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lunes, 23 de febrero de 2015

El burdel de las sirenas


I

‘’En el burdel de las sirenas entra todo aquel que lo pueda pagar, Se necesitan dos billetes de cien y algo de soledad, Yo tengo un dólar y un contrato prematrimonial. Pero contrato a las sirenas que no puedo tocar.
En el Burdel de las Sirenas suena música de los problemas, Pero esta vez el hombre del piano se llamaba Ray Charles, Marilyn Monroe es un ángel en la escena, mientras la mira de reojo Johnny Cash...’’

El humo de sus labios salía formando un ángulo perfecto. Era su mejor perfil. Las luces parpadeaban sin cesar. Ella enloquecía, cerraba los ojos y se dejaba llevar. Los chicos se acercaban, bailaban ante ella, cada uno aguardaba la esperanza de verla abrir sus ojos por un instante, un efímero instante, y que se fijara en él. Bailaba mientras sus manos rozaban su cuerpo mojado para acabar perdiéndose en su corta y también mojada cabellera negra.

Me acercaba hacia ella. Por un instante la gente dejo de bailar, el agua dejo de caer y sus manos de moverse, cediendo al cansancio, al peso de la copa, a una mirada intranquila buscándola y de pronto así encontrándola. Esa mirada era la mía.


La música resurgió, la gente saltaba aun más, bebían como locos, se besaban, se reían. Pero ella no saltaba, no se reía, no bebía, no estaba.
La busqué con la mirada en ese pub con la esperanza de verla entre la gente.


Y sí, apareció de nuevo. Se dejó ver, bailaba sensual mirándome fijamente, dejando que otro chico bailara detrás de ella, besándola por el cuello, dándola de beber de su copa, de sus labios. La deseaba aun más. De hecho siempre la había deseado pero jamás me había atrevido a tenerla. Siempre que iba a ese pub, me perdía en el, viéndola bailar, amar la noche. No la conocía y aun así la amaba. Amaba su risa. Tan loca y real, tan niña y mujer a la vez. Jugando a ser mayor, tan inocente y con gestos de mujer.

De pronto, un hombre la acarició la mano y ella la cerró en puño. Dejo de mirarme para mirarle a él y acto seguido se giró hacia atrás y asintió a la vez que otro hombre más mayor lo hacia. En otras ocasiones la había visto hacer gestos similares. Entonces no volvía a aparecer hasta la noche siguiente y así sucesivamente. Siempre que estaba apunto de acercarme a ella alguien se me adelantaba.

II

Había imaginado mil y una veces que era mía. Era como si ni siquiera ella misma fuera dueña de sus actos. Como si una fuerza mayor se lo impidiera. Su mirada gritaba pero su duro semblante se mostraba sereno y conocedor del mundo en el que se rodeaba.

Pasaron noches, más hombres, más miradas, más gestos, más deseo. Y en una de ellas, en uno de los baños la hice mía. Ocurrió deprisa, me pidió que la besara, que la dijera que la quería, y cuando acabamos me pidió que la abrazara y que no volviera nunca más allí. No se despidió con un adiós, pero me susurró su nombre: Catalina.

Fueron semanas de frustración. Noches en vela esperando a que saliera del pub y no lo hacia. No dormía, tan solo quería verla, tenerla, sentirla, decirla que… Decirla que había esperado mucho para besarla, recorrer cada uno de sus rincones y mirarla mientras sus ojos brillaban y me apretaba la mano fuerte.

Una noche decidí entrar de nuevo, la busqué, no la encontré. Me desesperé ante la idea de no verla más. ¿A dónde había ido? Me acerqué a la barra y a un lado estaba aquel hombre mayor a quien asintió la vez pasada. Pregunté por ella.

Lo entendí todo. Cada una de las piezas encajaba, las miradas, los gestos, sus palabras, su miedo… todo. Ella me había pedido que no la fuera ver. Sí, que no la fuera ver esperando que aquello ocurriera de nuevo. Me había dado su nombre. Esperaba a que la buscara. Tenia que pagar para amarla.

Pagué, y entré en la habitación. Ahí estaba ella esperando a cumplir con todo aquello que yo la pidiera. Pero aun así, tan solo fui capaza de pedirla perdón. La pedí perdón por ser incapaz de desnudarla sin pensar en cuantos hombres lo habrían hecho o lo harían después de mí. Aun así me beso de nuevo y empezó a desnudarse ella misma. Cuando se disponía a quedarse sin ropa interior posé mis manos en cada una de sus muñecas acercándome lentamente a ella. Así, quieta, más niña, más temblorosa, menos mujer, frágil, la frágil Catalina.

Y cuando mis labios estaban cerca de los suyos, respirando así del mismo aire, sus ojos empezaron a brillar como aquella vez pero no brillaban por placer. Ahora lloraban. Se vistió de nuevo cubriendo así su cuerpo con un vestido corto y negro palabra de honor. Encendió un cigarrillo y empezó a dar vueltas en la habitación, la cual apenas tenia luz. Tan solo se oían sus tacones pasar de lado a lado y su respiración nerviosa. La miraba lleno de rabia y frustración. De sus ojos color miel no dejaban de caer lágrimas teñidas de negro, debido al maquillaje.

III

Me levanté con ademán de salir de allí y ella me abrazó con mucha fuerza por detrás. Catalina me susurró: ‘’ Odiarnos, acabar follando, negar lo evidente y fingir ante la gente’’

Me giré y observé sus ojos por última vez, brillaban con fuerza mientras sus labios temblaban. Cerré la puerta dejando a una niña con aspecto de mujer sola en aquella habitación donde no fui capaz de amarla por segunda vez.


Hoy, ocho años después he vuelto a aquel bar con la esperanza de verla bailar y de pronto me he topado con una chica de cabellera corta y negra. Ella también fuma y baila hasta saciar con una copa en la mano. Pero no tiene sus ojos. No es ella, es tan solo el recuerdo de Catalina a quien años después sigo recordando junto a su último susurro.

Y es que nos odiaremos eternamente por dejarnos ir en el trascurso del tiempo, por no habernos dicho todo aquello que hubiéramos querido, Nos odiaremos por haber tenido que fingir ante la gente, negar lo evidente.

‘’Tengo un Jack Daniels en la mano y un Lucky Strike para fumar, y el director del cabaret es clavadito a Groucho Marx. Cuando me invaden los problemas, cuando me quiero acostar, siempre me queda el consuelo de volver allí a nadar. En el Burdel de las sirenas, en la pecera de los peces que como yo, ahogan sus penas. En el burdel de las sirenas entra solo aquel que lo pueda pagar.’’




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