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jueves, 8 de mayo de 2014

Un caminante

Un grupo de cinco senderistas acampaba bajo un árbol, ya entrada la noche. Rodeaban una fogata pequeña, e iluminando un mapa con sus linternas planeaban la caminata del día siguiente. 
La conversación se cortó de golpe cuando una figura salió de la oscuridad. Era un hombre que aparentaba una edad bastante avanzada. El visitante inesperado eligió una roca para sentarse, después saludó: 

- Buenas noches. Discúlpenme por aparecer así. Supuso que si hablada desde la oscuridad se iban a sobresaltar. Me llamo Antonio y… vivo por estos rumbos. 
- Buenas noches -le contestaron a la vez los sorprendidos senderistas. 

No parecía alguien peligroso; tenía un aire de esos tíos bonachones que tienen todas las familias, y hablaba con la voz pausada de los que han vivido mucho y le dan tiempo al tiempo.  
Repuestos del susto inicial que les causara, recordaron sus buenos modales y le ofrecieron café y algo de comer, mas Antonio rechazó la invitación amablemente: 


- Gracias, pero no quiero nada, sólo compañía, por un rato, si no les molesta la presencia de un viejo charlatán, claro.
- Para nada, no es molestia, don -dijo uno de los acampaba allí. 
- Por lo que veo andan de caminata -observó Antonio-. Cosa buena. Debe ser como una pequeña aventura. Hace mucho también me gustaban las aventuras, tal vez demasiado, y la última que viví dio un giro a mi existencia, pero ya es una historia antigua. 
- Pues me ha dejado intrigado -comentó sinceramente uno-. Estaría bueno si la contara, ¿verdad muchachos?

Los otros dijeron que sí, y como era obvio que Antonio quería contarla, se acomodaron rumbo a él.
La noche estaba por demás oscura, y la luz de la fogata resistía temblando el asedio de las sombras.

- Con la excusa de luchar por algo justo -empezó así su relato Antonio-, me lancé a una aventura sumamente peligrosa: a la guerra.  Me uní a las fuerzas que luchaban contra Franco, y aunque ya no era joven sé que fui útil a esa causa. Participé en varios enfrentamientos y escaramuzas.
En una ocasión tuvimos que replegarnos hacia un pueblo abandonado que estaba en ruinas.  Cuando nos vimos ampliamente superados, el instinto de supervivencia prevaleció en la mayoría, lo que ocasionó una retirada a como diera lugar. Recuerdo atravesar el pueblo bajo una lluvia de balas que silbaban en el aire y picaban aquí y allá en las paredes y en la calle. Favoreció un poco nuestra huida la noche que ya dominaba casi todo el cielo. Alcancé a ver que algunos seguían por el camino que abandonaba el pueblo, pero yo tomé otro rumbo, y cuando me di cuenta había ingresado al cementerio. 
No sabía si me seguían de cerca o no. Al pasar al lado de la entrada de una cripta, el viento, o vaya a saber qué, entornó la reja que la protegía, y al ver que podía entrar allí me zambullí en su sombra y esperé.   Si el enemigo me había visto me iba a servir de trinchera, y si no, de escondite. ¡Pobre de mí por elegir aquel lugar!

Me tendí en la escalera fría que bajaba hacia la más cruda oscuridad, y espiando hacia afuera esperé, mirando por encima del caño del fusil.  
La claridad que quedaba del día terminó de desvanecerse, pero enseguida asomó la luna y mostró toda la decadencia inquietante del cementerio. Desde ese momento no supe más nada del enemigo, pues un silencio aterrador dominaba ahora todo el lugar. Creí que tal vez buscaban sigilosamente, por eso permanecí inmutable, escudriñando. Pero pasaban los minutos y no escuchaba nada. No me parecía lógico que abandonaran aquel lugar solamente para perseguir a unos pocos. Ahora deduzco que los de Franco sabían algo que yo ignoraba. 

Seguía tendido en la entrada de la cripta cuando escuché un ruido, y lo que lo hizo más aterrador fue su origen, pues no venía de afuera, venía del interior de la cripta, de la oscuridad cerrada que tenía a mi espalda. El sonido era claro: una tapa de ataúd acababa de caer al suelo. Después escuché el ruido sordo de pies descalzos corriendo hacia mí, subiendo la escalera de piedra rápidamente, y cuando volteé una figura decrépita se abalanzaba hacia mí lanzando un grito espantoso. 
Sentí tanto terror en un instante tan breve que me desmayé; en ese momento creí que había muerto.
Desperté por la mañana. Me habían mordido en varias partes del cuerpo pero apenas si había rastros de mi sangre en el suelo. Cuando quise marcharme de allí, no pude, el día ya no era para mí, y tuve que esperar que cayera la noche -concluyó Antonio, dejando a sus oyentes asombrados. Pero después de sonreír les dijo-: No se lo crean, muchachos, que es sólo un cuento de terror que inventé.

Luego de la aclaración todos sonrieron. No mucho más tarde Antonio se retiró, se perdió en la noche.

- Que buen cuento de terror que nos narró -comentó el que se encargaba de mantener vivo el fuego.
- No sé si fue un cuento -opinó uno-. Durante todo el día no vimos ni una casa, y que yo sepa no la hay, y como habrán notado, el tipo anda sin mochila ni bolso ni nada, en una zona agreste como esta, ¿no les parece raro? Y creo que más raro es que alguien camine como si nada por una oscuridad tan cerrada como esta. 

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