Ojos Fríos
A mi mejor amigo Max nunca le faltaron las chicas. Desde pequeño siempre había sido asediado por las niñas por poseer un aire de príncipe, así que tenía para escoger a la más bella de entre todas. Aquella afortunada brillaba alrededor del chico cruel de los ojos azules, como solían llamarlo, ya que juntos hacían un hermoso cuadro de primera; pero era quebrado en mil pedazos cuando Max se aburría de la compañía de esa señorita deseada.
Max podía hacer que los ojos de las chicas se llenaran de brillantes chispas de felicidad, pero también podía hacer que se llenaran de dolorosas lágrimas cuando terminaba repentinamente o cuando se enteraban que los labios de su príncipe habían tocado otros aun dentro de la relación. No importaba la situación pues Max podía sonreírles un día y al siguiente terminar sin excusas. Para ellas era inexplicable.
Las lágrimas no eran armas femeninas que afectaban a Max. Estas solo lo irritaban porque las consideraba un elemento para querer manipularlo, y a él no le gustaba ser manipulado por las chicas, por nadie. Cuando eran derramados frente a él, solo bufaba y aquellos ojos tan hermosos que solían mírame radiantes, se convertían en los cuchillos más afilados con los cuales uno se podía cortar hasta lo más profundo.
Yo nunca tuve algún interés en acercarme a las señoritas, amantes de Max, porque nunca me gustó el poco recato que mostraban al ser el centro de atención y envidia de otras chicas; nunca me gustaron sus risas creídas cuando caminaban del brazo de mi amigo; pero me apenaban cuando se veían frágiles frente a él, sin poder contener las lágrimas por no haber podido enamorar al chico cruel de los ojos azules.
“Max es un buen amigo, pero es una mierda cuando pasas a ser algo más”, solían decir. A pesar de las advertencias, las chicas tenían la esperanza de cambiar a Max. Con sus bellezas creían poder engatusarlo, pero para Max las chicas solo eran dueñas de máscaras hermosas que la naturaleza les había regalado. Ellas eran como un bonito colgador que servía para lucirlo a un lado de la mochila y luego cambiarlo por otro.
—Caramel, tu eres su amigo, dile que regrese conmigo por favor.
No era la primera vez que tenía al frente a una de las enamoradas de Max pidiéndome que hablara con él. Laura tenía los ojos recontra rojos e hinchados de tanto llorar; Su voz estaba quebrada y apenas podía articular palabras junto con los gorgoteos que hacia al llorar. Nunca me consideré capaz de tranquilizar a alguien en esas condiciones.
—Mis amigas me dijeron que Max me iba a dejar muy pronto, pero yo pensé que no iba a ser de esa manera, que él iba cambiar por mí, que conmigo iba a ser diferente.
Los ruegos continuaron y yo no sabía que hacer más que quedarme callado con la esperanza de que todo terminara, pero nunca tenían fin. Laura no se fue hasta que mi mamá se dio cuenta de la penosa visita en la casa y la acompañó de regreso.
“Ella solo era una chica enamorada no correspondida”, pensé. “El amor no correspondido debe doler”, me dije internamente. Las caras de tristeza de las chicas, después de terminar con Max, me hacían sentir culpable porque nunca alenté a mi amigo con ninguna, más bien siempre me mostré lejano e indiferente con cada una de sus relaciones, como si con eso incentivara el rompimiento.
— ¿Estás satisfecho? —Me dijo Max cuando Laura se había ido con mi madre.
Max siempre supo que Laura estuvo afuera buscándolo para hablar con él, pero como siempre, le tomó poca importancia y se encerró en mi cuarto con mis nuevos videojuegos.
—Por qué dices eso…—respondí buscando el segundo mando del videojuego que se encontraba en una caja sobre la cama.
—No te hagas. Ella nunca te agradó, ¿verdad? —dejó de prestarle atención a la pantalla para mirarme.
—Tú la elegiste, tu salías con ella, yo no. Puedes salir con quien quieras, yo no tengo porque criticar tus elecciones y tampoco tiene que desagradarme.
Me senté a su lado en el piso alfombrado. Max me miró con su sonrisa burlona el cual yo estaba acostumbrado a mirar cuando él tenía ánimos de molestarme.
—Ok, pero no pongas cara de desagrado cuando te presente a una nueva.
—Ya deja de estar terminando muy pronto. Las últimas no estuvieron contigo mucho tiempo—sugerí ignorándolo.
—Y qué quieres que haga, si te irritas cada día que pasa, como si tuvieras temor a que te cambie por la nueva. Me quedaré con una chica para siempre, pero solo cuando le muestres una bonita sonrisa y no una cara seria.
—Yo no pongo la cara seria.
—Siempre me muestras una sonrisa muy bonita cuando termino con a mi novia.
— Mejor empecemos a jugar este último videojuego¬—propuse ignorándolo.
Él me sonrió amablemente mientras volvía a prestarle atención al videojuego que había dejado de lado.
—Caramel, no te preocupes. Me quedaré con una chica que te agrade, la que elijas para mí, pero tiene que ser amable, muy linda, que me soporte tal como soy y, lo más importante, que tenga muy en cuenta que mi mejor amigo Caramel va a estar sobre ella. Ya sabes, la amistad es lo primero, las mujeres, después.
—También estás primero, Max.
Max solía ser irritante para muchos, pero me gustaba tal como era, aunque solía lastimar sin medirse. Lastimar a la gente era lo mío y ver que alguien lastimara a otra persona tampoco lo era, pero con Max no me podía enojar, porque lo quería mucho y era mi mejor amigo.
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