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viernes, 27 de septiembre de 2013

Transmutación - por Neogeminis.


Alguna vez fue poeta

En su otra vida fue poeta, pintor, bohemio, apasionado por desentrañar todos los misterios. Exploró, inquirió, expuso, intentando descubrir las leyes del Caos y el Orden, de la Luz y la Oscuridad, de las Partes y el Todo. Su impaciencia por contemplar, saber y comprender fue siempre su más persistente característica.
A pesar de su intensidad y pasión puestas en todo lo que hacía, no lograba ser feliz. Quizás su insatisfacción personal deviniera de su propia exigencia, tanto como para los demás como para su propia obra.
Avanzó en su inquietud más allá de los demás mortales. Entendió la Libertad como una realidad sin límites, plausible de ser endiosada. La inconstancia de los sentimientos humanos lo amedrentó siempre y quiso buscar en otro lugar la verdadera fortaleza, y en su búsqueda alcanzó a tocar casi las aristas de los Principios Universales.
Estando en esa cercanía, se enamoró. Hace ya siglos de esto. Alguien especial logró encandilarlo y así perdió la Razón.
Aquel desborde lo provocó una Pasión sin límites, más allá del Bien y el Mal, más allá de su propio instinto de conservación. Dejándose abrasar por aquel fuego, no midió las consecuencias y perdió la total noción de lo que era el valor de la sensibilidad humana.
Entre aquellos brazos consiguió trascender la barrera entre la Vida y la Muerte. Ingresó a la Oscuridadcomo quien entra con pasaporte de privilegio, pensando que al alcanzar la Inmortalidad perdería en ese trance la fragilidad que nos otorgan los Sentimientos. Esa vulnerable puerta que al abrirse nos expone al Dolor, la Tristeza, la Frustración y la Angustia de quienes pueden ser heridos, no ya con armas o instrumentos de tortura, sino con algo mucho más incorpóreo: el Amor y la Conciencia que nace de Él.
Cuando entregó su cuello a aquella mordida lasciva, buscando escudriñar los placeres más prohibidos, se vio superado ante la inigualable belleza de la que luego fue su Maestra, y así, su naturaleza mutó hacia la de los más increíbles seres de la noche: los Vampiros.
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Eternidad e instropección

Con la Eternidad por delante, su aprendizaje fue sin piedades, los tajos a la realidad de la Luz fueron cada vez más profundos. Se sintió fuerte, poderoso, sin límites.
Se ensoberbeció a tal punto que buscó y logró trascender por encima de todas las poderosas criaturas sobrehumanas. No tuvo contemplaciones cuando en cruentos duelos se enfrentó y venció incluso, a quien fuera su iniciadora. Nada se interpuso. No tenía remordimientos. Ella misma le había enseñado a negarlos. Eran síntomas de Vulnerabilidad y Él había renunciado a tenerla.
A lo largo de los siglos fue adentrándose en la Experiencia de quien se siente un semidios y hace gala de ello.
Su hábitat, la Oscuridad, le permitió reinar a su antojo. En un tiempo decidió formar un séquito de lacayos: esclavos a quienes poseyó y que le ayudaron a imponer su voluntad sobre la comarca que sometió por largos años. Capricho que, luego descubrió, era resabio de la que fuera su Vanidad humana y por tanto, decidió también acabarlo. En la medida en que creció en conocimientos, aquel imperio de crueldades sin sentido dejó de satisfacerlo. Decidió que no era esa su meta, que sus posibilidades de trascender lo obligaban a superar también las limitaciones de las Mezquindad y la Soberbia.
Así incursionó en los caminos de la Soledad y la Introspección, buscó hallar dentro de su Ser todas las respuestas, resguardarse de los cambiantes humores de los humanos, alejarse en todo lo posible de las vanidades mortales, pero sin poder dejar de someterse a su irremediable destino de matar para vivir.
Por tantos siglos, la Sangre de otros fue su Alimento, eso no pudo cambiarlo, como tampoco logró revertir el poder destructor que sobre las criaturas como Él tuvo siempre la Luz: el Sol intenso y la claridad eran su perdición.
Exponerse descubierto durante el día era encontrar la única manera de morir que no había podido vencer. Por eso, sus incursiones fuera de su refugio estaban restringidas a la negritud de las noches. En ella se movía a su antojo, con la suficiencia de quien porta la certeza de ser indestructible.
Pero a pesar de ello, en su interior siempre se prolongaba lo que en su otra vida había reconocido como sutil angustia y vacío existencial.
Era poco lo que de aquellos días recordaba. Nunca supo si era consecuencia de su inmortal naturaleza o si su inconciente así decidió protegerlo.
No tenía ningún recuerdo de su niñez, ni de la que había sido su familia, ni de los sentimientos que había conocido. Sólo tenía la vaga noción de quien fuera desde el principio de su madurez, y desde ese tiempo su cuerpo conservaba el aspecto de aquellos días tan lejanos. Lo único que persistía de aquel pasado, como impronta apenas perceptible que resurgía tenue en sus entrañas en los momentos de mayor aislación, era esa Opresión en su pecho, en el costado cercano a donde se hallara, otrora, su corazón de poeta.
Allí, continuaba, a pesar del paso de los siglos, a pesar de todas las vivencias olvidadas, aquella Inquietud que siempre lo guió en sus primeras búsquedas. Y a pesar de todo lo logrado, de todo el conocimiento acumulado, de todas las debilidades superadas, en su rincón más íntimo sabía que no estaba satisfecho, y por eso persistía, como señal de su fracaso, tan eterna como él mismo, su Tristeza.
Saberse así, sin rumbo en su Desconsuelo, lo hacía dudar de sus más trascendentes decisiones, y en su Soledad aquellas angustias dolían como puñales.
Cuando el Silencio lo atrapaba, lograba recordaba con extraña dulzura aquellos momentos, siglos atrás, en que solía recibir la Inspiración de alguna de sus Musas. Cuando eso sucedía, por breves instantes, una energía vital lo invadía, lo trasformaba por dentro, llegando a alcanzar sensaciones que nunca después conseguía repetir.
Desde que su naturaleza cambió, nunca más logró sentir aquella Magia que lo atravesaba cuando en algún verso o con una melodía inspirada, lograba sentirse copartícipe con la Creación, y aquella imposibilidad le dolía…
Sentía realmente aquella carencia en su vida inmortal. Nunca había logrado sustituirla ni con el poder, ni con la certeza de su invulnerabilidad, ni con las riquezas acumuladas.
Nada igualaba a aquel don que alguna vez tuviera y que, después de tanto tiempo, todavía no lograba olvidar.
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El último amanecer

Siempre creyó que la dependencia hacia otro ser le otorgaba un punto débil que no era bueno mostrar. A lo largo de los siglos, intentó más de una vez asirse de una compañera. Hermosas mujeres pasaron por sus colmillos convirtiéndolas con ese perverso ritual en seductoras criaturas de la noche.
Voluptuosas, inquietantes, bellas…pero en aquella transformación de mortal a vampiro, invariablemente la naturaleza humana se diluía y con ella el encanto que le había enamorado.
Con todas, al poco tiempo, se sentía decepcionado y sin ningún tipo de Piedad, volcando en ellas todo el rencor que sentía por su Desgracia, terminaba matándolas, atravesando con estacas sus corazones envenenados.
Sólo algunas noches lograba cierta tranquilidad, sobrevolando la inmensidad de un mundo que ya le era ajeno, sintiendo que su Existencia sobrehumana había logrado romper todos los Límites posibles, surcando los aires con lacónica melancolía intentaba en vano, recordar. Y en esos intentos, muy pocas veces, conseguía atraer a su memoria algunos fragmentos nimios de su vida pasada.
De improviso llegaban, como relámpagos, algunas imágenes de añoranza: un río, ciertos colores, el perfume de los jazmines en primavera, paseos en bote, el sonido de una risa contagiosa, la tranquilidad de las siestas de verano, la tibieza de una mano maternal sobre su frente, el azul de alguna mariposa, una enigmática melodía…
Solamente en aquellas contadas ocasiones el vampiro podía decir que se sentía cercano a la felicidad. O por lo menos, a algo muy parecido.
Esa sensación de dulce nostalgia que conseguía contadas veces durante aquellos vuelos nocturnos lograban emocionarlo, casi y por algunos momentos hasta se sentía reconciliado con el Universo. Era en esos momentos cuando en su interior, entre las telarañas de lo que albergara alguna vez su Alma, lograba entrever el fuego de su antigua poesía. Esos breves instantes de inspiración lograban henchir su corazón envilecido de algo muy cercano a la Sensibilidad que, paradójicamente, desde siempre intentó aplastar.
Pero aquellos chispazos no alcanzaban para encender sus Musas. Nunca lograba conseguir escribir una rima contundente, o arrancar de un instrumento una nota emotiva. Y eso lo frustraba, pobre Ser eternizado y marchito, desolado dentro de su esencia envilecida.
Entre sus pocos recuerdos a veces lograba rescatar la sensación de un amanecer. Allá lejos, perdido entre sus días de humanidad interrumpida, alguna vez había sido Feliz contemplando extasiado la luz de una aurora especial.
No sabía exactamente las circunstancias, no lograba establecer el por qué o el cuándo, pero intuía que aquellas luces que despertaban de entre las sombras, aquel renacer del nuevo día, alguna vez lo habían emocionado al punto de haberlo marcado profundamente, persistiendo aquella huella hasta en la que era, ahora, su inmortal identidad de vampiro.
Hundido en la sinrazón de lo que ya sentía como una vida inmortal insostenible, sin sentido y vacía, decidió al fin, acabar con su penuria.
Mirando hacia el naciente, esperando que el sol despuntara en el horizonte, a sabiendas que esa sería su hora postrera, contempló otra vez extasiado, aquel majestuoso espectáculo del amanecer entre el mar y la montaña.
Uno a uno, los colores fueron surgiendo, encendiendo la oscuridad de mil sensaciones reencontradas…con la magia de quien ve caer la noche como un gran velo, el vampiro retornó en ese instante, como si fuera en sueños, al rincón más amado de su infancia: Frente al mar, junto a la magnitud apabullante de las montañas, de la mano de sus padres y sus hermanos, revivió intensamente aquella vez en que viendo amanecer como nunca antes, aquel infante maravillado, supo que desde ese momento y para siempre sería, por sobre todas las cosas, poeta.
Mientras dos lágrimas, casi humanas, resbalaban por sus ojos enternecidos mientras recordaba, aquel Ser del submundo y de las sombras, ofrecía su Inmortalidad al Sol que se asomaba.
Desde el punto más alto de la montaña, mientras sentía que su esencia de vampiro se calcinaba, apenas con las fuerzas que le quedaban, recitó con arte sus últimos versos y extendiendo sus brazos como alas, dando un salto, se lanzó a volar…

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