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miércoles, 18 de marzo de 2015

El primero de la lista, por Marisol.


Durante años Armando fue el primero de la lista. Desde bien pequeño siempre le había tocado el primero de la lista en un colegio de una ciudad al norte de España. Los trágicos sucesos que tuvo que vivir en primera persona marcarían para toda su vida la conducta de este chavalillo. Su madre, su padre, su hermana, su abuelo y su abuela fallecieron cuando Armando contaba con tan solo 4 años, en un accidente aéreo,  sin que sus cuerpos pudieran ser rescatados del océano.

 Armando vivía obsesionado con la sangre y las muertes. Mientras otros niños de su edad pasaban las tardes estudiando o mirando dibujos televisivos, Armando se dedicaba a mirar películas de terror y pequeñas excursiones al campo en busca de animales muertos para realizarles su propia “necropsia” en el viejo desván de su hogar.

Armando, después de los trágicos sucesos fue adoptado por una familia. Su padre adoptivo le pegaba y le hacía pasar una mala infancia. Todas estas situaciones fueron creando a un monstruo, a un asesino.

Con 18 años Armando ingresó en el cuerpo militar para hacer la “mili”, le tocó en el primer batallón. Este batallón estaba configurado por unas listas de hombres cuyos apellidos iban de la A a la D.

Armando siempre fue el primero de la lista, pero en esta ocasión bajó al puesto número 14. Esto hizo que con el paso de los días Armando se fuera trastornando hasta idear un plan, una matanza. Iría asesinando a todos los compañeros para conseguir así ser el primero de la lista.

Asesinó brutalmente a todos sus compañeros. Así, al número 13 lo agarró por los pelos y le destrozó la cabeza a golpes contra la pared de los lavabos.



Al número 12 le introdujo un puñal de 13 cm de largo por 4 de ancho por la boca destrozándole la lengua, garganta y esófago, para acabar muriendo ahogado con su propia sangre.

Al número 11 lo atropelló con un “jeep” del cuartel repetidas veces hasta dejarlo completamente destrozado.

Al número 10 le seccionó la garganta con un corte seco.

Al número 9 lo introdujo vivo en la incineradora de residuos.



Al número 8 le arrancó el corazón mientras dormía con sus propias manos.

Al número 7 lo empujó a unos paneles de electricidad y se electrocutó hasta prenderse fuego.

Al número 6 le segó la cabeza con un hacha, la empaquetó y se la envío a la familia del asesinado.

Al número 5 le cortó las piernas y los brazos y lo tiró a un río que pasaba por el lugar para que muriera ahogado.

Al número 4 lo tiró desde una de las garitas del tejado, y para rematarlo le cortó la vena yugular.

Al número 3 le introdujo una varilla de acero por el cuello hasta la médula y lo dejó en estado de coma irreversible.

Al número 2 le ató de piernas y brazos en un bosque cercano, le introdujo una grana en la boca, tiró de la anilla y explosionó.

Al número 1 lo torturó de la siguiente manera hasta que falleció desangrado: Le fue cortando con un machete dedos, manos, brazos, dedos de los pies, pies, piernas, orejas, pene, nariz, ojos y le sacó la piel en vida, falleciendo a los poco minutos.

Como había enterrado a uno y echado a un río a otro, el resto de los cuerpos los troceó y los fue enterrando por los jardines del cuartel. Todas estas desapariciones provocaron un gran problema social, nadie tenía explicación para lo que estaba sucediendo.

Unos días más tarde llega la noticia de que el compañero que estaba en coma había fallecido en el hospital. Se celebra un homenaje en el cuartel y mientras Armando limpia su arma accidentalmente se produce un disparo que le atraviesa la cabeza de lado a lado.

Desde ese día se cuenta que el espíritu de Armando vaga por el hoy abandonado cuartel vigilando que siempre sea el primero de la lista.

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