, no más berrinches. Toda la atención de mamá para mí, todo su amor solo para mí, toda su comida para mí. No más Daniel, No más estúpidas palabras, no más estúpidos dibujos, no más problemas…No más Daniel…No más Daniel. La voz de mi madre me hablaba, me hablaba desde lejos. Todo se movía, todo era como un mar de imágenes en las cuales podía vislumbrar a mi madre y a…a…a Daniel. ¿Daniel? ¿Qué hace el aquí? Mi madre trataba de comunicarse conmigo, puedo escuchar su voz, pero no puedo entender lo que dice. Daniel solo chilla como siempre, es lo único que hace, chillar y crear alboroto. Pero… ¿pero porque ella llora también?

— ¿Por qué lloras mamá? —Intente decir, pero mi lengua estaba entumida, era difícil poder pronunciar algo, mi voz no eran más que balbuceos.

Todo seguía moviéndose como el agua, y solo podía ver sus rostros. Comencé a sentir una gran ansiedad, mi respiración estaba agitándose, pero me costaba trabajo tragar algo de aire. Ahora la cena subía por mi laringe y salió de mi boca. “No…no…ahora ella lo limpiara, no quiero que ella tenga que hacer algo así” Pero mis músculos están débiles, no puedo levantar ni un solo dedo. La cabeza me duele, y siento como mi piel transpira algo frio. Mis ojos miraron hacía el suelo. Mamá seguía llorando más fuerte ¿Pero porque Daniel sigue aquí? ¿Por qué demonios sigue aquí? El plan era perfecto ¿Por qué sigue aquí? ¡Maldición! ¡Maldición! ¡MIERDA! ¿Por qué sigue aquí? Mi cuerpo comenzó a temblar, temblaba y se agitaba con violencia. Mi cuerpo estaba saltando por toda la cama. ¿Por qué sigue aquí ese maldito? Me siento exhausto. Bastante cansado. ¿Por qué sigue aquí?

— ¿Por qué lloras mamá? —Dije, y antes de cerrar los ojos, pude ver en el suelo su cuerpo negro y brillante— Mamá…Mamá ¿Por qué lloras? —Sus ocho gruesas patas —Mamá…Mamá no llores... — Y su mancha roja en forma de reloj de arena.

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