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viernes, 27 de septiembre de 2013

Me declaro culpable - por Daniel Román.


Me declaro culpable de haber leído acerca de la teoría de la relatividad. Siempre fui bastante curioso.
En algunos casos resultó ser algo positivo, pero en otros no. Bien lo dijo aquél autor cuyo nombre no recuerdo, “…benditos sean los ignorantes”. Refiriéndose a que cuanto más sabía un individuo mayor era el sufrimiento respecto a ciertos puntos.
No me pidan una mayor claridad a la hora de escribir, pues no soy más que un escritor aficionado.
Así fue como una de tantas noches -esas en las que te quedas sentado en silencio viendo como se mueven las agujas del reloj, o contando las hendiduras del cielo raso, o calculando cuantos sonidos diferentes otorga el silencio de la noche- me pongo a leer esta teoría de Einstein sobre la luz y el comportamiento del tiempo con respecto a la velocidad… ¿Por qué todo no pudo ser más simple?
Luego de leer algunos párrafos, al volver a observar el reloj noté algo extraño en él. Ya no era el mismo reloj que había observado minutos antes. En primer lugar porque ya no era el mismo yo. En segundo lugar porque el reloj que tengo en mi mesa de noche siempre tuvo un defecto. Cuando marcaba las nueve tenía un desperfecto que hacía que el minutero quedara estancado por un pequeño bulto que tenía en la superficie que marca las horas y los minutos.
Allí fue cuando me pregunté ¿si observo un reloj en movimiento que al cabo se detiene significa que el tiempo para mí también se detiene?
Pues no. Esa fue una pregunta estúpida lanzada al aire por mí mismo.
Pero, ¿Cuántas veces estando yo ahí ese reloj se detuvo marcando las nueve de la mañana o las nueve de la noche? ¿Cuántas veces no me detuve yo con él? Al cabo el reloj murió por la pereza de destrabarlo de sus nueve. Quedó en el olvido, marcando quizás eternamente sus nueve.
Eso pasa siempre, no siempre con los relojes pero sí con todos nosotros. Curioso un mundo donde nos regimos por simples tics-tacs, esa pereza capaz de matar el tiempo. Y decían que el tiempo era oro, pues no, es mera relatividad.
Todo me parecía más simple antes de leer eso.

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