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viernes, 6 de febrero de 2015

Ha pasado más de un mes desde que los muertos volvieron a la vida. Desde que le abrí la cabeza a golpes sin pestañear a mi mejor amigo cuando intentó probar mi carne. Desde que me atrincheré en mi pequeño apartamento y me evadí del caos, gritos y explosiones de la arrasada ciudad.
Desde que devoraron a mi vecino mientras daba golpes a mi puerta suplicándome para que le abriera la puerta y lo ignoré. Pero todo esto carece de importancia cuando han pasado tres días desde que me fumé mi último cigarro y ya no lo soporto más.


No recuerdo cuando fue la última vez que comí. No tengo hambre ni suministros. Estoy en un estado permanente de ansiedad, mareo y un profundo letargo. No logro concentrarme ni en las tareas más sencillas.

Mi mente piensa exclusivamente en una cosa: la deliciosa nicotina atravesando mis maltrechos pulmones y llegando directamente a mi cerebro. Todos mis problemas se solucionarán con unas caladas de un pitillo. Con su ayuda podré volver a afrontar la supervivencia y el día a día en el fin del mundo.

La casa apesta a heces y orina.  Hace días que no me molesto en tirar el cubo por la ventana al enjambre de muertos vivientes que hay en la calle. Antes era divertido, recogía el cubo , y encendiéndome un exquisito cigarro, se lo tiraba entre risas, caladas y gritos. Ahora no tiene ningún sentido. Sin ese cigarro, ya no es lo mismo.  ¡¡Necesito un puto cigarro o me volveré loco!!


Tampoco ayuda el maldito muerto viviente devorador de vecinos que lleva siglos aporreando mi puerta y me está taladrando el cerebro. De repente una bombilla se ilumina en mi cerebro. ¡¡¡Seguro que él tiene tabaco!!!. Estará seco y doblado, pero no importa. ¿Por que no había caído antes? No logro pensar con claridad, pero esto lo veo muy claro. Jamás he tenido algo tan claro en mi vida. Necesito su tabaco y lucharé a muerte por él.

Quitaré las barricadas, abriré la puerta a mi estanco andante y le estamparé el hacha en la cabeza. Su trofeo bien vale el riesgo.

Lo que no contaba era que estaba más débil de lo que pensaba por no comer y me ha costado mucho acabar con él. Sin embargo el maldito ha conseguido morderme y casi me arranca la mano de cuajo. Pero no importa. Ya tengo lo que quería.  Todo esfuerzo tiene su premio. Enciendo el cigarro, le doy una calada y ya puedo morir a gusto. Me he convertido en un zombie fumador, ¿o acaso no lo he sido siempre?

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