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jueves, 8 de mayo de 2014

El sirviente

- … Que no los asustan ni un poco los cuentos de terror -les dije a mis dos invitados. Estábamos en la sala de mi casa.
- A mí no. Yo la paso mirando películas de terror, por eso los cuentos no me producen nada -dijo uno de ellos.
- Y a mí menos. Daniel, tal vez si fuéramos niños… Pero no me entiendas mal, la historia era buena y narras bien, con pausas y todo -aclaró el otro.
- Está bien… que no se asustan, bien, vamos a ver. Esto que les voy a contar ahora es real, es algo que me pasó, y son los primeros en escucharlo -y busqué la hoja donde lo tenía escrito.

“El cura de la iglesia fue a mi casa a pedirme un favor, cosa que me sorprendió.  Sin salir de mi sorpresa pero disimulándola muy bien, enseguida acepté. Me dejó con unos datos y una dirección escrita en un papel, y en otro, en un papel que parecía cartón, algo escrito en latín.   El favor consistía en que fuera a reparar el vidrio roto de una ventana. De quién era la casa no me dijo, solo que era de una familia que por el momento no podía pagarle a alguien.
Aquello me pareció extraño, sobre todo porque hacía muchos años que no iba a la iglesia. Supuse que no debía tener a nadie más con mis conocimientos.
Un par de horas después fui a la vivienda mencionada. El cura me había pedido que fuera al otro día por la mañana o temprano de la tarde, pero consideré mejor repararla antes de la noche, aunque ya no me quedaba mucho tiempo. Tenía las medidas del vidrio, y un pedido bastante raro en el papel donde también estaba la dirección.
La casa se hallaba bastante apartada de la calle, y solo pude ver una parte de ella asomando tras un tupido jardín descuidado. Según el cura allí no había nadie, solo debía empujar el portón y pasar. Por las dudas igual golpee las manos, nadie respondió.

“El jardín estaba ensombrecido. En sus buenos tiempos tal vez aquel jardín fue hermoso, pero en ese atardecer lucía como un bosque embrujado, y al atravesarlo me pareció que oscurecía más rápido allí.
Llevaba envuelto cuidadosamente en diarios el vidrio que debía poner en la ventana, y siguiendo las instrucciones del cura le había pegado el papel acartonado.
Inevitablemente pensé que debía tratarse de gente muy religiosa, y también muy supersticiosa. Sin dudas lo escrito en el cartón era una especie de protección. Tal vez si viviera en un lugar con un jardín así yo también haría lo mismo.   Además de lo rápido que oscurecía allí, el sendero que atravesaba el jardín era mucho más largo de lo que supuse. 
Todavía faltaba para llegar a la casa cuando se me escapó el vidrio de las manos, lo dejé caer, un susto repentino me petrificó. Entre la maraña oscurecida de las plantas apareció una cara blanca, casi sin rasgos, y me miraba sonriente, pero aquello era una sonrisa terrible. No sé cuánto rato demoré en darme cuenta que veía a una estatua de yeso. Suspiré hondo y sentí mi corazón golpeando fuerte contra mi pecho. 
El vidrio no resistió la caída, se hizo pedazos. ¿Qué hacer entonces? Creí que por lo menos debía ver la ventana, al otro día traería un nuevo vidrio.  Aquel favor ya me estaba saliendo caro.
La ventana era baja y daba a la calle. Era de suponer que fue rota de una pedrada. Solo algunos vidrios puntiagudos sobresalían del marco. Lo que había adentro era un misterio, porque estaba todo oscuro. Cuando giré para irme, me llamaron por mi nombre desde adentro. No creo que sean muchos los humanos que han escuchado una voz así, tan terrorífica, tratar de describirla sería inútil, pero diré que era susurrante, llena de malicia, y sentí que sonaba tanto en la casa como en mi cabeza:

- ¡Daniel… Daniel!
- ¿Quién es? -pregunté, volteando con rapidez.
- Soy el que te vio arrojar a tu amigo por una barranca. Sonreíste al verlo todo torcido allá abajo. ¿Recuerdas lo que sentiste en el hombro? Fue mi mano.

“Y en ese momento recordé, o me hizo ver, a mi amigo muerto en el fondo de una barranca, y cuando sentí un peso en el hombro, era una mano renegrida y enorme con garras la que se posaba en él.
Pero todavía no terminaba el terror. Por la ventana asomó un ser pesadillesco, algo como un jabalí deforme y sin pelos, y el grito que emitió fue espantoso. Luego se retrajo hacia la oscuridad. Entonces huí con todas mis fuerzas.  Al desandar el sendero la estatua apareció detrás de mí y me persiguió largo trecho mientras arañaba el aire con manotazos. En ese momento enloquecí, y ahora soy un sirviente del Diablo. 
En la casa habían realizado un exorcismo, y se hallaba deshabitada y a cargo de la iglesia porque el mal no se había retirado de ella. Los que conocían la historia no se atrevían a ir, por eso el cura me lo pidió a mí”.

- ¿Y, qué les pareció? -les pregunté.
- Este sí me asustó -reconoció uno de mis invitados.
- A mí también. Pero, Daniel, un amigo tuyo murió en una barranca, ¿no?
- Así es. Les dije que realmente me pasó. Ahora soy un sirviente del Diablo.

Y tras decir eso me levanté, cerré la puerta con llave, la guardé en mi bolsillo y voltee muy serio hacia ellos.  Me miraron con los ojos muy grandes, y los vi palidecer.
Después de unos segundos empecé a reírme, y ellos parecieron librarse de un gran peso, y rieron también.

- Nos convenciste por un rato ¡Jaja!
- Buena esa, pusiste una mirada fatal, ¡pufff…! Que susto.
- Vieron como si se puede asustar con cuentos.

Me despedí de ellos y los dejé ir. La voz me dijo que aún no les llegaba la hora.

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