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viernes, 20 de septiembre de 2013

Cabezas Decapitadas


Nadie hubiera supuesto que aquellos siete personajes sentados alrededor de la larga mesa de banquetes se pudieran considerar los seres más depravados del mundo. Porque todos ellos ofrecían un aspecto elegante, su físico mostraba algunas de las cualidades que merecen el calificativo de bellas y la seriedad de sus expresiones resultaba la adecuada en unos comensales que se disponían a protagonizar un encuentro escasamente festivo, aunque tenían delante sendas bandejas de plata, vacías, que no parecían estar esperando recibir unos manjares. Sólo fijándose en el opaco reflejo de las catorce pupilas se llegaba a intuir, vagamente, la cualidad excepcional de unos pensamientos en ebullición. Porque, a pesar de la quietud de sus cuerpos, la agitación tumultuosa de sus mentes casi generaba un sonido audible.
La estancia se hallaba decorada con una sobriedad medieval, ocho siervos encapuchados esperaban en las dos enormes puertas cerradas, más allá de los lóbregos vitrales aguardaba la noche, y en lo alto de la bóveda del techo pendían un falo humano gigantesco en erección de cuatro metros de longitud, una vagina abierta no menos descomunal y la cornamenta del Rey de las Tinieblas dela Lujuria que, en el centro de las dos representaciones anteriores, las dominaba. La persona que presidía la mesa se llamaba Gerard Vintras, vestía un smoking, igual que los otros tres hombres que le estaban contemplando, y su camisa y su corbata eran de un rojo intenso, mucho más oscuro en esta segunda prenda con el fin de que destacase sobre las otras. Sus cabellos aparecían largos y lacios, su nariz grande, sus labios excesivamente delgados, la piel de sus manos ofrecía una tonalidad blanco azulada y su barbita y bigote se exhibían perfectamente recortados. Ocupaba una silla impresionante de madera gruesa y negra, cuyo alto respaldo sobrepasaba su cabeza para dejar al descubierto la talla del pentagrama del Símbolo de Bafomet, el diablo adorado por los templarios. Una cruel sonrisa alteró la horizontalidad de la línea de su boca, sus ojos parecieron saborear la expectación de los seis individuos que le estaban mirando y, al fin, comenzó a hablar:

–Voy a olvidar toda la terminología ritualizada con la que siempre nos hemos comunicado los miembros de la Orden de los Diablos Lujuriosos de Oriente. Porque os he sentado alrededor de esta mesa para juzgar vuestro comportamiento durante los últimos meses: ¡no ha podido ser menos respetuoso con la Norma Escarlata!. Empezaré por la Bruja Marian, Gran Sacerdotisa de nuestra Orden, a la que creí una sucia vagina infestada de los más repugnantes humores, capaz de comunicar el Orgasmo Mental con su sola presencia y de dirigir las Misas Negras. ¡Pero ha vendido sus preciados tesoros al vil hechizo del dinero! ¡Por un puñado de libras esterlinas acaba de entregar a un editor avispado un libro, en cuyas quinientas páginas nos convierte a todos en simples payasos! ¡SÍ, EN PAYASOS DE UNA RAMPLONA CODICIA!
-¡Estáis equivocado, Maestro! –exclamó la acusada, más blanco su rostro que la túnica que vestía.
 –¡Calla, maldita pécora de vigésima fila! La voz de Gerard Vintras no había sido alta; pero su impacto emocional incrustó a la joven rubia materialmente en el respaldo del asiento; a la vez, sus ojos azules se hicieron acuosos, su recta nariz aleteó en las uniones con el labio superior y sus senos de pezones siempre erectos redujeron a la mitad sus volúmenes. Porque el miedo la había sumido en un singular estado de frigidez.
–Llevas veintinueve meses en la Orden. Te impusimos la obediencia masoquista con el látigo, la sumisión ninfomaníaca con el sexo, y la Fecon el dolor orgásmico de cuya saturación germina el Placer Supremo. ¿Qué has hecho con ese dinero que se te ha pagado? ¡CONTESTA AHORA MISMO! La Bruja Marian desechó inmediatamente un primer impulso de mentir y, aunque no esperaba obtener una reducción del castigo al que se había hecho merecedora, descubrió la verdad:
–Se lo he transferido a mis padres por medio de una operación bancaria.
–¡Debilidad sobre debilidad en «la mujer sin piedad» de nuestra Orden! ¡La Vagina Perversa ha vuelto a recuperar sus sentimientos humanos aprovechando mi obligada ausencia de dos meses!¿Has olvidado que renegaste ante Bafomet, escupiendo y arrojando las heces de tu menstruación sobre la fotografía de tus padres, de ese amor convencional que te unía a dos seres inferiores?
–Están enfermos y, además, corrían el peligro de perder su casa y el negocio que les permitía ir sobreviviendo… –susurró la joven en un tono apagado y con la mirada rendida.
–Como la Orden te ha otorgado el poder de la clarividencia, utilizaste el trance mental para visualizar a tus padres, ¿no es cierto?
–Sí…
–Eras una simple prostituta de lujo cuando te conocí. Pero ninguno de tus cientos de amantes te había brindado una velada de pasión y lujuria como la que yo te regalé en nuestro primer encuentro carnal. Luego de convertirte en mi querida, aceptaste la idea de obtener el título de Bruja de nuestra Orden. En cuanto superaste tu desvirgamiento satánico en la Misa Negra, te convertimos en la mujer más poderosa y de mayor influencia en Londres. Has hecho de espía, de conspiradora de salón y de alcahueta de los políticos más prestigiosos de Occidente. Pero no debiste traicionar la Norma Escarlata al vender nuestros secretos para satisfacción de la curiosidad de millones de imbéciles.
–¡Puedo detener la publicación del libro… Aún no se ha impreso! ¡Por favor, no me castiguéis…! ¡Recordar las orgías que hemos organizado y el poder que yo he brindado a la Orden…! –suplicó la mujer de treinta y seis años, a la que el desencajamiento propio del terror había privado de su belleza excepcional.
–¡Sólo voy a decirte que jamás tus padres hubiesen podido localizarte por sus propios medios, porque no han pasado el bautismo, dolor-placer-éxtasis-malignidad que a ti te convirtió en un Ser Supremo! Pero en las últimas semanas has demostrado que eres indigna del título de Gran Sacerdotisa… ¡Por qué no tienes cabeza! ¡Y cómo has demostrado que no te sirve la cabeza… LO JUSTO ES QUE TE PRIVE DE ELLA! La última exclamación de Gerard Vintras se fundió con un estampido metálico y, al momento, con el chasquido de la piel, la carne, los huesos y las venas del cuello de la ex Bruja Marian al ser cercenados por una cuchilla circular salida del respaldo de la silla que ocupaba. ¡Y su cabeza decapitada cayó sobre la gran bandeja de plata situada delante del cadáver que ya sólo era un surtidor de sangre! Una bofetada de terror conmocionó a los personajes que miraban, sin verle, al maestro de la Orden de los Diablos Lujuriosos de Oriente.
Y las saetas aceradas que eran los ojos de éste se desplazaron hacia el matrimonio Szandor-Levy, que se hallaba sentado a la izquierda de la ejecutada, y cuyas ropas aparecían salpicadas de rojas gotas y de algunos restos humanos. Los afectados por el interés del verdugo reaccionaron con unos fuertes temblores e hicieron intención de abandonar sus sillas. ¡Pero del respaldo de las mismas surgieron dos abrazaderas metálicas, disparadas por otro oculto mecanismo, y se vieron sujetos a la altura de la zona inferior del pecho y por encima de los codos, inmovilizados!
–La trampa ha sido activada por vuestro propio impulso de querer escapar de una irresponsabilidad que, en este mismo instante, ya se ha convertido en algo ineludible –explicó Gerard Vintras implacable–. Ahora me dirijo a ti, el «fiel» Brujo Antón, Gran Oficiante de nuestra Orden, y al que concedimos el título de Falo Penetrante y de Depósito de Esperma-Lava que purifica al abrasar… ¿Cuántas eyaculaciones has gozado gracias a los privilegios que recibiste?¿Cinco mil…? ¿Acaso diez mil en estos quince años que llevas en la Orden? No me contestes, porque mi memoria es más rápida y exacta que la tuya… Comiste de nuestra Ciencia como lo hace el gusano en el interior de la manzana: devorando lentamente la pulpa más exquisita y provechosa, pero cuidando de que no se manifieste su existencia en la cáscara impoluta. ¡MALDITO FARSANTE QUE HAS VENDIDO EL INFINITO POR LA GLORIA EFÍMERA DE ESA INGENUA FALACIA LLAMADA CINEMATÓGRAFO!
La voz del Maestro se volvió tronante, y rebotó en multitud de ecos en la bóveda de la lóbrega estancia, para desprenderse un horror tan frío como la escarcha que alfombra la tierra cubierta de muertos después de una batalla. Por eso ninguno de los cinco oyentes le replicó verbalmente, aunque el Brujo Antón abatió los párpados, se le formaron varias gotas de sudor en el nacimiento de su moreno cráneo afeitado y el pánico otorgó una débil sonoridad a su respiración nasal.
 –Tu trabajo en el Servicio de Inteligencia Británico te había permitido comprobar cómo el poder de los humanos apoyaba a las religiones tradicionales –siguió explicándose Gerard Vintras–. Religiones que tienen en su cúspide un dios bondadoso y puro, debido a que éste recomienda que se oponga la mansedumbre suicida a la hipocresía que de todo sabe obtener la plusvalía del oro. Y al conocer la ideología de la Orden de los Diablos Lujuriosos de Oriente te uniste a nosotros, dispuesto a refocilarte abiertamente en el Mal y el Sexo sin concesiones a la piedad. Pero conociste a Julia y, desde que su cuerpo en sazón fue utilizado como ara de sacrificio en una Misa Negra, decidiste que no te detendrías hasta hacerla tu esposa…
–Ninguno de nosotros ha vivido en la clandestinidad… –Se atrevió a justificarse el hombre de cincuenta y seis años, aunque siguió manteniendo la cabeza baja y el temblor de sus hombros y manos–. Tú mismo aprobaste la idea de nuestro matrimonio, considerando que así resultaría más justificable mi traslado a una residencia de las afueras de Londres…
–El amor humano que sientes por ella, tan débil y absurdo, no se quebró ante su ninfomanía. Y lo mismo te has dejado convencer, hace pocas semanas, por unos cientos de miles de dólares. Ya contáis los dos con la productora cinematográfica para la que has escrito el guión del film;mientras que tu codiciosa mujercita pretende ser la primera actriz. ¡Estúpido sueño de infelices!
–¿Por qué nos reprochas la codicia como si no fuera una muestra más de perversión, Gerard? –protestó Julia luchando por defender sus últimas posibilidades–. ¡Yo he servido a la Orden centenares de jóvenes de ambos sexos, y hasta he aportado niños vivos para los sacrificios del Sabbat del Estío! ¡Con el dinero que nos han pagado pretendemos introducir unas mejoras en nuestra mansión…, porque pensamos seguir relacionándonos con la alta sociedad de Europa!
–¡MIENTES! ¡Ya habéis comprado los pasajes del trasatlántico en el que pretendéis fugaros con nombres supuestos! Sólo esperáis que os paguen desde Hollywood. Respecto a las aportaciones humanas que has brindado a la Orden, he de reconocer que todas han sido muy elogiables: vírgenes y mancebos de cerebro dúctil, a los que ha resultado fácil convertir en sacerdotisas y acólitos de Bafomet. También corriste ciertos riesgos al secuestrar a los pequeños. Pero nuestra recompensa no pudo ser más justa: seis y ocho orgasmos diarios, la droga que ha necesitado tu sucio cuerpo y el lujo suficiente para que satisficieses todas tus otras perversiones. Sin embargo, querías más y más… ¿No habéis pensado en llevar la Orden de los Diablos Lujuriosos de Oriente a California?
–¿Qué ves de malo en esa empresa? –preguntó el Brujo Antón, intentando recuperar sus mecanismos de autodefensa.
–¡La traición a la Norma Escarlata! ¡Y la realidad de que vuestras pretensiones constituyen un sueño irrealizable: hubierais sido descubiertos por las autoridades policíacas norteamericanas ya que carecéis de los suficientes poderes para sembrar la semilla del Diablo! ¡Realmente, admitirlo conmigo, no habéis tenido cabeza…! ¡Y SI LA CABEZA NO OS SIRVE…!
 –¡POR FAVOR, MAESTRO, NO NOS MATÉIS! ¡HAREMOS LO QUE QUERÁIS! ¡RENUNCIAREMOS A ESE DINERO… Y SEREMOS SUS ESCLAVOS MÁS FIELES…!
La súplica del matrimonio Szandor-Levy fue un grito desesperado, como el aullido de unas bestias arrepentidas. Sus cuellos se alargaron, bien expuestos a la cuchilla, cuya aparición tanto temían, y sus gargantas realizaron la proeza de superar el terror al ser capaces de emitir las frases sin ninguna interrupción.
–¿Quién ha decidido vuestra ejecución, hermanos dolientes? Sólo he pretendido daros una lección. ¡Porque la Orden todavía espera mucho de los dos! Juntos habéis sabido organizar las más rentables casas de juego, donde hipotecan sus conciencias los banqueros, los políticos, los hombres de negocios, los periodistas y todos esos otros personajes importantes que mantienen a pleno rendimiento las «calderas» de la corrupción y del tráfico de conciencias: y también habéis montado unos burdeles, en los que, además de comerciar con el Sexo, se introduce la droga en una sociedad cada vez más corrompida. Esto nos ha permitido vivir casi a la luz pública. Claro que esa película va a desencadenar una ola de protestas muy poco ventajosa para nuestros planes futuros, ahora que estamos en las puertas de la década de los treinta del siglo XX…
–¡La película no ha comenzado a rodarse! –exclamó el Brujo Antón, queriendo aferrarse a su última posibilidad de salvación.
–¡Nada más que debemos telegrafiar a Hollywood anulando el contrato que firmamos en Londres! –intervino Julia, con la expresión convulsa y los dedos agarrotados.
–¡De acuerdo, os creo! –aceptó Gerard Vintras–. ¡Pero antes de seguir con los otros invitados quiero escuchar vuestro juramento! ¡Juráis obedecer todos mis mandatos… aunque éstos llegasen a exigiros la muerte del otro! Los dos se miraron indecisos. Sus secas pupilas, enrojecidas por la latente amenaza, tan sólo reflejaron el pavor inmenso que las dominaba. Por esta única razón se atrevieron a susurrar:
–Lo juramos…
La respuesta fue metálica: ¡porque la mentira, que los amantes habían creído necesaria, disparó el mecanismo que puso en acción las dos cuchillas circulares, ocultas en los respaldos de los asientos, cuya acción fulminante permitió que se produjera la doble decapitación! El chasquido terrorífico de la piel, la carne y los huesos al ser cortados tuvo el acompañamiento biológico de las venas reventadas: chorros de vida expulsados hacia la nada por la decisión de una voluntad homicida que desconocía por completo la piedad. Y con las dos nuevas cabezas caídas sobre las bandejas de plata correspondientes, los otros tres invitados intentaron huir de allí, aunque sabiendo lo que les esperaba. No se equivocaron en sus temores: ¡volvieron a aparecer otras abrazaderas, que los inmovilizaron de la misma manera que al matrimonio Szandor-Levy! También habían sido salpicados por el líquido vital de la pareja que acababa de ser ejecutada por el Maestro.
–Es tu turno, Oficiante Sandroz… ¿Por qué tiemblas como si estuvieras sufriendo los primeros síntomas de un ataque de epilepsia? ¿Debo considerarlo una prueba de que te consideras culpable de haberme traicionado? Cálmate, te lo ruego… Quizá estés precipitando la idea de que voy a matarte de la misma manera que los otros tres. Sólo te supondría un pequeño esfuerzo dominarte… ¿Quieres que te recuerde a qué te dedicabas antes de que decidiésemos incluirte en la Orden de los Diablos Lujuriosos de Oriente?
El aludido apretó los labios, mordiéndose el inferior, incrustó materialmente los diez dedos de sus manos en los posabrazos de la silla, y pegó las piernas a la dureza de la madera en la que se sentaba. Su rostro aparecía cubierto de un amarillo enfermizo y sus ojos propendían a saltar fuera delas órbitas.
–Mientras consigues tranquilizar tu sistema nervioso, tus miedos absurdamente anticipados, te refrescaré la memoria. –La voz de Gerard Vintras mostraba una dulzura exagerada, mefistofélica, yen su boca se hallaba grabada la sonrisa del tirano que ha tenido a bien «ser misericordioso»–. Te conocí cuando eras un simple contable en Wall Street, por lo que vivías en un mísero apartamento del Bronx, en el Nueva York de 1919. Ya habías comenzado a deambular por las noches, asesinando prostitutas en un ingenuo remedo del supuestamente inglés Jack el Destripador. Nos encontramos cuando acababas de descargar el cuchillo de carnicero, ¡qué primitiva herramienta de ejecución, amigo mío!, sobre el ajado cuello de tu cuarta víctima. En aquel momento te di un susto de muerte, por lo que quisiste degollarme como a un cerdo. Pero mis reflejos eran más rápidos que los tuyos, y logré reducirte contra la pared y en medio de un sinfín de cubos de basura: ¡mísera escenografía cuando te hallabas en condiciones de exhibir tu maldad en los salones más grandiosos del mundo! No me supuso un gran derroche de razonamiento, una vez te llevé a mi piso, convencerte de que la adulación, la oportuna información perjudicial a uno o varios «terceros» y la corrupción te podían situar en lo más alto de tu profesión. Y al obedecerme llegaste a la cumbre de las finanzas mundiales. Al mismo tiempo te habías convertido en uno de los Oficiantes, tal vez el mejor, de nuestras Misas Negras. Porque tus dagas, las de acero, para el sacrificio sangriento, no podían ser más certeras y eficaces… Reconozco que donde te superabas era en los despachos de los grandes agentes de Bolsa. ¡Por eso fue tuyo el mérito del crack del 24 de octubre de 1929, en el que tu país, los Estados Unidos, pasó de la opulencia enloquecida a la pobreza del racionamiento! Claro que los cientos de suicidios que presenciaste, especialmente los de tus amigos más íntimos, te hicieron creer que te habías excedido. Y empezaste a cuestionar la eficacia de la Infinita Malignidad que supone la Norma Escarlata de la Orden de los Diablos Lujuriosos de Oriente…
 –Yo no os he traicionado, Maestro –gritó el Oficiante Sandroz, parcialmente recuperado y tan tenso como en el momento que fue golpeado emocionalmente por la primera ejecución.
–Nadie se ha atrevido a acusarte de esa barbaridad, queridísimo amigo. Sólo he dejado patentes tus méritos y tus debilidades, lo que no presupone que hayas de ser reo de un delito tan grave. Sin embargo, veamos, ¿a cuántas familias salvaste de la quiebra al aconsejarles que convirtiesen su dinero en bienes inmuebles y en joyas en lugar de seguir especulando con las acciones?
–¡La mayoría de estos son grandes fabricantes de armas, gángsteres y millonarios que con sus negocios fomentan el ocio social y religioso! –volvió a alzar la voz quien se sentía cada vez más amenazado.
–Ciertamente. ¡Y yo aplaudo tu decisión aunque no se la hicieras conocer a la Asamblea de losViejos Diablos! Bueno, dejémonos de rodeos. ¿Qué dices de la familia Hoover King? ¿En base a qué méritos permitiste que salvaran la totalidad de su fortuna?
–Pues… Yo… ¡Yo estoy enamorado de Lucas, el hijo menor! ¡Es un muchacho delicado, muy sensible y exquisito, al que la ruina hubiese llevado a la locura!
–Se habría quebrado como un caro y frágil jarrón de Sevres al ser estrellado contra el suelo, ¿no es cierto? ¡Porque el tal Lucas es un homosexual refinadísimo, una «mujercita» encantadora a la que no te cuidaste de aleccionar para que se incorporara a nuestra Orden! ¿Te atreves a negarlo?
–¡No…, no…! ¡Pero él ha sido mi única debilidad…! ¿Es que vais a ejecutarme por un solo error, Maestro?
–No lo llames error. ¡Ha sido una torpeza imperdonable contra la Norma Escarlata, que ha venido a demostrar que no tienes cabeza… ¡Y COMO LA CABEZA NO TE SIRVE, MEJOR ESTÁ DECAPITADA!
El mortal alarido del ex oficiante Sandroz taladró las paredes de la estancia mucho antes de que la cuchilla circular entrase en contacto con su cuello. Y por culpa de los ecos de su garganta casi quedó ahogado el estrépito de la piel, la carne, los huesos y la sangre al ser cortados con una violencia acerada de relámpago, para que una nueva cabeza fuese depositada, grotescamente, sobre la bandeja de plata que le estaba reservada. La muerte ya había almacenado unos hedores insoportables en la espesa atmósfera que rodeaba a los tres únicos ocupantes vivos de las sillas que rodeaban la enorme mesa de banquetes. En las dos puertas gigantescas seguían encontrándose, imperturbables, los ocho siervos encapuchados, y más allá de los vitrales continuaba aguardando la noche, como indicativo de que sus horas eran las más propicias para que el crimen y la perversión se enseñorearan en el universo de los simples humanos.
–Y ahora os toca a vosotros, mis fríos austríacos –repitió el proceso Gerard Vintras–. Me parece que ya me tenéis miedo, aunque mostréis unos rostros excesivamente pálidos. ¿Debo suponer que os consideráis inocentes?
–Sólo llevamos un año en la Orden –dijo un hombre peinado a raya, con una especie de flequillo engomado sobre su alta frente y un minúsculo bigote cuadrado entre su nariz afiliada y su delgado labio superior–. No hemos acumulado tiempo suficiente para poder ser tachados de traidores… Mientras que vos, Maestro, que tanto habéis reprochado a los cuatro decapitados la torpeza de sus cabezas, ¿no es tan cierto que la vuestra también ha demostrado idéntica torpeza al haberlos elegido?
–Tienes toda la razón, mi sagaz y predilecto Acólito. ¡Y COMO LA CABEZA NO ME SIRVE…SERÁ MEJOR QUE LA SEPARE DE MI CUELLO!
Nada más proferir la última palabra, se disparó la cuchilla acerada, la cual, saliendo del encierro de madera, cortó la seca piel, la dura carne y encontró, acto seguido, la resistencia del hueco, aunque terminó por partirse; sin embargo, no liberó ni una sola gota de sangre de las numerosas venas seccionadas. Porque la cabeza nada más que cayó en la gran bandeja de plata, soltó una carcajada infernal, espiral de locura que ascendió a lo más alto de la bóveda, y luego siguió hablando:
–Parece que he conseguido asombrarte, aunque de eso no hay duda, tu frío y práctico cerebro prusiano tardará muy poco en decirte que has presenciado un truco de magia negra… ¡Te equivocas!Y si yo he cometido el error, lo que admito, se debe a que he tratado con seres humanos… ¡PORQUE SOY BAFOMET, EL REY DE LAS TINIEBLAS! ¡Ahora, para mostrarte mi poder, OS ABRAZARÉ CON EL TERROR!
Antes de que la representación infernal diese comienzo, la pareja de supervivientes se vio libre de las abrazaderas metálicas que les sujetaban el cuerpo. Y…
¡Repentinamente, la inmensa estancia se ensombreció, de todas partes comenzó a manar una humareda densa y pestilente, se escuchó el reptar de cientos de seres escamosos, cornudos y repelentes, cuyas fauces se abrían para morder el aire preñado de hedores de azufre!
Y una pavorosa llamarada devoró la mesa de banquetes, llevándose en su cresta la aún riente cabeza decapitada de Bafomet, el cual dirigió los carbunclos de sus ojos al Acólito austríaco caído en el suelo, y proclamó con voz de huracán:
–¡Te he reservado el mayor poder que hombre alguno ha detentado. Porque eres el más perverso e inhumano de mis fieles! ¡Apodérate del gobierno de la nación que será el azote del mundo, y demuestra a todos que el Terror que encierra la crueldad cuando es manipulada por una mente como la tuya! ¡Llévate a esa mujer, aunque no tardarás en cambiarla por otras! ¡Y puedes estar bien seguro de que tu nombre quedará registrado en la Historia de los humanos con letras de sangre y genocidio: Adolf Hitler!

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